Vivimos la peor recesión económica del último medio siglo sin que asumamos esa cruda realidad. La supuesta impasibilidad de los músicos de la orquesta del Titanic mientras el transatlántico naufragaba es una actitud inasumible para toda persona consciente de la situación. Resulta alarmante que el mayor esfuerzo del Ejecutivo consista en ofrecer una buena imagen, merced a unos seductores relatos. El abuso de los informativos de las cadenas televisivas progubernamentales ha conseguido adoctrinar a los más influenciables, pero nos ha hundido más en la crisis.
Conviene recordar que estamos sosteniendo el bienestar que disfrutamos a base de hipotecar el porvenir de varios lustros. España no se convertiría en la más perjudicada por la pandemia si nuestros populistas gobernantes se hubieran mostrado menos soberbios. Imitar a los países que nos aventajan tiene menos glamur, pero sale más rentable. No se trata de una exageración, pues los datos de la OCDE son tan decepcionantes como irrefutables.
España registra en el segundo trimestre un descenso del 22,1% del PIB en términos interanuales. Constituye el mayor porcentaje de toda la OCDE y dobla la media de esta organización. De acuerdo con los datos de Eurostat, nuestro país también arroja la mayor caída en empleo de la eurozona (7,6%), donde la media se sitúa en un 2,9%. Estos pésimos datos se derivan tanto del aumento de gasto público que adoptó Sánchez cuando llegó al poder como de la pésima gestión de la pandemia.
Nuestro país es el segundo del mundo que más muertes por millón de habitantes ha sufrido a causa del coronavirus (650 fallecidos). Sin embargo, lo más preocupante no reside en este patético presente, sino en las previsiones que se conforman a la vista del CLI, siglas en inglés del índice compuesto de indicadores adelantados de la OCDE. Este agregado sintetiza en un único número el comportamiento de diversas variables (horas trabajadas, solicitudes de desempleo, pedidos de fabricantes, evolución de la bolsa, confianza de los consumidores, etcétera) y es un predictor bastante fiable de la actividad para los próximos seis-nueve meses. De nuevo, España arroja el peor valor (93,2) entre los países europeos que pertenecen a la OCDE. En el otro extremo figuran Finlandia (99,9), Alemania (99,4) y Bélgica (99,3). Registrar el valor más reducido anticipa un escenario muy sombrío, en el que se crearán menos empresas.
Otro barómetro para analizar el futuro de un país lo ofrece el paro juvenil. Cuando el porcentaje es muy alto, el talento joven emigra y esta pérdida del capital intelectual más prometedor mata la ilusión y la confianza de una nación. Nuestro país ostenta la peor cifra de Europa: el desempleo en este segmento de la población es del 41,4%. El remedio pasa por una subvención que esté siempre ligada a una contraprestación social, pues de otro modo se pervierte la voluntad de salir adelante por uno mismo. Como era de esperar, el mejor porcentaje lo presenta Alemania (5,7%), donde la formación profesional dual ayuda a incorporar a los estudiantes a las empresas donde hacen prácticas.
Este panorama económico exige que los partidos políticos se comporten de un modo responsable y se pongan de acuerdo para acometer una cirugía dolorosa: aplicar la austeridad en el gasto público. No hay presupuesto, ni capacidad de endeudamiento, para mantener las dispendiosas reformas y promesas que hizo Sánchez por motivos electoralistas. Además, hay que flexibilizar el mercado laboral, porque nadie contrata un trabajador cuando el coste de su despido resulta desproporcionado frente al valor que genera.
Por último, los acosos confiscatorios a la propiedad privada, como el impuesto sobre el patrimonio, no ayudan a atraer a inversores extranjeros. ¿Por qué no dejan de jugar a aprendices de brujo e imitan las austeras políticas de los países que están sorteando la crisis?
No está claro que salgamos más fuertes de la crisis, pero más tarde seguro.