Hay un sentimiento ambiguo respecto del Gobierno español en Bruselas. Por una parte, a muchos funcionarios les gustaría poner a España como modelo, pero el entusiasmo se frena cuando empiezan a surgir las tareas que se han hecho a medias o que no han salido como se esperaba. Ha sucedido con la liberalización de servicios profesionales o la flexibilización del mercado interior, asignaturas incompletas desde hace años por culpa de poderosos grupos de presión. O con la consolidación fiscal, un éxito en precario. La Comisión Europea teme, como lo hacía a finales de 2009, que el elevado gasto público haga descarrilar el ajuste del déficit que en 2015 debería situarse en el 4,2% del PIB, y no descarta que deba advertir en otoño al Gobierno de que o rectifica o será sancionado.
Llevamos seis años luchando contra el déficit y siguen existiendo dudas sobre nuestra capacidad de controlarlo. En Bruselas preocupan los indicadores de que se está creando empleo público de forma importante y el nivel de gasto de las comunidades autónomas. También inquieta la forma laxa en que se aplica la Ley de Estabilidad Presupuestaria. «Si los partidos que han gobernado no muestran apego al cumplimiento de las normas que se han dado, no sabemos qué esperar de los grupos que nunca han ostentado el poder y pueden hacerlo. Grecia está pagando muy cara la lección de que a Europa no se viene a improvisar», dice un funcionario.
Las nuevas previsiones de la CE son muy optimistas. El comisario Pierre Moscovici dijo que la economía está viviendo «la primavera mas brillante en muchos años». Todo gracias al «viento de cola» que suponen el bajo precio del petróleo, la política monetaria expansiva del BCE y la depreciación del euro.
Estos factores son un alivio temporal para los grandes males europeos: un prolongado deterioro de la productividad total de los factores (la forma en que nos organizamos para producir) y el envejecimiento. Pero la realidad nos da pistas sobre qué hacer. Por ejemplo, del 1,5% de crecimiento previsto, 0,5 procede de la bajada del precio del petróleo. Si el crudo sube, eso lo perderemos. Por lo tanto, debería ser prioritario lograr una energía más barata.
Casi todo el crecimiento europeo se apoya en el tirón de la demanda interna. No sólo del consumo sino también de la inversión. A esta última se le da tanta importancia que parece que se trata de un supuesto más político que económico, ya que el vehículo de expansión de la inversión es el famoso Plan Juncker que pretende movilizar 315.000 millones que de momento son puras buenas intenciones.
La misma sospecha –la politización de los supuestos económicos– corrió ayer a cuenta de las perspectivas que se atribuyen a Grecia. Si en invierno se le pronosticaba un crecimiento del 2,5% en 2015, ahora con Tsipras se rebaja al 0,5%, pero se asume que rebotará hasta el 2,9% en 2016. ¿Qué va a suceder en Grecia para que su crecimiento se multiplique por seis en un año? ¿Reformas? ¿Un nuevo rescate? Un alto funcionario dijo que «no hay supuestos políticos» en las predicciones, pero no pudo explicar de forma convincente lo de Grecia.
Los pronósticos sobre el comportamiento de la inversión en Europa pueden estar muy equivocados. Los altos funcionarios dicen que «la inversión es la variable maestra» de la gestión del gobierno europeo que preside Jean-Claude Juncker. Esto ya contamina el ser con el querer ser. La inversión, afirman en su análisis, se ha hundido desde 2008 por «la falta de confianza» y los excesos regulatorios. El problema es que «la falta de confianza» es un concepto demasiado amplio, que involucra problemas diversos y no todos se solucionan sólo con dinero.
Hay tres factores que lastran el crecimiento y que están fuera del alcance de las políticas de Juncker: el envejecimiento de la población, que la predispone a un menor consumo, inversión y capacidad de innovación; la educación, que lastra el capital humano; y la fiscalidad, sobre todo la que penaliza el empleo, es decir las cotizaciones sociales, las cuales guardan relación directa con el primero de los factores ya citados (el envejecimiento). Bruselas tiene pocas atribuciones en estos tres asuntos. Puede hacer informes –han terminado uno recientemente sobre el envejecimiento–, pero no pueden actuar en el terreno normativo. Pero es allí donde se juega el futuro.