La conveniencia de establecer o no un salario mínimo y la determinación de su cuantía, en el caso de que se establezca, son cuestiones que se debaten desde hace largo tiempo. Y todo indica que se seguirán discutiendo en el futuro. Mucha gente da por supuesto que el salario mínimo es una conquista social irrenunciable; y se sorprende mucho al saber que algunos de los países más avanzados del mundo no lo hayan considerado una cuestión especialmente relevante; y que, por ejemplo, Alemania no lo estableciera hasta el año 2015; lo que evidentemente no significaba que los trabajadores alemanes tuvieran remuneraciones más bajas que los de otras naciones.
El argumento en favor del salario mínimo es claro y tiene que ver más con la distribución de la renta que con la organización de la producción. Se basa en la idea -acertada en muchos casos- de que con 800, 900 o, por qué no 1.000 euros resulta difícil, en un país congo España, pagar un alquiler y mantener una familia. El objetivo que se persigue al establecer un salario mínimo es claro, por tanto. Se trata de elevar el nivel de vida de los grupos sociales de menores rentas impidiendo que se pueda contratar a trabajadores por debajo de un determinado nivel salarial, que garantice ese nivel de vida básico. ¿Cómo puede alguien oponerse a esto?
Lo cierto es que en pocos casos se presenta de forma más clara la diferencia entre lo que se ve y lo que no se ve de una medida de política económica. Porque, a pesar de que aparentemente un mayor salario mínimo signifique un mejor nivel de vida para los trabajadores de menor cualificación, esto no tiene por qué ser así. La idea clave es que el salario mínimo no afecta por igual a todos los que forman la población activa de un país; y que quienes resultan más perjudicados por su existencia son precisamente aquellos trabajadores a los que la regulación intenta proteger; es decir, los menos cualificados, entre los que ocupan un lugar importante los jóvenes sin experiencia laboral. Por eso es un error analizar los efectos del salario mínimo fijándose en aquellas personas que lo reciben como compensación a su actividad laboral y deducir del número de éstas su relevancia en nuestra economía. En un mercado competitivo tales personas obtendrían, seguramente, una remuneración similar. Donde hay que observar los efectos del salario mínimo es, en cambio, en aquellos trabajadores que no lo cobran; y no lo cobran porque están en el paro.
Hablar de que un salario es demasiado alto o demasiado bajo per se tiene, en realidad, poco sentido para un economista No existen los salarios altos o bajos al margen de lo que el trabajador aporta a su empresa. Si alguien tiene un empleo bien remunerado en el sector privado es porque a la empresa le interesa pagarle la cantidad que percibe. Si, por el contrario, un empresario no quiere contratar a un trabajador que no pide cobrar más que el salario mínimo, es, simplemente, porque no le compensa tenerlo en plantilla. Y solamente le dará un puesto cuando el valor esperado de su producción sea, al menos, igual al coste que a la empresa le supone emplearlo.
Otro argumento en favor de elevar el salario mínimo -v las remuneraciones salariales, en general- que se utiliza con frecuencia en España, en especial desde el principio de la crisis, es de carácter macroeconómico. Así se afirma que hay que elevar los salarios para impulsar el consumo y propiciar así la creación de empleo. En este sentido, un salario mínimo bajo sería incoherente con una política de relanzamiento de la economía española. De acuerdo con este argumento, con sueldos más altos, aumentaría la demanda agregada y crecerían la producción y el empleo. Esto está muy bien, pero hay una pequeña dificultad. ¿Qué ocurre si, como consecuencia de la subida de los salarios, las empresas contratan menos empleados? Algunos trabajadores ganarán más y consumirán más, sin duda, pero otros ganarán menos v consumirán menos.
Enfoquemos el tema como lo enfoquemos, no cabe duda de que uno de los problemas fundamentales de la economía española sigue siendo su elevada tasa de paro, con los efectos que ésta tiene en el resto de variables económicas, desde el nivel de actividad al déficit público. Tratar de arreglar las cosas elevando los salarios v dificultando la creación de empleo tiene, por tanto, muy poco sentido. Aunque todos seamos conscientes de que a quien gana sólo el salario mínimo le cuesta llegar a fin de mes.