Quienes hayan tenido la paciencia de seguir los artículos de esta serie habrán podido concluir fácilmente de su lectura que el progreso de la humanidad no ha sido lineal en ninguno de sus aspectos. Por el contrario, ha habido momentos en los cuales se han producido cambios muy relevantes que han marcado el camino a seguir en los períodos que han seguido a estas rupturas. Y, por ello, decimos que en la historia se han producido «revoluciones» que han cambiado la ciencia, la técnica o la economía.
Hablamos así de la primera revolución industrial, que asociamos con la utilización generalizada de la máquina de vapor; y de una segunda revolución industrial, en la que la energía generada por el carbón y el vapor fue sustituida por la que tenía su origen en la electricidad y en los motores de combustión interna. Y en los años cincuenta se habló de que el mundo había entrado en una nueva era, cuyo rasgo más característico sería la utilización masiva de la energía nuclear. Pero no es fácil prever el futuro y se equivocaron quienes vieron así las cosas.
Lo que en las décadas finales del siglo XX cambió realmente la economía y la vida de miles de millones de personas no fue una nueva forma de energía, sino el desarrollo de los ordenadores. Y esta revolución exigió, por una parte, el diseño de máquinas muy potentes, el hardware. Pero también el desarrollo de programas que las hicieran útiles, el software. En un mundo tan complejo y competitivo como el actual resulta muy difícil atribuir la innovación en un determinado sector a una sola persona; pero el nombre que viene a la mente de todos al hablar de software es, sin duda, el de Bill Gates.
La vida de Gates es bien conocida y ha sido contada en innumerables ocasiones. Estudiante excepcionalmente dotado y obsesionado desde la escuela por la informática, empezó sus estudios superiores en Harvard; estudios que nunca terminó, ya que abandonó esta prestigiosa universidad en 1974, cuando contaba sólo diecinueve años de edad, para dedicarse a sus propios negocios, siempre relacionados con el mundo de los ordenadores. Dos años más tarde creó con su amigoy socio Paul Allen la empresa Microsoft, a la que debe su fama y su enorme fortuna. En ella, Gates desempeñó un doble papel. Por una parte, el de diseñador de productos de software; y, por otra, el de máximo ejecutivo de la compañía, puesto que abandonaría más tarde para dedicarse, básicamente, a la fundación Bill y Melinda Gates y a numerosas actividades filantrópicas. Que los programas diseñados por Microsoft han cambiado nuestras vidas es indiscutible. Pero, como ya había sucedido en otros momentos históricos de cambio radical, se ha señalado -y no sin fundamento- que la política de esta empresa ha bordeado en ocasiones la ilegalidad.
Microsoft ha sido la protagonista, en efecto, del caso antimonopolio más importante de las últimas décadas en los Estados Unidos; caso que, iniciado el año 1998 con la acusación de que esta empresa abusaba de su posición de dominio para favorecer a su propio navegador Explorer frente a la competencia, concluyó en 2001 con un acuerdo entre Microsoft y el Departamento de Justicia norteamericano. Si bien, la Unión Europea se mostró más beligerante y condenó a la empresa a pagar una elevada multa algunos años más tarde. Pero no cabe duda de que, en Microsoft, lo positivo supera ampliamente a lo negativo. Ciertamente, el mundo es hoy mejor gracias a Bill Gates.