El célebre economista Joseph Schumpeter habló de la “destrucción creadora” como motor del capitalismo. Sin duda, la innovación, entendida como el desarrollo y la aplicación de nuevos y revolucionarios modelos de negocio para facilitar las transacciones económicas, es la principal y, a largo plazo, la única forma de aumentar el nivel de vida de una sociedad.
Pocos fenómenos ilustran esta realidad como la transformación tecnológica que venimos experimentando en los últimos años. Resulta increíble pensar que, hace apenas una década, pensáramos que nuestro porvenir económico se fundamentaría en los ordenadores personales. Hoy es evidente que los PC se han visto eclipsados por la tecnología móvil. En Estados Unidos, las ventas de dispositivos mó- viles con acceso a Internet superaron a los ordenadores tradicionales en 2010, y en 2016 multiplican por seis las ventas de estos últimos.
Pese a la abrumadora adopción de estos dispositivos por parte de los usuarios, el Viejo Continente se sigue sintiendo acomplejado ante la ola innovadora proveniente de Silicon Valley. ¿Por qué –se preguntan nuestros dirigentes– no logran los países europeos emular el éxito de Apple, Facebook y Google? Es la razón principal por la que la Comisión Europea se propuso el año pasado el establecimiento de un Mercado Único Digital, cuyo objetivo no es otro que aunar la demanda de 500 millones de consumidores y así promover el emprendimiento en este continente en materia de tecnología de la información.
La competencia efectiva entre proveedores es fundamental en este sentido. Sólo a través de la lucha competitiva por el incipiente mercado digital podremos alcanzar nuevas cotas de productividad. Fomentar esta pugna entre empresas es el objetivo de la Comisión Europea en el proceso acusatorio que acaba de iniciar contra Android, el sistema operativo móvil de Google.
La autoridad europea de la competencia teme que Google esté usando su amplia cuota de mercado para promover la adopción de sus propias apps, entre ellas su famoso buscador y el portal de vídeos YouTube. No obstante, es muy posible que la Comisión haya errado el tiro esta vez. Si bien es cierto que Android copa más de un 70 por ciento del mercado de software móvil, frente a un 20 por ciento de Apple y algo menos de un 6 por ciento de Microsoft Windows, las tres empresas tienen modelos de negocio claramente diferentes. Mientras que Apple y, en menor medida, Microsoft buscan la máxima integración entre sus sistemas operativos y sus teléfonos, Google trabaja con fabricantes independientes como Samsung, Huawei e incluso Amazon.
Esto supone que Google otorga mayor libertad a los fabricantes a la hora de incorporar su software. Son ellos quienes deciden hasta qué punto integrar sus dispositivos con la plataforma Android y, dado el caso, si quieren incorporar de forma predeterminada el paquete de aplicaciones de Google. De hecho, un número considerable de productores, en países como Francia, Finlandia y Rusia, comercializa modelos de Android sin ninguna aplicación de Google. En China, el 70 por ciento de los smartphones en venta llega de fábrica sin ellas.
El modelo Google se basa en una mayor flexibilidad para los productores de teléfonos y una mayor compatibilidad entre dispositivos. Desde un punto de vista comercial es menos ventajoso, ya que el usuario medio de Android genera ingresos significativamente inferiores a los del usuario medio del iPhone de Apple. Pero es cierto que esta estrategia ha permitido a Google expandir su mercado, aunque el dominio de Android sea un fenómeno muy reciente.
Existe el peligro de que la intervención de la Comisión sirva, no para reforzar la competencia, sino por el contrario para debilitar la innovación a largo plazo. Una intervención regulatoria pondría en duda acuerdos contractuales similares por parte de otros productores, reduciendo así el incentivo de estos (y de potenciales competidores) para innovar en el futuro. ¿De qué sirve llegar a la cima si hacerlo conlleva hostilidad por parte de los organismos públicos?
No es poco realista afirmar que, de aquí a unos años, Google probablemente se verá superado por nuevas firmas con mejores modelos de negocio. Tal ha sido la experiencia de Microsoft, y antes que ésta la de Nokia e IBM. Los mercados digitales son altamente dinámicos y, lejos de verse coartada por los peces gordos, la competencia en este sector es cada vez más fuerte y variada. Pero para preservarla, la UE y los gobiernos nacionales deben asegurarse de mantener un clima de negocio favorable a la actividad innovadora. Si esto no sucede, Europa se arriesga a quedar rezagada.