¿Cómo evolucionan los precios en un mercado en el que la oferta es superior a la demanda? Cualquier estudiante de primer curso de Economía contestaría sin mayor problema que, en tal situación, debemos esperar una reducción de los precios. Y, si fuera un poco más sofisticado, añadiría que el hecho de que los precios hayan caído ya en años anteriores –como consecuencia de una recesión, por ejemplo– no es motivo suficiente para pensar que deberían recuperarse hasta volver a un nivel “normal”, definido éste como el precio que existía antes del cambio de ciclo. Terminada la recesión, los precios de un determinado bien o servicio pueden recuperarse, superar su nivel anterior o no volver a alcanzar dicho nivel en términos reales.
Los datos que la semana pasada presentó el Banco de España muestran que, a pesar del fuerte crecimiento que ha experimentado el empleo en nuestro país a lo largo de este año, los salarios se recuperan muy lentamente en un marco en el que los nuevos empleados están siendo contratados por las empresas con salarios inferiores a los percibidos por los trabajadores que tienen una cierta antigüedad. Y muchos de los nuevos contratos tienen carácter temporal.
Dos son, al menos, las circunstancias que explican en España el estancamiento de los salarios. La primera es de carácter general y afecta, en realidad, a todo el mundo occidental: la internacionalización de la economía. Aunque parece que mucha gente no es consciente todavía de las implicaciones de este hecho, lo cierto es que vivimos en economías abiertas. Y un resultado bien conocido en teoría económica establece que, cuando hay comercio internacional, los precios de los factores de producción en los diversos países tienden a converger. Y lo hacen por una razón bastante simple. La división internacional del trabajo eleva, en cada país, la demanda de los factores de producción que son utilizados de forma relativamente intensiva en la producción de los bienes o servicios en los que el país se especializa; y, por tanto, eleva también su remuneración. Pero tal remuneración se reduce cuando la demanda del factor cae. Por ejemplo, si la industria de confección textil se traslada a China o a India, los salarios que se pagan en este sector de la producción tenderán a subir en estos países; pero tenderán a bajar en España o Inglaterra. Sólo una formación adecuada de los trabajadores desplazados podrá evitar que el nivel de vida de éstos se estanque o se reduzca.
INGRESOS Y CONSUMO
La apertura de la economía echa abajo, además, otro argumento que se utiliza a menudo en España para defender la conveniencia de mayores subidas salariales: si crecen los ingresos de los trabajadores, éstos incrementarán su consumo, lo que elevará la demanda de los productos fabricados por las empresas españolas y contribuirá a relanzar la economía. Pues bien, esto no ocurrirá en todos los casos. Una parte del mayor consumo se orientará, ciertamente, a bienes y servicios producidos en España. Pero otra parte, y no pequeña, se dedicará a la adquisición de bienes importados. Y si los costes suben en las empresas españolas, éstas no sólo tendrán más problemas para exportar; perderán también una parte de su cuota en el mercado nacional.
La segunda circunstancia es específica del mercado de trabajo español. La reforma laboral que realizó el actual Gobierno ha sido, sin duda, positiva, pero se ha quedado muy corta. Los datos antes apuntados sobre nuevas contrataciones indican que nuestro mercado laboral continúa estando muy segmentado. Y una regulación intervencionista y confusa, acompañada por las sentencias de unos jueces que, con excesiva frecuencia, se posicionan claramente en contra de cualquier norma que intente flexibilizar este mercado, hacen que, incluso cuando la economía crece a una tasa del 3% y genera empleo, sigamos con tasas de paro muy elevadas. Y, si no se reforma de verdad el mercado de trabajo, será difícil conseguir que la tasa natural de paro de la economía española se reduzca sustancialmente. Y parece claro que con un 20% de desempleados –o con un 18%, o un 15%…– va a ser muy difícil que los salarios crezcan de forma significativa.
Estamos a las puertas de unas elecciones generales y el sufrido votante va a escuchar a los candidatos hacer todo tipo de promesas. Algunas serán sensatas; muchas otras no. Algunas podrán ser cumplidas; otras muchas, no. Varios partidos de izquierdas han incluido en su programa electoral echar abajo la última reforma laboral y volver a la situación anterior. Es un buen ejemplo de una promesa que puede ser cumplida, pero es insensata.
Lo que me pregunto es que pasaría si un partido llevara en su programa una nueva reforma, más seria y más valiente, orientada a terminar de una vez por todas con muchas de las rigideces que hoy atenazan al mercado laboral español. Sería una reforma sensata. Lo malo es que no estoy seguro de que, dado el país en el que vivimos, algún político fuera realmente capaz de cumplir la promesa de llevarla a cabo.