Si me pidieran que diera el nombre del pensador que, en mi opinión, más ha influido en la formación de las ideas sociales dominantes en la actualidad no dudaría en mencionar a Rousseau. En muy diversos sentidos fue el padre de lo políticamente correcto. Sus ideas sobre la necesidad de que el individuo renuncie a su identidad particular y se someta a la colectividad, la defensa del ecologismo ingenuo y de una visión falsa de la naturaleza, sus ataques a la propiedad privada y su formulación de los principios básicos de lo que hoy denominaríamos la educación “progresista” lo convierten casi en un personaje de nuestros días.
Nacido en Ginebra en 1712, Rousseau fue un filósofo que ejerció una gran influencia desde la publicación de sus primeras obras. Estaba convencido de que el ser humano tiene una bondad natural que la sociedad en la que vive se encarga pronto de pervertir; y a defender esta idea dedicó buena parte de su extensa obra política y literaria. Era preciso, por tanto, reformar la sociedad de una forma radical, lo que incluía, desde luego, su organización económica.
En la segunda parte de su Discurso sobre los orígenes de la desigualdad entre los hombres, incluyó su famosa idea, de acuerdo con la cual el primer hombre que un día cercó un terreno, dijo que le pertenecía y encontró a personas lo suficientemente simples corro para creerlo fue el auténtico fundador de la sociedad civil. Y lo más llamativo es que añadió a continuación que si la gente se hubiera opuesto desde el primer momento a tal propósito y hubiera denunciado la impostura de aquel hombre, el mundo se habría ahorrado innumerables “crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores”. Para él todo el progreso de la humanidad conseguido a partir del reconocimiento del derecho de propiedad era falso y despreciable.
La historia ha desmentido, ciertamente, sus teorías. Y hoy sabemos que, con el paso del tiempo, sería la obsesión por destruir la propiedad privada lo que llevaría a la tiranía, a los crímenes, a las miserias y a los horrores. Pero la idea de Rousseau sigue resultando, de forma sorprendente, muy atractiva en un mundo que ha conseguido niveles nunca imaginados de prosperidad gracias, precisamente, a una compleja estructura de instituciones basadas en el derecho de propiedad. Nuestro filósofo quería volver a un mundo utópico, que nunca existió en la realidad, en el que los hombres vivían felices de forma sencilla, en el que no existían el consumo suntuario, ni el vicio, ni la ambición por la riqueza; y en el que los niños no serían educados como los hacen nuestras sociedades degeneradas, sino “conducidos” al descubrimiento de las verdades simples de la vida.
La lectura de la obra de Rousseau en la segunda década del siglo XXI ayuda a entender mejor muchas de las ideas del pensamiento dominante en la izquierda europea. Su origen no está en Marx ni en Lenin. Los principios de lo que en su día se denominó el socialismo científico han fracasado y poca gente los defiende hoy. El mundo de la planificación soviética y de la revolución comunista sólo existe ya en zonas marginales de nuestro planeta. Pero los ataques a la responsabilidad personal, al pensamiento libre alejado de la corrección política y a la economía de mercado siguen constituyendo ideas muy extendidas. Nuestro mundo ya no es marxista, sino heredero directo del de aquel pintoresco personaje y prolífico escritor del siglo de las luces que se llamaba Jean-Jacques Rousseau.