La llamada de la libertad
28 de mayo de 2018
Por admin

Siete autores en busca de Vargas Llosa.

A los liberales de habla hispana nos ha tocado la lotería con Vargas Llosa. Los artistas, cineastas, escritores, filósofos e incluso las más altas autoridades religiosas de América y Europa, y especialmente de España, suelen denostar el mercado, el ánimo de lucro, la especulación, la banca, la bolsa, las multinacionales. Tenemos la suerte de que un premio Nobel de literatura, no un economista filisteo, se declare sin rebozo defensor del capitalismo, de la propiedad privada y de la libertad individual. En La llamada de la tribu (2018), Vargas Llosa nos convida a que leamos a siete defensores de la libertad que le llevaron a abandonar el existencialismo y el socialismo de su juventud; pero también a algo más: lanza un mensaje de actualidad para los españoles, una crítica radical del nacionalismo, una exhortación a abandonar la tribu en favor de la sociedad abierta.

Vargas Llosa es sobre todo un gran novelista, un arquitecto del relato, que explora los fondos más oscuros de sus personajes, y lo hace con un dominio de las distintas sonoridades del español americano y europeo. No sería justo, pues, decirle que debería haber construido una filosofía sistemática y coherente del liberalismo democrático con esos mimbres. Eso nos toca a otros. Además, en la variedad de enfoques de los pensadores liberales que estudia él ve una de las características de la idea liberal, la de tolerar la discrepancia dentro de un marco común. En este punto recibió la inspiración de uno de sus siete autores, Isaiah Berlin, que le hizo ver que lo contradictorio de las creencias y aspiraciones de los individuos exigía respeto y tolerancia, si nos tomamos en serio la libertad. Berlin además tuvo el acierto de distinguir la libertad negativa (o frente a los demás) de la libertad positiva (o la de tener medios para hacer lo que nos venga en gana). Se dice que la mera libertad formal no es la que necesitan los pobres. Falso: baste con recordar la política de un hijo por familia en la China de Mao Zedong, o la esterilización forzosa de hombres y mujeres bajo Indira Gandhi para ver que la libertad formal es la que principalmente necesitan los débiles. En Raymond Aron y en Jean-François Revel admiró la resistencia a la seducción de los poderosos. Y en Ortega, la elegancia de la escritura.

ADAM SMITH.

Volvamos al principio. El libro comienza con Adam Smith. Muy acertadamente empieza por La teoría de los sentimientos mórales (1759). Es la Teoría una de las obras maestras de filosofía ética de su siglo y quizá de tiempos posteriores, al menos hasta que Freud sacara a escena el fondo salvaje de la naturaleza humana. Pero es que Freud había tenido que vivir la Primera Guerra Mundial. Yo creo que Smith tenía esta su primera obra en más alta consideración que La riqueza de las naciones (1776). Eso al menos indica el que Smith dedicara los últimos meses de su vida a revisar la sexta edición, incluyendo un cuidadoso estudio de la filosofía estoica. En todo caso, como bien dice Vargas Llosa, este libro echa por tierra la acusación de que los grandes clásicos de la economía no prestaban atención alguna a los impulsos no crematísticos de los humanos, ni siquiera cuando eran utilitaristas como Stuart Mill. Toda la filosofía de la libertad está basada en un impulso ético, el del respeto a las decisiones individuales.

Vargas Llosa ha entendido bien el principio animador de la filosofía económica de Adam Smith. Cuando se deja que la economía se desarrolle espontáneamente, en un entorno de “paz, impuestos ligeros y una administración de justicia tolerable”, como apuntó en 1755, la prosperidad viene sola. Esta doctrina no la llamaba laissez faire como sus amigos los fisiócratas franceses, sino “the system of natural liberty”, que se me antoja más exacto y estético. Se ha dicho equivocadamente que esas dos grandes obras se contradicen. Como bien sostiene el premio Nobel Vernon Smith, la Teoría de los sentimientos morales fue el análisis del comportamiento humano cuando no mediaba dinero y La riqueza de las naciones cuando los cálculos eran crematísticos. Vargas subraya que “esa libertad económica [es la que] sustenta e impulsa todas las otras”.

