El fuerte retroceso bursátil de las compañías cotizadas en España, ha obligado al Gobierno a activar mecanismos de control previo de las inversiones directas (es decir, adquisiciones a partir del 10% de las acciones) de origen extracomunitario.
Esta modificación del régimen de inversiones ha sido objeto de múltiples críticas, incluso tachando al Gobierno de argentinización de la intervención sobre la economía, cuando quedaba poco tiempo para que el Gobierno modificase la normativa para cumplir con el Reglamento comunitario en materia de inversiones extranjeras en sectores “esenciales”.
Con este paso, España se sitúa más cerca de las principales economías de la zona euro que cuentan con mecanismos de control tanto sea vía reguladores como vía mecanismos de mercado (procedimientos internos o auxiliares en las propias compañías).
La prioridad en la política europea es crear empresas europeas cada vez más grandes que puedan ser capaces de competir fuera de Europa en los mercados globales, es decir, crear ‘campeones europeos’. Sin embargo, los países difieren en cómo formar estos ‘campeones’, con dos posturas enfrentadas: por un lado, la tesis del eje franco-alemán fundamentada en la necesidad de fusiones transnacionales teniendo como cabecera a empresas alemanas o francesas y, por otro lado, la tesis actualmente vigente en Bruselas, basada en el crecimiento de empresas nacionales vía orgánica o M&A tanto dentro del país de origen como en otros mercados europeos, con independencia de la procedencia de la sociedad adquiriente.
Estando de acuerdo en la necesidad de ganar tamaño por parte de las empresas, existe una presión notable por parte del eje franco-alemán de ser sus empresas las que encabecen los procesos de fusiones e integraciones corporativas, haciendo valer su posición dominante en contribución económica al PIB europeo.
Incluso, en algunos casos, planteándose fusiones de empresas entre estos dos países. Este fue el caso de la fusión frustrada entre Alstom y Siemens, la cual no ha frenado las pretensiones tanto de Alemania como de Francia de tener el liderazgo en el proceso de creación de ‘campeones europeos’, especialmente en sectores que han vuelto a recuperar el apelativo de estratégicos: utilities, construcción, automovilísticas, farmacéuticas, bancos, tecnológicas o alimentarias, entre otros.
Sin embargo, la realidad del mercado dista del planteamiento de un eje franco-alemán ahora resquebrajado por las tensiones en torno a la financiación extraordinaria de los costes de la crisis del coronavirus.
En términos de capitalización bursátil al cierre de 2019, sólo dos de las 10 compañías europeas más grandes pertenecen al eje franco-alemán, habiendo una gran mayoría de compañías holandesas, británicas y suizas. Evidentemente no se puede hacer una evaluación sólo desde el punto de vista del tamaño.
Es necesario incorporar elementos como la inversión en I+D, su capacidad exportadora, contratos de proveedores en exclusiva singulares, patentes especiales, ser el número uno en un determinado segmento de mercado o tener un interés estratégico o de seguridad para los países miembros de la Unión, entre otros.
Precisamente, la estructura empresarial actual en Europa y su capacidad exportadora, sugiere una riqueza de compañías domiciliadas en países que no pertenecen al área centro-europea, con una presencia muy importante y creciente de empresas españolas e italianas, y menos de empresas francesas.
La suma de las dos anteriores más Alemania y Holanda determinan el actual superávit por cuenta corriente de la Zona Euro: 3,5% del PIB en el último trimestre de 2019.
Por tanto, la riqueza de los perfiles empresariales europeos impide una visión top-down de fusiones transnacionales donde se tenga que imponer a la fuerza una cabecera, sea ésta francesa o alemana.
Es más adecuado juzgar las operaciones desde el punto de vista de parámetros avanzados de la política de competencia (sinergias, barreras a la entrada, saneamiento financiero, diversificación de proveedores y clientes, potencia de I+D…) y de la política industrial (efectos directos, indirectos e inducidos sobre actividad y empleo) que desde los razonamientos tradicionales como índices de concentración de mercado.
Precisamente, en el terreno de la política industrial, un elemento crucial es el análisis de la creación de ‘campeones europeos’ formados por compañías de tamaños similares y en una posición parecida de la cadena de valor es la consistencia dinámica de los “pactos a la Bertrand”, ya que la autorización depende de que los incentivos a la fusión se mantengan a lo largo del tiempo y que no surja una alternativa individual para cada miembro que haga más atractivo romper el pacto de fusión y emprender camino en solitario que seguir en ella.
En suma, la lógica de construir ‘campeones europeos’ lejos del planteamiento franco-alemán, es un caballo de batalla para España, la cual por el momento no ha querido abrir el melón del enfrentamiento con Francia y Alemania estableciendo un control previo también a las inversiones procedentes de la Unión Europea.
Pero más tarde o más temprano habrá que abrirlo, ya que España no puede permitirse el lujo de que se repitan OPAs hostiles como las que se han producido en los últimos 20 años.