España es el país con la tasa más alta de empleo temporal de la Unión Europea. Además, según el registro que realiza Eurostat desde 2003, somos los que más veces hemos liderado esta clasificación, con Polonia en segundo lugar. Los últimos datos, correspondientes al segundo trimestre de 2019, indican que el 26,4% de los trabajadores españoles tenía un contrato de duración determinada, una cifra muy preocupante si la comparamos con la media de la UE, que se sitúa en el 13,6%. Es decir, España la duplica. Nos siguen en tasas de temporalidad Polonia (22,2%), Portugal (21,0%) y los Países Bajos (20,5%). En el extremo contrario se hallan Rumanía (1,5%) y los bálticos: Lituania (1,5%), Letonia (3,1%) y Estonia (3,4%).
Si se observa la evolución del mercado laboral desde 2008, el empleo eventual se ha reducido un 0,2% en el conjunto de la UE. Croacia (5,8%), Italia (4,3%) y Luxemburgo (3,1%) presentan las subidas más acusadas, mientras que Polonia (-4,4%), Eslovenia (-3,9%) y Alemania (-2,6%) han experimentado los mayores descensos. En España también ha disminuido, pero apenas un 1,3%.
Esta alta tasa de trabajo temporal en el mercado laboral no constituye sino el reflejo de las necesidades de una estructura productiva determinada, cuya evolución es manifiesta. Frente a tiempos pasados, los requerimientos del tejido empresarial están hoy fuertemente orientados hacia un gran peso de ocupaciones de baja cualificación. Por ejemplo, cada vez que el consumidor adquiere un producto en internet, se evita ir a una tienda, en la que sus empleados suelen ser entendidos en la materia. Esta compra por internet supone el desplazamiento de la ocupación desde un vendedor, muchas veces muy competente, hacia un repartidor que cobra un menor sueldo que el dependiente de comercio.
A esto se une el que, a diferencia de otros países, el sistema español de negociación colectiva protege bastante los intereses de los trabajadores, privilegiando los contratos indefinidos. Eso se supone que es teóricamente bueno, pero en la práctica una indemnización por despido muy alta no favorece el desarrollo del empleo estable. Al contrario, incentiva la automatización y/o robotización de muchos procesos.
Por otro lado, las elevadas cotizaciones sociales, que fundamentalmente pagan las empresas, suponen también un impuesto sobre el trabajo. Todo ello, unido a la rigidez laboral de los contratos, induce a las grandes industrias a marcharse a países con menores costes salariales y mayor flexibilidad para el despido. Así, la competitividad necesaria para que las empresas sobrevivan ha alcanzado una dimensión global. Por tanto, y dado que ya no hay puestos laborales para toda la vida, aprender a reinventarse resultará esencial de cara a disponer siempre de un buen empleo. En conclusión, haríamos bien en asumir que el trabajo temporal va a ser de todo menos, precisamente, temporal: ha venido para quedarse.