Las crisis económicas suelen provocar un aumento de la desigualdad. Pero la causada por la pandemia está resultando muy peculiar. Unos sectores han mandado al paro a millones de personas, mientras otros han prosperado como nunca y han creado empleo. La situación no encaja del todo con los análisis clásicos sobre crecimiento y distribución de la renta, ni con las teorías, más recientes, de Thomas Piketty.
Uno de los temas más sugerentes de la ciencia económica es la dificultad de compaginar crecimiento económico y distribución de la renta. Por lo que al crecimiento se refiere, una cuestión fundamental es saber qué medidas de política económica se deben aplicar para conseguir acelerar el crecimiento de los países pobres. Robert Lucas, uno de los economistas más influyentes de nuestro tiempo, señaló que “las consecuencias para el bienestar humano que implica este tipo de cuestiones son tan impresionantes que cuando se empieza a pensar en ellas es difícil pensar en otra cosa” (1).
Existen ciertas discrepancias entre los economistas. Para muchos, el foco se debe poner más en la distribución de la renta que en el crecimiento económico. Son disyuntivas a las que también se enfrentan los países desarrollados. Según Mankiw y Taylor, la sociedad debe encarar dos objetivos muy importantes: la eficiencia y la equidad. “La eficiencia significa que la sociedad extrae lo máximo posible de sus recursos escasos: crecimiento. La equidad significa que los beneficios de sus recursos se están distribuyendo equitativamente entre los miembros de la sociedad: distribución de la renta. En otras palabras, la eficiencia se refiere al tamaño de la tarta económica y la equidad al modo en que se reparte. Estos dos objetivos entran a menudo en conflicto cuando se elabora la política económica” (2).
La aportación de Piketty
El último libro de Thomas Piketty, Capital e ideología (2019), con tintes marxistas y de gran difusión entre economistas e intelectuales, pone el énfasis en la necesidad de una mayor igualdad entre los ciudadanos de los países ricos. Si El Capital de Marx es más un tratado sobre las relaciones de dominación de los burgueses sobre los proletarios, la obra de Piketty, en cambio, es una crítica de la desigualdad económica, que trata de enfrentar a la élite propietaria (financiera, capitalista o industrial) con las clases medias y las menos privilegiadas.
Para Piketty, es en el siglo XX, y en concreto durante el periodo 1945-1980, cuando la sociedad europea (y de otros países desarrollados como EE.UU. o Japón) alcanza una igualdad en las rentas sin precedentes históricos. Todo gracias a la socialdemocracia, que el autor define como “el conjunto de instituciones políticas destinadas a proporcionar un encaje social del sistema de propiedad privada y del capitalismo, que se pusieron en marcha en el siglo XX en un gran número de sociedades no comunistas”.
En el futuro, la igualdad, según Piketty, pasa por reformular unos impuestos más progresivos sobre el patrimonio, las herencias y la renta. En definitiva, conseguir una sociedad más justa que permita a todos sus componentes disponer de los bienes fundamentales de la manera más amplia posible, sin que ello implique uniformidad ni igualdad absoluta.
Para ello propone unos tipos impositivos marginales altísimos, aplicables a las sucesiones y grandes patrimonios, que alcanzarían el 90%, parecidos, aunque más altos, a los que se aplicaron a las rentas hasta 1980 en diferentes países occidentales (como EE.UU. y Reino Unido).
Lo que Piketty define como socialdemocracia, coincide con los “treinta años gloriosos”, que abarcan desde el final de la II Guerra Mundial (1945) hasta la crisis originada por la subida de los precios del petróleo (1973), periodo en que el crecimiento económico de Europa occidental, EE.UU. y Canadá fue el más rápido de la historia: así, el PIB per cápita en Europa subió un 3,8% anual. En realidad, la socialdemocracia se extendió hasta 1980.
Agotamiento de un modelo
A partir de 1973, en Occidente, el crecimiento económico y de la productividad se detuvo, y las economías entraron en una profunda recesión. En EE.UU., los presidentes Gerald Ford y Jimmy Carter aplicaron medidas socialdemócratas que resultaron ineficientes. No se dieron cuenta de que las políticas económicas debían dirigirse a adaptar el aparato productivo a una nueva situación. En Gran Bretaña sucedió algo parecido: los gobiernos del Partido Laborista (socialdemócratas) de Harold Wilson y James Callaghan tampoco supieron sacar de la crisis a la economía británica.
La situación provocó que los laboristas británicos fueran derrotados en las elecciones de 1979 por Margaret Thatcher, del Partido Conservador. En EE.UU., en la misma época, se produce un cambio de idénticas características. Ronald Reagan ganó las elecciones a Carter en 1980, entre otros motivos, por la mala situación de la economía, agravada por la elevada presión fiscal.