Cual todos los economistas clásicos, Adam Smith era firme partidario de la más alta remuneración posible para el trabajador y enemigo de los monopolios concedidos por el poder a su pequeño grupo de amigos. Con buen instinto nota Vargas la explicación que ofrece Smith de las diferencias de salarios, como cuando se paga menos por los trabajos más duros y desagradables, que por los más cómodos; o, añado yo, menos a las mujeres en edad de merecer. No entro en el detalle de todo lo que destaca Vargas Llosa, que para eso está el libro, pero sí decir que acierta al decir que Smith a veces se contradecía, como cuando defiende el impuesto progresivo o dice que era una utopía esperar que se restableciera la libertad de comercio en Gran Bretaña.

HAYEK Y POPPER.

Es muy llamativa la especial atención prestada a los dos filósofos de la gran sociedad o la sociedad abierta, Friedrich von Hayek y Karl Popper, que ciertamente no concitan unanimidad. Sobre todo creo que acierta de lleno al destacar la actitud de los dos frente al nacionalismo. Coincidían ambos en el camino para dejar atrás la tribu. La gran sociedad nacía de la extensión y apertura del comercio. El nacionalismo socava ese marco institucional. Hayek era un ciudadano del mundo que durante la Segunda Guerra Mundial eligió hacerse británico. Popper era tan contrario al nacionalismo que, aun siendo de ascendencia judía, siempre se opuso a la creación del estado de Israel.

Vargas Llosa se queja de que Hayek, en Camino de servidumbre (1944), no distinguiera claramente entre la opresión planificadora del comunismo y las reformas parciales de los socialdemócratas. La intervención moderada de los socialistas buscaba, dice Vargas, “atajar los excesos del mercado, crear una igualdad de oportunidades”. A la vista de lo ocurrido en la crisis de 2008, más bien habría que atajar los excesos de los bancos centrales y preguntarse si la llamada igualdad de oportunidades no acaba siendo mera igualación. Así, en Suecia se entrega a las familias un bono escolar con el que se busca que puedan elegir colegio. ¿Y qué se hace con los hijos de los que destacaron en sus estudios, que tendrán más medios que los que quedaron atrás? Para evitarlo se prohíbe que los ricos añadan dinero al bono que reciben los escolares de la segunda generación.

El general fracaso de la socialdemocracia en Europa y América nos dice algo sobre lo poco efectivo de la “ingeniería fragmentaria” defendida por Popper en La miseria del historicismo (1944-45) y en las notas al pie de La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Lo socialdemocrático de esa ingeniería lleva a Vargas Llosa a sostener que “el liberalismo de Popper es profundamente progresista porque está impregnado de una voluntad de justicia que a veces se halla ausente de quienes cifran el destino de la libertad solo en la existencia de mercados libres”. ¿A qué se refiere al decir “justicia”? Si justicia es dar a cada uno lo suyo, ¿qué es lo suyo de los más pobres? ¿La igualdad de fortunas? Esta “justicia” socavaría las oportunidades de los pobres. ¿No quedamos en que la libertad económica es la que sustenta e impulsa todas las otras? El estado de bienestar hace agua por todas partes. El método de ensayo y error está dando error tras error. Vistas las consecuencias inesperadas de esa ingeniería, no queda más que un tipo de reforma parcial aceptable: la que libera al individuo y reduce los controles, porque sabemos que la restauración de las libertades dará buenos resultados y no las sorpresas desagradables que estamos soportando.

No nos quedemos en estas críticas. La señora Thatcher, vista la resistencia de los blandos a sus reformas, hubo de dar un golpe en la mesa del consejo de ministros con La constitución de la libertad (1960) de Hayek, exclamando: “¡Esto es lo que creemos!” Y la idea de Popper de que no hay leyes de la historia y que el futuro está abierto es la que nos anima a seguir defendiendo el liberalismo

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