A lo largo del último siglo, la economía, como las demás ciencias, ha experimentado el mayor desarrollo de toda su historia. Y en ella ha tenido lugar –también como en otras disciplinas científicas– un amplio proceso de especialización, con indudables ventajas e inconvenientes. No cabe duda de que centrarse en un tema concreto permite al investigador profundizar mucho más en él, ya que nadie es hoy capaz de ser solvente en todas las ramas de la economía. Pero, por otro lado, esta especialización ha hecho que muchos profesionales pierdan la visión global de su disciplina. Y tal cosa puede plantear problemas a la hora de analizar algo tan complejo como la economía contemporánea; y más aún si se trata de utilizar la teoría como base para la política económica.
Por otra parte, la economía se ha hecho cada vez más empírica. Hoy la mayoría de quienes nos dedicamos a esta ciencia pensamos que las teorías tienen que contrastarse con la realidad; y que, si no son capaces de explicar lo que sucede en el mundo, deben rechazarse y ser sustituidas por otras. Para trabajar con esta metodología ha sido preciso desarrollar técnicas de medición más precisas y mejores modelos estadísticos. La certeza de los resultados obtenidos en estos estudios no es total, ciertamente. Pero no cabe duda de que hemos avanzado de manera importante en este campo.
En lo que al análisis del comportamiento del sector público y la política económica hace referencia, hay que señalar que la ciencia económica se ha visto muy condicionada por el papel cambiante del Estado a lo largo del último siglo. Aunque una cosa es la economía positiva –es decir, el estudio de los hechos y su explicación mediante modelos– y otra la política económica, que analiza la forma en que los gobiernos gestionan y orientan la actividad económica, no cabe duda de que ambas disciplinas mantienen una estrecha relación y se condicionan mutuamente. Y los economistas han desempeñado un papel importante en estos cambios al ofrecer una visión crítica del mundo que les tocó vivir y sugerir –o, al menos, fundamentar teóricamente– las nuevas ideas que, para bien o para mal, venían a sustituir a las anteriores.
El lector que tenga la paciencia de seguirme durante el mes de julio en esta serie de artículos obtendrá una visión global de la ciencia económica contemporánea a través de las aportaciones de los pensadores que contribuyeron de forma más destacada al desarrollo de cada uno de sus campos: desde la formalización matemática y la teoría de los juegos al análisis económico del derecho y las instituciones; desde los fundamentos del equilibrio general a las aplicaciones de la psicología conductista al estudio de nuestro comportamiento económico.
Y espero que se dé cuenta de que, como señalaba George Stigler, la actividad de un economista académico en la búsqueda de la verdad, aunque no sea tan apasionante como mandar una carga de caballería, puede resultar muy interesante.