La Fortuna y el teatro de los nuevos profetas
18 de octubre de 2018
Por admin

Presentado el disparate –bolivariano– de los Presupuestos Generales del Estado para 2019 conviene reflexionar sobre algunas de sus claves profundas, que están enraizadas en una ideología periclitada que ha fracasado una y otra vez en la historia, pero que a este socialismo residual español, en crisis evidente (véanse los frutos autóctonos que da el árbol), parece importarle más bien poco. Evidentemente, si se analizan los Presupuestos enseguida se ve que el cañón Berta de su artillería apunta contra las empresas. Nada nuevo, ni nada que sorprenda. Es el programa habitual. Este PSOE de Pedro Sánchez, al que nada le queda de la vieja socialdemocracia, no sale, por muy fotogénico y “socialité” que se presente, del más rancio sectarismo. Como tampoco del populismo, del que, por cierto, también bebe incluso hasta el empacho.

Causa estupor oír hablar a los miembros del Gobierno de su compromiso y apoyo a los emprendedores –quienes, según ellos, son los encargados de hacer la transformación social y crear empleo estable–, mientras por debajo se atiza –con saña y bate de beisbol– a las empresas y empresarios. El cantar es muy viejo: es la manifestación del cinismo de su doble moral. Que se ve meridianamente clara en cuanto se levantan un poco los faldones al muñeco: al empresario lo aguantan con cierta condescendencia hipócrita mientras es “niño” recién nacido, al que bautizan eufemísticamente como emprendedor. Pero en cuanto el emprendedor “se hace mayor”, es decir tiene éxito, gana dinero y alcanza un cierto volumen de negocio y de empleados, entonces se convierte, mágicamente, en un esquilmador despreciable. En ese dogmatismo que lo impregna todo, el dinero y el florecimiento económico son males malditos y por eso los empresarios tienen que ser maltratados y estigmatizados, y, si se puede, aniquilados. Y lamentablemente en ello estamos una vez más, en el eterno retorno de lo mismo.

Vamos con cifras concretas. Las empresas españolas cargarán con el 67% de lo que –supuestamente– se va a recaudar con las subidas de impuestos del Gobierno. Al margen de la constante e indisimulada tendencia a la confiscación tributaria de esta gente, hace ya tiempo que gobiernos de distinto signo escamotean las importantísimas aportaciones que empresas y empresarios hacen a nuestra sociedad.

El truco en Sociedades

El truco sale bien gracias al desconocimiento grosero que existe en la población sobre cómo funciona el Impuesto sobre Sociedades, y sobre cuáles son sus efectos. Pero los datos son contundentes, por más que este Gobierno y sus socios, saturados de ideología, lo oculten o hagan como que no existe: leyendo el documento Taxation Trends in the European Union (2018) de la Comisión Europea se ve enseguida que las empresas, y los empresarios, son el pilar fundamental sobre el que se sustentan las sociedades europeas.

El tributo, lealmente asumido, que soportan las empresas a través de las llamadas “contribuciones sociales” sigue siendo la vía tributaria que más recaudación aporta: 92.000 millones de euros frente a 72.000 millones del IVA, o en términos de PIB, un 8,2% frente a un 6,4%. A pesar de lo que propaga la pésima demagogia de nuestros demagogos, nuestro puesto en términos de recaudación del IVA dentro de la UE es el 26 sobre 27, pero en las contribuciones empresariales –sorpresa, sorpresa– estamos en el puesto 8. Con lo que ya está dicho todo. Lo que no quita para que sigan con la demagogia y la cantinela. Como la realidad al final se impone, para sufragar la borrachera de gasto en la que, como es habitual, van decididamente a embarcarse, no les va a quedar más remedio –por mucho que lo disfracen o lo nieguen– que subir con carácter generalizado todos los impuestos indirectos, como evidencia el caso del diésel. Y eso después de que las empresas del sector automovilístico hayan hecho ingentes inversiones para lograr que esos vehículos sean cada vez más eficientes y ecológicos.

En los tributos directos, la subida del 1% del Impuesto sobre el Patrimonio, a partir de 10 millones de euros, es también interesante. Hay que recordar, y van varias veces ya, que el único país de nuestro entorno que lo mantenía, Francia, adelantó a 2018 la eliminación de un tributo que es manifiestamente injusto y antieconómico. España ya es el único país del mundo desarrollado que lo mantiene, otra vez el farolillo rojo. En este asunto, es oportuno citar el importante discurso programático del 4 de julio de 2017 en el Palacio de Versalles ante la sesión conjunta de la Asamblea Francesa. Allí, el primer ministro francés, Edouard Philippe, anunció la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio (ISF o Împot de Solidarité sur la Fortune), que ha pasado a gravar los patrimonios inmobiliarios (una especie de IBI) “a fin de fomentar la inversión en el crecimiento de nuestras empresas”. Aquella propuesta, que concretó una de las promesas electorales del Presidente Macron, fue recibida con aplausos. En la campaña, Macron había insistido en que el Impuesto sobre el Patrimonio producía huida –si no estampida– de contribuyentes y de “emprendedores”, y era perjudicial para la actividad empresarial y, por tanto, para la creación de empleo. Así de sencillo.

Catástrofe

¿Qué pasa entonces, que por un milagro socialista el Impuesto sobre el Patrimonio no tiene en España la perniciosa repercusión sobre el empleo que tiene en Francia? Esto parece el milagro de Lourdes, pero al revés. Y algo más: si tenemos en cuenta las recientes declaraciones del otro Sr. Nadal, parece que el nuevo PP y su nuevo líder no tienen suficientemente claras estas ideas.

Es evidente que nos hallamos ante un presidente de Gobierno que parece creerse tocado por el dedo de la Fortuna. Puede que los penosos avatares vividos en su partido le hayan llevado a creerse elegido por el destino. Vale. Ya ha habido otros profetas que también se creyeron salvadores. Y sabemos cómo acaba siempre esto: en la catástrofe.

No debería, sin embargo, este creador de milagros, del Presupuesto y de la Política, olvidar el saber clásico que dice que los dioses ciegan a quienes quieren destruir. De paso, hay que añadir que ya en su etapa de concejal del Ayuntamiento de Madrid el actual presidente se preparó para el trance con clases de interpretación y teatro. Veremos cómo acaba la tragicomedia. A pesar de los cálculos prodigiosos que sus gurús demoscópicos le hacen, no puede descartarse que los españoles descubran lo que hay detrás de tanta performance: otra vez parón económico, caída de productividad, déficit desatado, mayor crecimiento del paro y graves dificultades, y lo que ya hay, desgobierno. Las pruebas son evidentes. 

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