En 1980, la victoria de Ronald Reagan que lo convirtió en presidente de Estados Unidos (EEUU) supuso un cambio radical en la economía global. En Gran Bretaña, un año antes, se produjo un cambio de idénticas características: los laboristas, incapaces de resolver la crisis económica, fueron derrotados por Margaret Thatcher, del Partido Conservador. El mundo entró en un ciclo de cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. Los resultados de estas políticas fueron buenos durante prácticamente dos décadas (1982-2001). Y aunque el Partido Conservador británico gobernó diecisiete años, sus políticas las siguió aplicando durante algunos más Tony Blair, del Partido Laborista. Lo mismo ocurrió con el Partido Republicano estadounidense, que gobernó durante doce años pero cuyas ideas fueron mantenidas ocho más por el presidente Bill Clinton, del Partido Demócrata.
La victoria de Donald Trump, junto con la decisión de Gran Bretaña de salirse de la Unión Europea (UE), va a suponer un nuevo cambio radical en la economía mundial. Si las políticas de Thatcher y Reagan apostaban por la apertura exterior, mejorar la productividad, por el cambio tecnológico y el aumento de la competitividad de las empresas, las de Trump se dirigen en la dirección contraria.
En primer lugar, quiere proteger la economía frente a la competencia exterior y castigar a las empresas americanas que manufacturen sus productos en el extranjero. Para ello, Trump pretende reforzar la producción interna con el lema: “Los norteamericanos deben comprar productos norteamericanos”. También propone derogar el Acuerdo Transpacífico y el TLC de América del Norte, así como incrementar los aranceles a los productos que provienen de México y China. Quiere satisfacer de este modo las demandas de los trabajadores y de los empresarios de los sectores más maduros, que sufren la competencia de países con mano de obra más barata, y que, como consecuencia, están perdiendo sus empleos.
En segundo lugar, pretende frenar la inmigración, también la de mano de obra cualificada, como son los investigadores y tecnológos, con el fin de reservar este tipo de empleos a los estadounidenses, lo que va a generar menores niveles de productividad. Entre otras medidas, quiere expulsar a once millones de trabajadores mexicanos indocumentados, para mejorar la situación de aquellos autóctonos desplazados de sus puestos por esos inmigrantes.
Tercero, va a reducir el avance tecnológico, al apostar por las industrias tradicionales, dado que éstas generan mucho empleo frente a otras más desarrolladas o menos contaminantes.
Trump se sitúa así entre los líderes populistas de todo el mundo que aspiran a satisfacer a una parte importante de la población de baja cualificación profesional frustrada por la mayor inseguridad económica y laboral. El discurso de Trump es el mismo que generó el adiós británico a la UE bajo el eslogan “Inglaterra para los ingleses”. El mismo que está permitiendo el avance del partido populista Alternativa para Alemania en contraposición a la política migratoria adoptada por la canciller Angela Merkel, o el que está abriendo la posibilidad de que Marine Le Pen gane las elecciones francesas del año que viene, enarbolando la bandera de que hay que reducir la desigualdad y ofreciendo un referéndum para que el país galo abandone la UE. Movimientos políticos manifiestamente xenófobos y proteccionistas que avanzan hacia la descomposición del orden económico internacional.
De cumplirse las promesas de Tump, cambiará la faz de la tierra, ya que lo que ocurre en EEUU repercute en todas las latitudes del planeta. Cuando EEUU tose, Europa se resfría, Asia se enferma y las economías emergentes colapsan. Esto no es nuevo, funciona así desde hace muchas décadas, y se debe al éxito de la economía estadounidense, que acapara el 30% del PIB mundial. Una pujanza que se apoya en un crecimiento muy robusto basado en: a) grandes inversiones empresariales, b) un elevado gasto en educación (como porcentaje del PIB, es más alto que la media europea), el cual genera un alto nivel de capital humano y c) una progresión constante en la innovación y la tecnología.
A ello se une una larga tradición de mantener su economía muy abierta al comercio internacional, con libre flujo de capitales; una política laboral extremadamente flexible; instituciones independientes y con mucho poder, que han mantenido la estabilidad macroeconómica a lo largo de su historia; y un respeto absoluto por el mercado y la libre competencia como el sistema más eficiente para asignar los recursos productivos.
Sin embargo, justo este éxito del modelo productivo ha generado un efecto colateral cada vez más preocupante, que es el aumento de la desigualdad, provocada por los bajos salarios. Esto está poniendo en riesgo los pilares del modelo social americano. El desequilibrio en la distribución de la renta se está haciendo insoportable. En 2015, el índice Gini de EEUU estaba en niveles muy altos, 0,48 (el valor 0 representa la igualdad perfecta y el 1, la desigualdad total). La poca equidad en la distribución de la renta, junto a la creciente entrada de extranjeros, es una de las principales causas del descontento de una parte de la población norteamericana.
Por tanto, cerrar esta brecha social es uno de los retos de la Administración Trump. De no implementarse medidas para ello, EEUU se enfrentará a un fuerte problema. Pero luchar contra la desigualdad no significa ir para atrás, como los cangrejos, estimulando a las industrias maduras, introduciendo más proteccionismo y reduciendo la libertad de circulación de las personas.
El proteccionismo, que ahora parecen ensalzar las administraciones conservadoras de Estados Unidos y Gran Bretaña, nunca fue un buen camino para resolver los problemas económicos de los países. A lo largo de la historia, muchos gobiernos se han visto tentados de utilizar políticas de este tipo, que, como su propio nombre indica, implican proteger la producción nacional frente a la competencia exterior. La historia económica demuestra que cuando se sustituyen las importaciones, las economías se estancan. En cambio, cuando éstas se abren y siguen una estrategia exportadora, se dan mayores niveles de crecimiento y empleo.
En definitiva, la economía mundial se resentiría profundamente ante un eventual aumento del proteccionismo en EEUU. Pero los efectos más negativos se producirían en la propia economía de este país: el resto del mundo reaccionaría levantando barreras a la entrada de sus productos. Este aumento generalizado de la protección provocaría una contracción del comercio internacional y una menor eficiencia económica, lo que disminuiría las oportunidades de generar ventajas competitivas. Una pena, ya que, tal como demuestra la Teoría Económica, el comercio internacional contribuye poderosamente a aumentar la renta y la riqueza de los países. De ahí que la mayoría de los economistas defiendan el libre mercado como un instrumento que mejora las condiciones de vida y de trabajo de todos los que participan de él.