Uno de los rasgos distintivos del pensamiento económico del siglo XX, en comparación con la ciencia económica de períodos anteriores, es su carácter predominantemente empírico, lo que exige la utilización generalizada de métodos estadísticos que permitan analizar los datos que reflejan el comportamiento de las variables estudiadas. Desde hace más de ochenta años, la estadística aplicada a la economía recibe el nombre de econometría. Como en todas las nuevas disciplinas, resulta difícil elegir un solo nombre al que se pueda atribuir su nacimiento y primeros desarrollos. Pero pocos economistas discutirán que si una persona desempeñó un papel fundamental en los orígenes de la econometría ésta fue Ragnar Frisch.
Frisch nació en Noruega el año 1895. Pronto se interesó por la economía y las matemáticas, y en uno de sus primeros artículos, publicado el año 1926, defendió la idea de que la economía debería seguir un proceso de formalización similar al que desde hacía varios siglos había experimentado la física. Pero sería en 1930 cuando daría un paso fundamental en su carrera al ser uno de los impulsores de la formación de la Econometric Society. Fueron 16 economistas destacados los que crearon la sociedad; y en la lista inicial no sólo había especialistas en matemáticas y estadística, sino también algunos de los economistas más destacados del momento, como Schumpeter, Hottelling o Irving Fisher, que fue su primer presidente. Desde el principio, se decidió que era importante disponer de una revista especializada, a la que se dio el nombre de Econometrica. Frisch fue una figura clave en esta publicación, que dirigió durante más de veinte años, velando por su rigor científico y procurando, en sus propias palabras, que no toda aplicación de la matemática a la economía fuera aceptada como una aportación relevante a la disciplina.
La nueva econometría obtuvo pronto un gran éxito en el mundo académico. Durante algún tiempo fue un dicho conocido en la profesión que, tras la Segunda Guerra Mundial, dos disciplinas tenían perspectivas brillantes en la ciencia económica, la econometría y la teoría de juegos; como dos países tenían un gran futuro económico, Japón y Argentina. Pero –se concluía– la econometría y Japón tuvieron éxito; y la teoría de juegos y Argentina, sin embargo, se estancaron. Con el tiempo, la teoría de juegos triunfaría también, pero es evidente que Argentina no lo consiguió nunca.
La econometría se encontró pronto con un enemigo tan pintoresco como peligroso, el camarada Stalin, cuyo economista de cabecera, Ostrovitianov, dijo que la econometría era “la escuela archiburguesa de la estadística matemática”. Y, por si hubiera alguna duda del poco respeto que el dictador tenía a los números, no dudó en fusilar a Kondratiev cuando vio que los cálculos de éste no mostraban los supuestos grandes logros de la planificación soviética.
Lejos de tan absurdo debate, Frisch fue reconocido en el mundo académico como el padre de la moderna econometría y, por ello, recibió en 1969, cuatro años antes de morir, el primer premio Nobel de Economía, que compartió con otro economista cuantitativo, el holandés Jan Tinbergen.