Hay mucho populista que ve en la desigualdad la causa de la pobreza, tópico que comparten muchos de los que han hecho de vivir a costa de los demás todo un arte. A estos se unen quienes sienten que a ellos les va mal porque a otros les va bien, sin pararse a pensar en el distinto esfuerzo que han podido hacer. La suerte no la reparte la ruleta del casino, sino que nace de la intuición, la laboriosidad y una ilusión que motiva a superarse.
La desigualdad suele ser la consecuencia del ejercicio de la libertad. Solo quien se atreve a anticiparse de un modo diferente e innovador logra más fortuna que los excesivamente precavidos. Estos, a veces, prefieren asegurar un trabajo estable (aunque les frustre el resto de sus vidas) a involucrarse en una aventura incierta que conlleve vicisitudes. Que la desigualdad sea legítima o no proviene de la ética con que se labre la fortuna. Aunque quien posee mucho más que la media no tiene obligación de devolver a la sociedad lo lícitamente conseguido, sí contrae la responsabilidad moral de promover el bienestar ajeno.
Por tanto, el genuino drama humano no es la desigualdad, sino la pobreza, desgracia que, a largo plazo, debe combatirse dando formación e invirtiendo en acciones que consigan que todos tengan el orgullo de ganarse la vida. La solución no pasa por arruinar a los ricos a base de impuestos, ya que, aunque se redujera la desigualdad, aumentaría la pobreza. Algo que también ocurre si se ponen trabas a una legítima desigualdad, dado que, cuando el esfuerzo adicional no compensa el beneficio marginal obtenido, se produce solo lo necesario para obtener el propio bienestar.
El ranking muestra que la desigualdad medida por el índice de Gini es menor conforme crece el porcentaje del gasto público en el PIB (correlación –0,44) y el PIB per cápita (–0,4). Esta relación se justifica porque, cuando la proporción de gasto público sobre el PIB es grande, hay fondos para socorrer a los indigentes. También un mayor PIB per cápita influye, ya que los particulares se muestran más proclives a donar dinero a iniciativas sociales privadas.
Europa es la región del mundo con una desigualdad más moderada. España alcanza un valor bastante bueno frente a los estándares internacionales (más de 4), pero bajo respecto a los europeos. Una de las causas puede residir en una menor contribución de los particulares a mitigar la pobreza, al carecer de suficientes incentivos fiscales. Lo prueba el que haya muchos países, como Irlanda, Corea del Sur, Suiza, Australia o Canadá, que, gracias a sus bajos impuestos, tienen niveles de desigualdad muy bajos.
Hay que procurar imitar este modelo, dado que, cuando la pobreza la combate el Estado, sale más caro. Si lo mejor para reducir la desigualdad es un Estado limitado, capaz de incentivar el potencial de cada ciudadano, lo peor es uno hipertrofiado e intervencionista: el que España padece.