En aquella convulsa época de finales de los 60, Robert Sirico cedió a los cantos de sirena del idealismo progresista creyendo que era el camino más adecuado para la aliviar la existencia de los más vulnerables. Estaba convencido de la necesidad de secuestrar la riqueza para posteriormente redistribuirla. Hasta que a través de un amigo conoció a una persona de ideas contrarias que le animó a «aprender algo más». Siguió el consejo y acabó entendiendo «que la riqueza no era solo una tarta que había que dividir, sino que era dinámica y que podía crecer». De ahí llegó a la conclusión de que el beneficio no solo no era malo, sino que era necesario para sostener la vida, y también de que no bastaba con albergar buenos sentimientos hacia los pobres. «Para que coman hay que saber producir alimentos. Y al haber muchos pobres, hay que desarrollar ese sistema a gran escala». Ya estaba convencido de las virtudes del libre mercado.
Fundó en 1990 el Instituto Acton, así nombrado en memoria del ilustre católico inglés.
Deseaba mostrar que el amor por los pobres no tiene por qué plasmarse a través de perspectivas económicas socialistas.
Representa una línea nítida dentro del pensamiento social cristiano. Hay muchos otros que piensan de otra forma.
La economía y el compromiso social no son doctrina de fide. Son aplicación de la doctrina. De ahí que exista un amplio espacio para su aplicación prudencial.
Acepta que su línea no es doctrina de fide.
San Juan XXIII decía que los católicos «pueden tener opiniones distintas en estas materias y seguir siendo buenos católicos, siempre que respeten al prójimo en el debate».
¿En qué consiste la defensa moral del libre mercado?
Hay mayor posibilidad de practicar la virtud en una sociedad libre que en una socialista, porque disponemos del derecho de propiedad, que forma parte de las enseñanzas de la Iglesia, de la oportunidad de ser creativos y de dinero para ayudar a otras personas. Sin olvidar el hecho de que la dignidad de la persona humana, en su expresión económica, será más respetada en una sociedad que permite el libre funcionamiento de los mercados. Una sociedad socialista debilita el derecho de propiedad y entorpece la capacidad de cada persona para desarrollar sus iniciativas libremente.
¿Cómo compatibiliza la «opción preferencial por la libertad» con la opción preferencial por los pobres?
Si se quiere tener una opción preferencial por los pobres se necesita libertad para ayudarlos. No puedo ser generoso si no tengo recursos y si no hay propiedad privada porque no puedo serlo con la propiedad ajena. Y a nivel institucional, el libre mercado, al permitir la prosperidad, hace más por los pobres que el Estado.
¿Por qué?
Porque el Estado solo puede usar dinero que ya ha sido creado, cosa que en una sociedad libre solo pueden hacer las personas. Si se combinan el hecho de generar dinero con la opción preferencial por los pobres, se puede hacer mucho más que el Estado.
¿Niega cualquier legitimidad al Estado?
Por supuesto que no. San Pablo dice que Dios designa al Estado para gobernar. El problema es el tamaño del Estado y los límites de su intervención. No soy un anarquista y creo en la legitimidad de los gobiernos, pero hemos cometido el error en la sociedad de otorgar la primera opción al Estado. Es una violación del principio de subsidiariedad, cuyo escepticismo se proyecta hacia el Estado, no hacia la sociedad libre. De ahí que el protagonismo deba corresponder a los actores no estatales, como las familias. Se debilitan cuando el actor principal es el Estado. Si este se convierte en la primera opción, cuando la gente necesite alimentos, asistencia médica, vivienda o ayuda contra las drogas, tenderá a expulsar al resto de actores. Lo explicaba Benedicto XVI en Caritas in veritate: el Estado que hace todo, regula todo y suministra todo, terminará prescindiendo del hombre.
El desempleo vuelve a alcanzar cotas máximas y las personas están acostumbradas a beneficiarse de la protección del Estado. ¿Cómo se les convence, ahora que se quedan hasta sin vivienda, de que la solución consiste en crear su propio negocio?
Déjeme trazar una analogía: cuando una persona viene a verme y me dice: «Necesito mis drogas para vivir porque si dejo de usarlas sentiré que me muero», ¿le daremos más drogas o le decimos que las deje porque son el problema? En las sociedades socialistas nos hemos convertido en adictos al Estado.
Permítame insistir en el desempleo.
Es verdad que el nivel de desempleo es muy alto. Es difícil empezar un negocio en Europa. Es costoso, no solo por los costes directos, sino también por los indirectos, generados por una regulación que indica los requisitos para abrir una tienda, a quién se puede contratar o cuándo se puede echar a la gente si no rinde. Todo esto afecta a la creatividad de las personas. Si digo a alguien que necesitamos más intervencionismo estatal para poder hacer todo esto, es como darle más heroína para que se sienta mejor.
Ese es el diagnóstico. ¿Cuál sería el remedio?
Educar a la gente para que diga: «Es culpa del Estado si no se puede abrir un negocio, debido a tantas regulaciones, impuestos, trabas que apremian nuestra creatividad». La consecuencia de la situación actual es que la gente ni siquiera piensa en ideas nuevas.
¿En qué pasajes del Evangelio basa sus teorías?
En la parábola de los talentos el amo confía su riqueza a los sirvientes. El más productivo es el que más recibe. Y la parábola del buen samaritano es la parábola de la solidaridad: el samaritano actúa en nombre del hombre y garantiza su bienestar cuando sale fuera. ¡Es un comerciante que sale a hacer negocios! Como dijo una vez Margaret Thatcher: «Nadie se acordaría del buen samaritano si lo único que tuviese fueran buenas intenciones. ¡También tenía dinero!».
El Evangelio también dice que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de los cielos.
No estoy diciendo que tener éxito en el libre mercado sea una prueba de santidad. Eso se llama Evangelio de la prosperidad y es una herejía. Es la otra cara de la herejía de la teología de la liberación. El hombre rico no fue al infierno porque era rico, sino porque era orgulloso. El pobre no fue al cielo porque era pobre, sino porque era humilde. Esa no es mi respuesta. Es de san Agustín.