Uno de los mejores indicadores de la buena marcha de la economía de una comunidad autónoma es el capital suscrito, tanto en las nuevas sociedades mercantiles como en las ampliaciones de las compañías ya existentes en el territorio, en relación al PIB regional. Es un error magnificar como variable el número absoluto de empresas creadas. Importa más el tamaño de éstas y de la inversión realizada. La dimensión de las compañías españolas es muy reducida si la comparamos con la de los países con los que competimos. Esta debilidad de nuestra economía influye poderosamente en la productividad y en la competitividad. Las empresas que generan más valor y empleo suelen ser las grandes, dado que el tamaño les permite innovar, estar presentes a nivel internacional y exportar. Además, saben reinventarse cuando cambian los vientos del mercado, porque nunca una ventaja competitiva se mantiene estable en el tiempo si no se optimiza continuamente. Esta es la razón por la que el mejor barómetro de la confianza en un territorio y en su potencial no es la creación de nuevas compañías descontando las que desaparecen, sino el aumento de la inversión suscrita por las firmas respecto al PIB.
Este índice es muy variable en las CC AA, porque el riesgo también lo es. Nadie en su sano juicio deposita su dinero en una región donde el gobierno no cree en la economía de mercado, los tributos propios son los más altos, la inseguridad jurídica resulta manifiesta, el independentismo, y no la economía, constituye la prioridad absoluta de los poderes públicos, los servicios son pésimos, la legislación, nada propicia para hacer negocios, etc.
En nuestro ranking de hoy, Madrid se alza como la región triunfadora, al tratarse de la que atrae más inversiones en relación a su PIB. Obviamente, las comunidades con grandes ciudades lo tienen más fá- cil, porque les resulta asequible proporcionar masa crítica de talento intelectual a los emprendedores, disponer de rápidas comunicaciones con el resto de España y con el extranjero, y mejor logística de aprovisionamiento de materias primas. Si a estas ventajas se une una política fiscal menos gravosa que la de otras regiones, el éxito está servido.
Las comunidades que siguen a Madrid en el ranking son Cantabria y Baleares, cuya buena posición se debe a las inversiones en los servicios, básicamente en el sector turístico, y, en menor medida, en el industrial. Ambos casos no responden al de otras regiones europeas, pequeñas también, pero que han sabido encontrar nichos de negocios impresionantes en una economía del conocimiento muy innovadora.
Sorprende que Cataluña, comunidad que, supuestamente, tiene las mismas ventajas que Madrid, obtenga un resultado mucho peor. Probablemente, el secesionismo catalán introduce una gran incertidumbre, factor que no anima a invertir allí. Esta afirmación se sostiene por ser ésta la región de la que se marchan más empresas hacia el resto de España.
Las comunidades que ocupan peor puesto son Navarra y CastillaLa Mancha. La primera, gobernada por un cuatripartito en el que manda EH Bildu y Podemos, se ha convertido en un infierno fiscal que ha ahuyentado las inversiones. Castilla-La Mancha es la última, tanto por su poca industria y servicios, como porque el sector primario requiere de menor financiación.