Europa es el principal socio comercial de China, país que diariamente exporta a la UE productos por valor de más de 1.000 millones de euros. A su vez, el gigante asiático supone para la Unión el segundo mayor mercado internacional, tras Estados Unidos. El déficit comercial de la UE con China ha sido la tónica dominante en sus relaciones comerciales, y ha evolucionado rápidamente en la última década: si en 2007 ascendía a 162.000 millones de euros, en diciembre de 2018 alcanzó la cifra récord de 185.000 millones.
No obstante, la balanza comercial de los estados miembros presenta diferencias notables, que van desde los superávits de Alemania, de 18.200 millones de euros; Finlandia (1.448 millones), o Irlanda (1.013 millones), hasta el mayor déficit comercial a diciembre de 2018, de 74.157 millones, que correspondía a Países Bajos, seguido por el del Reino Unido, de casi 30.000 millones. También es abultado el de España, de 16.276 millones, cercano al de Polonia y la República Checa, aunque superado por el de Italia. Por otro lado, son los países que menos han incrementado (con un 18% y un 12%, respectivamente) sus exportaciones de bienes hacia el gigante asiático en los últimos once años. En el extremo contrario se hallan Lituania, Bélgica, Croacia y Letonia, superando todos el 800%.
Dato interesante este de la evolución: entre 2007 y 2018, las exportaciones de la UE a China han crecido un 192%, pasando de 71.823 millones de euros a 209.906 millones. Estas cifras contrastan con las de las importaciones desde el país oriental, que solo han aumentado un 69% en ese periodo, pasando por su punto más bajo (por valor de 215.274 millones de euros) en 2009. En otras palabras, por cada euro que la UE ha importado de China en
la última década, ha exportado tres.
Destaca, no obstante, el comportamiento irregular de los distintos estados, pues su crecimiento económico no va de la mano de un incremento proporcional en las importaciones o exportaciones. Esa falta de armonización refleja, entre otros, un par de elementos fundamentales. Uno, que la UE va no a una ni a dos, sino a muchas velocidades y, en segundo lugar, que no existe de facto una política comercial homogénea, sino que hay países que están llevando a cabo sus propios planes. El último ejemplo ha sido la adhesión unilateral de Italia a la nueva Ruta de la Seda, que tanto ha molestado a la canciller Angela Merkel.
Una buena coordinación del comercio exterior traería enormes ventajas a los países europeos, sobre todo a la hora de negociar. No es un secreto que Donald Trump está muy activo para operar con China en exclusiva y hacer que Europa sea cada vez más irrelevante. Esta fragmentación no beneficia al Viejo Continente en un orden mundial dominado cada vez más por dos bloques. Ser países pequeños y, además, hacernos la guerra unos a otros no hace más que debilitar la posición económica conjunta y su capacidad de negociación frente al coloso chino, una nación centralizada y que, con mano férrea, cierra filas en torno a sus intereses.