Tanto Thatcher como Reagan apostaron por la desregulación de los mercados, rebajas fiscales, privatización de las empresas públicas, mejora de la productividad, aumento de la competitividad de las empresas, reducción de controles burocráticos, estabilidad de los precios y flexibilidad salarial. Los resultados de estas políticas fueron buenos durante prácticamente veinte años. Las economías occidentales pasaron de una fase de estancamiento a un crecimiento constante del PIB y del empleo.
Piketty, en su libro antes citado, en vez de reconocer que el modelo keynesiano se había agotado y que había una crisis que afectaba negativamente a la estructura productiva, arremete contra los gobiernos que intentaron darle una solución. No aclara cómo después de un largo periodo de políticas keynesianas (1933-73) se produjo una fuerte crisis económica por el lado de la oferta productiva, provocada por cuatro acontecimientos:
1) Las dos grandes subidas del precio del petróleo (1973 y 1979).
2) La aparición de los Nuevos Países Industrializados que producían con costes salariales muy bajos y, como consecuencia, ofrecían bienes y servicios muy competitivos en los mercados internacionales.
3) La Tercera Revolución Industrial, con cambios importantes en la tecnología.
4) El aumento de la apertura exterior provocada por la Ronda Uruguay (1986-1994) para aumentar el comercio internacional reduciendo los aranceles y otras barreras.
¿Crisis? ¿Qué crisis?
Ahora existe la percepción generalizada de que el mundo se está enfrentando a una crisis económica sin precedentes, como consecuencia de la pandemia del covid-19. Y no está claro hasta qué punto sirven las lecciones aprendidas de recesiones anteriores.
Algunas compañías podrían preguntar: “¿Crisis? ¿Qué crisis?”. En efecto, hay empresas que han obtenido mejores resultados que nunca. Apple terminó 2020 con unos beneficios históricos. Sus ventas en el último trimestre pasaron por primera vez de 100.000 millones de dólares, lo que llevó a decir a su principal directivo, Tim Cook: “No podemos ser más optimistas” sobre el futuro de la compañía. Amazon registró el mismo récord, con un 38% más de ventas en el conjunto de 2020. También Alphabet (la matriz de Google), Facebook, Salesforce, Microsoft, UPS, Samsung han tenido cifras espectaculares.
En el lado contrario se encuentran sectores y compañías para las que 2020 ha sido un annus horribilis. Este es el caso de las petroleras, que han tenido el peor ejercicio de las últimas décadas. Exxon perdió 22.000 millones de dólares; BP, 18.100 millones. Aunque las perspectivas para 2021 son más halagüeñas.
También han sufrido y están sufriendo mucho las aerolíneas, debido a las restricciones a la movilidad. En EE.UU., líder mundial del transporte aéreo, el sector perdió 35.000 millones en 2020. En cuanto a Boeing, sus números rojos han llegado a los 12.000 millones.
Perspectiva social
En la crisis de 2008, se hizo popular el mensaje “Nosotros somos el 99%”, acuñado por Occupy Wall Street y otros movimientos de “indignados”. Se quería subrayar la diferencia entre una minoría que controla la economía mundial y la mayoría de los ciudadanos que reciben unas “migajas” per cápita.
Ese marco conceptual no serviría quizás para explicar el impacto de la actual crisis. Ya no estamos hablando de “élites” frente a “asalariados”; ahora los perjuicios y beneficios se reparten en función de la actividad, como hemos señalado más arriba. Por tanto, en esta crisis sobresalen diferencias sectoriales y no simplemente diferencias sociales (clase social, nivel jerárquico dentro de las empresas).
Veamos algunos ejemplos. El pequeño comercio, la hostelería, el transporte de viajeros o el turismo han ido muy mal. En cambio, la sanidad, la educación, los supermercados o la informática han crecido. Resulta especialmente llamativo el caso de las grandes superficies que venden productos de alimentación y limpieza: en España, en 2020 facturaron en torno a 3.100 millones de euros extra, un 6,4% más.
El recurso al teletrabajo
Además del tipo de actividad que realiza la empresa, resulta vital –a la hora de analizar el impacto de la crisis del covid– la naturaleza del trabajo desarrollado: si tu puesto es “teletrabajable” o no. En España, se calcula que entre el 20% y el 30% de los empleados puede trabajar desde casa. Eso, ciertamente, da un plus de estabilidad laboral y de seguridad ante la crisis sanitaria.
