Muchas veces me preguntan por qué los inversores en EEUU o Reino Unido no incorporan a su proceso de inversión el riesgo político hasta última hora. ¿No debería estar descontado? Al fin y al cabo “todo el mundo lo sabe”.
Les parecerá sorprendente pero el inversor anglosajón tiende a percibir que el entorno político tiende hacia la racionalidad y no hacia la magia.
Tomen como ejemplo las elecciones catalanas o las generales. El inversor nunca “descuenta” cambios rupturistas hasta el último momento, como hemos visto con el aumento de más del 40% de la prima de riesgo del bono de la Comunidad Autónoma de Cataluña con respecto al de Estado español.
Es relevante entender que, hasta hoy, lo que descuenta en general la comunidad internacional no es un escenario de calamidad y que el concepto de “todo está descontado” es, por definición, equivocado.
Nuestros políticos tienden a olvidar que sus mensajes pueden parecer inocuos pero no lo son.
Cuando anuncian a los cuatro vientos que no van a pagar deudas, que van a revertir reformas, que van a nacionalizar esto o lo otro… Todo pesa.
Pesa en la inversión financiera directa de dos maneras:
- La inversión se reduce en términos absolutos ante las constantes amenazas a la seguridad jurídica y el entorno inversor. Entorno inversor no es regalar nada al emprendedor, es una tasa relativa al resto de países. Que España esté en el puesto 33 del mundo en 2015 en Facilidad para Hacer Negocios (Ease of Doing Business World Bank) debería ser una preocupación para todos los partidos y mejorar esa posición debería ser objetivo esencial en un programa electoral. Sin embargo creemos que al que viene a invertir le estamos haciendo un favor por dejarle llegar a nuestro país.
- Se ataca a la inversión a largo plazo. Explíquenme cómo vamos a crear empleos fijos e inversiones a 25 años con un entorno político en el que se proponen las mayores majaderías sin ningún rubor. ¿Quién va a arriesgarse?
Adicionalmente, tiene otro impacto esencial. El coste medio de capital (WACC) de las empresas nacionales, por muy diversificadas o internacionalizadas que estén, se dispara. Porque aunque el coste de la deuda sea bajo gracias al Banco Central Europeo, si lanzamos algaradas rupturistas, las primas de riesgo del sector privado aumentan innecesariamente a la vez que el otro componente del WACC, el coste de los fondos propios, el ‘equity’, se dispara porque se hace menos atractivo tomar fondos propios en una empresa con riesgo político.
Si añadimos ese efecto, entendemos por qué esas empresas se convierten en menos competitivas que otras extranjeras a la hora de acometer inversiones por el mundo. Si tu coste medio de capital es superior, la capacidad de llevar a cabo inversiones rentables es menor que la de tus competidores, que disfrutan un ratio menor. ¿Y qué culpa tiene una empresa diversificada y de negocio no regulado de que los políticos donde ha tenido la mala suerte de fijar su sede central se dediquen a decir sandeces e introducir riesgo sin parar?
Nuestros economistas intervencionistas no paran de hablar de efectos multiplicadores de gasto, etc… No nos paramos a entender el efecto divisor de la falta de seriedad, de entorno predecible, no ya para el inversor extranjero –que puede irse sin gran preocupación a otro país más atractivo-, sino para nuestras empresas, grandes, medianas y pequeñas.
El intervencionismo no es solo subir mucho los impuestos y dictar normas constantes para cualquier región, sector o convenio. Es también convertir a la economía en rehén de los caprichos de unos políticos que no han gestionado una empresa ni creado un solo puesto de trabajo y sin embargo son “expertos” en saber qué, cómo y cuándo debe contratar o invertir el que arriesga.
Que haya bajado la bolsa, que hayamos visto salidas de capital y traslado de empresas ante unas elecciones, y se haya aumentado la prima de riesgo con respecto a Italia en los últimos meses cuando el país lideraba el crecimiento, la creación de empleo, la inversión extranjera y la mejora de balance de las empresas, es una pena. Que a muchos no les importe, es más, que se piensen que es un triunfo personal “asustar a los inversores” cuando en su vida han puesto un euro para crear riqueza, es un insulto a los ciudadanos. Que una parte de la ciudadanía, ante el fracaso desastroso de las soluciones mágicas, rupturismos y populismos, prefiera apostar a “doble o nada”, muestra que no valoramos el riesgo. Porque les dicen que no pueden estar peor. Vaya que si pueden. Que les pregunten a los griegos, venezolanos o argentinos.
Decía Thomas Sowell que “el socialismo tiene un historial de fracasos tan evidente que solo un grupo de intelectuales es capaz de ignorarlo”.
España solo va a recuperarse de forma sólida si ponemos como pilares fundamentales de la actividad política y de gobierno mejorar nuestra posición con respecto al mundo a la hora de crear empresas, porque el empleo no va a venir si no hay mucha más inversión y muchas más empresas. Y el que piense que lo va a pagar Alemania o que vamos a poder endeudarnos más, que siga soñando.
El daño no está hecho. Tenemos que exigir cordura e inversión, no unicornios.