2019 ha sido un año en el que ha disminuido la cantidad de empresas creadas en la Comunidad foral. Este mal dato contrasta con lo que venía sucediendo en Navarra cuando era gobernada por Ejecutivos para los que gestionar primaba sobre ideologizar. El número de compañías constituidas el pasado ejercicio se redujo casi un 5,9%, mientras que, en España, solo lo hizo un 1,2%. Sin embargo, el dato más desalentador es que el capital suscrito para la constitución de estas nuevas empresas ha caído un 62,4% en nuestro territorio, al pasar de 227 millones de euros en 2018 a 85 millones en 2019, cuando, a nivel nacional, ha aumentado un 7%.
También la ampliación de sociedades mercantiles ha disminuido, tanto en el número de las que han acrecentado su capital (un 13,6% menos) como en el total suscrito. Este ha descendido un 22,5%, desde los 195 millones a 151, mientras que en España solo se ha contraído un 6,2%. Estas deficientes cifras suponen una merma de la confianza que despierta el futuro de Navarra en el largo plazo. Lamentablemente, esta región ya no está, ni se la espera, en los primeros puestos de la relación de lugares óptimos para invertir. Citemos los motivos que han desincentivado el instalarse aquí:
1º. Antes, nuestro Convenio Económico resultaba útil a la hora de atraer compañías potentes, hasta el punto de que despertaba la admiración o la envidia de otras comunidades. Ahora, nuestras mayores competencias han servido para estar fiscalmente peor que regiones rivales. Gravar algunos bienes empresariales con el Impuesto al Patrimonio se trató de un error propio de una inexcusable ignorancia.
2º. La merma de estabilidad jurídica, debido a que cada año cambian las leyes tributarias, y a la hiperactividad del Parlamento foral en lo tocante a la aprobación de nuevas regulaciones, tan complejas como innecesarias.
3º. Haber perdido competitividad logística respecto a las regiones que ahora ya cuentan con alta velocidad ferroviaria. Al nacionalismo le puede interesar que no exista una buena comunicación con Madrid, pero para Navarra resulta esencial la conexión con la locomotora económica de España.
4º. El temor que provoca en muchos inversores una comunidad con un Gobierno controlado por Bildu, y del que forma parte un partido neocomunista, cuya ideología ahuyenta a todo empresario.
5º. Un buen número de los altos cargos del Ejecutivo carecen de competencia profesional en la materia para la que han sido nombrados. Es irrefutable que se ha dado un puesto en el Gobierno, y en sus sociedades públicas, a bastantes personas cuyo mayor mérito se cifraba en una trayectoria de lealtad ciega al partido político en que militan. Quienes invierten prefieren hacerlo en lugares cuyos gobernantes les merezcan más confianza.
6º. El cuestionable criterio a la hora de asignar partidas en los presupuestos de la comunidad, piedra de toque para valorar la política económica de cualquier gobierno. El modo en se va a gastar el dinero de todos revela que la prioridad reside en el adoctrinamiento ideológico, y no en crear condiciones para que las empresas puedan ser competitivas. Todo inversor requiere de un entorno de libertad, y no escoge territorios donde se dé primacía a consignas políticas.
7º. La negativa imagen que ofrece Navarra en los medios de comunicación nacionales (periódicos, redes sociales y televisiones). Hechos como la agresión a dos agentes de la Guardia Civil en Alsasua, y el apoyo que reciben estos bravucones por parte de las autoridades, no animan a que un inversor foráneo quiera instalar una factoría dentro de nuestras mugas.
El ‘roto’ que ha ocasionado el PSN a Navarra al ponerse en manos de quienes no la respetan es irreparable. Eso sí, a pesar de que lo intentan, no están blanqueando a Bildu, sino todo lo contrario: se están manchando de la ideología excluyente de los nacionalistas radicales. ¿Quo vadis, PSN?