En parte, la capacidad de adaptación a la crisis por medio del teletrabajo está ligada al nivel socioeconómico. En EE.UU., en el caso de personas con ingresos superiores a 100.000 dólares al año, se estima que el porcentaje de empleados que pueden teletrabajar se eleva al 60%. Sin embargo, para los activos con sueldos inferiores a 40.000 dólares, la posibilidad de trabajar en remoto se reduce al 10%. Se volvería, así, al paradigma tradicional: las rentas altas resisten mejor las crisis.
Aunque esta aseveración se puede matizar. En efecto, muchos trabajadores del conocimiento han sobrevivido mejor a la crisis que los trabajadores manuales de similar nivel de renta, pues pueden seguir interactuando con sus clientes y proveedores desde casa, en momentos de confinamiento. Y hay empleados que no pueden teletrabajar pero no se han quedado fuera, como los de supermercados o los de centros de logística. Así, Amazon ha añadido medio millón de trabajadores a su nómina desde el inicio de la pandemia, en buena parte para preparar los pedidos en los almacenes.
Alternativas ante la crisis
En el anterior libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, la tesis principal es que el capitalismo crea desigualdad porque tiende a concentrar los recursos en pocas manos. Esto ha llevado a la izquierda, en EE.UU. y Reino Unido, pero también en España, a proponer la subida de impuestos a las rentas altas para financiar programas sociales ambiciosos.
En el actual escenario, cabe preguntarse: ¿Qué ocurrirá cuando llegue la recuperación? ¿Qué empleos sobrevivirán? Podría haber dos grandes alternativas. La primera es proteger a todas las empresas, incluso a las no viables, lo que puede retrasar la recuperación y hacer más ineficiente la economía. O bien dejar caer a empresas sin futuro claro y favorecer la transformación de trabajadores y negocios para hacerlos más competitivos. Como explica Amit Sevak, presidente de Revature, una compañía tecnológica estadounidense: “Necesitamos un New Deal de habilidades profesionales. En 1933, el presidente Roosevelt puso a millones de trabajadores, desempleados durante la Gran Depresión, a construir muchas de las carreteras y de los puentes que hoy utilizamos los americanos. Hoy se necesita formar a esos millones de parados en nuevas tecnologías y nuevas competencias”.
Esta línea de transformación parece ser la que siguen, preferentemente, los EE.UU. Mientras que, en los países de Europa continental, se ha optado por hibernar y subsidiar masivamente los sectores afectados. Por su parte, la Comisión Europea, a través del Fondo de Recuperación, está estableciendo nuevas políticas activas que permitan la transición de los trabajadores hacia los nuevos empleos en un contexto de descarbonización, digitalización y robotización.
Recetas populistas
La dificultad de conciliar crecimiento económico y distribución de la renta da aliento a las corrientes populistas de distintos signos, como en Alemania, Hungría, España, Grecia… Los líderes populistas defienden un cierto proteccionismo comercial, un nacionalismo basado en un amplio Estado del Bienestar, la igualdad social, cierto euroescepticismo y, en algunos casos, el miedo a la inmigración, a la que vinculan con la pérdida de oportunidades para los ciudadanos autóctonos. Consiguen así capitalizar la frustración, generada por la actual crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia, que está desembocando en inseguridad social, económica y laboral para muchas personas.
Así, “una elevada proporción de ciudadanos de EE.UU. creen que los inmigrantes no solo se quedan con sus trabajos, sino que además son criminales y violadores que amenazan la supervivencia misma de los blancos. Sin embargo, los líderes populistas ofrecen poco más que racismo o fanatismo como programa de gobierno. Una confrontación que de seguir así va a provocar menos crecimiento económico, porque las evidencias sugieren que incluso los grandes episodios de inmigración casi no tienen un efecto negativo en los salarios o en las perspectivas laborales de la población a la que llegan los inmigrantes” (3).
Esta cita de Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo, premios Nobel de Economía (2019), nos permite señalar que el futuro de la igualdad económica y social sigue siendo una incógnita. Y, quizá, junto a la descarbonización del planeta y la extensión de la inteligencia artificial a lo largo y a lo ancho del mundo, es una de las cuestiones con mayor relevancia en la actualidad. La necesaria experimentación, que una sociedad más igualitaria conlleva, asusta, especialmente a la luz de un fracaso tan notable como es el comunismo. Sin embargo, el miedo no puede frenar a una humanidad en cuya identidad siempre ha de permanecer la búsqueda de un mundo mejor para todos sus habitantes.
(1) Robert Lucas, “On the Mechanics of Economic Development”, Journal of Monetary Economics, vol. 22, nº1, 1998, pp 3-42.
(2) G. Mankiw y M. Taylor, Economía (Paraninfo, 2017), p. 6.
(3) Buena economía para tiempos difíciles (Taurus, 2020), p. 129.