Quienes prefieren seguridad a libertad siempre han recelado de la globalización, tendencia que los atemoriza por la novedad que conlleva. El coronavirus, al tocar un tema sensible como la salud, está siendo útil para arreme er contra quienes desean un mundo abierto, lleno de ilusionantes posibilidades. La pandemia del covid-19, el cambio climático y la crisis financiera de 2008 ha alimentado la desconfianza hacia la globalización, suspicacia que crece al ver que quienes nos gobiernan están muy perdidos.
Este desconcierto ha llevado a que algunos políticos aborden problemas complejos con recetas simplistas, justo esas que entusiasman a los que protestan con más vehemencia. La pandemia está siendo aprovechada para cuestionar la globalización por los nuevos luditas, quienes, por tranquilidad, quisieran continuar en la mediocridad conocida, para evitarse el desasosiego de reinventarse para afrontar el progreso.
Los antiglobalizadores exigen volver a poner fronteras entre los países para evitar la emigración, impedir el libre comercio y dar más poder al Estado y que incluso limite dónde y cómo queremos vivir. Muchas veces, detrás de este obsoleto proteccionismo no está la comprensible prevención de una enfermedad, sino intereses mezquinos. Por ejemplo, el miedo a la competencia de los productos o al capital intelectual de otras naciones. Una mayor globalización en sus cuatro dimensiones (producción, mercados, empresarial y tecnológica) genera mayor bienestar en el mundo que la repetición del pasado.
Es un hecho que el coste de los productos y servicios se abarata cuando existen tanto empresas de gran tamaño que han optimizado su especialización, como startups con un ingenio asombroso para diseñar productos más eficientes a menor precio. La globalización permite también colaborar y generar sinergias con los innovadores complementarios. El covid-19 será vencido antes en un mundo conectado, en el que se comparta el conocimiento, que en otro fraccionado en países estancos. El ranking de esta semana demuestra justamente la fortaleza de la globalización mediante su indicador más representativo: el tráfico comercial.
Así, las exportaciones totales de la UE-28 en 2019 alcanzaron los 5.611.768 millones de euros, siendo las habidas dentro de la UE 3.572.562 y las enviadas fuera, 2.039.205. Las masas monetarias que mueven los países expuestos indican que la globalización es imprescindible para financiar su elevada calidad de vida. Si esas transacciones disminuyesen, el mundo se empobrecería gravemente, siendo los países menos desarrollados los más perjudicados. Sin embargo, la globalización no se perfecciona porque crezca, sino porque mejore el cumplimiento de los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio, se respete más la propiedad intelectual y se disuada la comisión de fraudes con sanciones ejemplares. Así se evitaría el tráfico de productos no fiables, como los test del covid-19 que nos vendieron