Las peculiaridades de las relaciones económicas internacionales y, en especial, las restricciones que siempre se han aplicado al comercio entre países son temas que han preocupado a los economistas desde el origen mismo de nuestra ciencia.
En 1776, Adam Smith formuló la idea de que no deberían existir, como norma general, diferencias entre el comercio que tiene lugar entre las empresas y los consumidores del mismo país y el comercio que se realiza entre personas o empresas de naciones diferentes. El principio de comprar donde más barato se venda y vender donde más caro se compre debería ser de aplicación a todo tipo de transacciones.
Y la extensión de comercio permitiría la ampliación del mercado, lo que daría origen a una mayor especialización, a una mayor productividad y, por tanto, a un nivel de bienestar más elevado para la población. Cuarenta años más tarde, David Ricardo demostró que, aunque un país pudiera vender a precios más bajos todas las mercancías, le interesaría especializarse en aquellas en las que su ventaja fuera mayor. Es la llamada teoría de la ventaja comparativa que sigue constituyendo el principio básico de la teoría del comercio internacional.
Ventaja comparativa
Pero pasaría aún mucho tiempo antes de que se resolviera una cuestión fundamental: ¿por qué un país tiene ventaja comparativa en un determinado producto? La pregunta tiene una respuesta fácil si la razón es la existencia de recursos naturales. A nadie le plantea dudas el hecho de que Canarias se dedique al turismo, de que Chile exporte cobre o de que Colombia venda café a medio mundo. Pero, ¿qué ocurre con bienes como la ropa, los ordenadores o los coches? El economista sueco Bertil Ohlin consiguió en 1977 el premio Nobel de Economía al ofrecer una explicación convincente a esta cuestión.
Nacido en Klippan, en 1899, Ohlin fue catedrático en las universidades de Copenhague y Estocolmo. A partir de una idea de otro economista sueco, Eli Hescksher, atribuyó en su modelo gran importancia al análisis de los factores de producción. Supongamos que sólo existen dos factores, trabajo y capital. Todos los bienes necesitan de ambos factores para su producción; pero no en la misma proporción. Y todos los países del mundo disponen de dichos factores; pero, de nuevo, no en la misma proporción.
Lo que el denominado teorema Heckscher-Ohlin establece es que los países tendrán ventaja en la producción y exportación de aquellos bienes que sean relativamente intensivos en su factor de producción relativamente abundante. Por ejemplo, si la confección textil es relativamente intensiva en trabajo y China es un país relativamente abundante en dicho factor, China exportará ropa; e importará, en cambio, productos relativamente intensivos en capital.
Bertil Ohlin falleció en 1979. Era entonces un economista muy respetado en todo el mundo y la persona más influyente en la concesión de los premios Nobel de Economía, galardón que había sido creado sólo diez años antes. Por ello, parece que, cuando en 1977 los restantes miembros del comité Nobel decidieron otorgarle el premio, tuvieron buen cuidado de que no se enterara hasta el último momento.