Draghi dispone hoy de un poder similar al que un día tuvo el botón rojo que activaba los misiles nucleares. Su arma es el grifo del crédito y con ella, en situación de conflicto, doblega con la misma facilidad a los aterradores mercados financieros y a los gobiernos díscolos, así tengan que saltarse a la torera las votaciones de sus parlamentos o retorcer las decisiones de las urnas. Lo que no logra Alemania con sus presiones, ni Bruselas con sus amenazas de sanciones, lo consigue Draghi en cuanto desenvaina la llave de la liquidez. El ultimátum a Chipre no ha sido más que la última manifestación de su poderío,que tuvo un momento cumbre en el tente necio con el que placó a las bolsas, al modo de San Juan de Sahagún, el pasado verano. Combina su fuerza con declaraciones bien diseñadas con las que maneja maestralmente los tiempos y las expectativas. Su equilibrio entre las lanzas del Bundesbank, los ingobernables socios mediterráneos y la omnipresente Merkel redondea una situación de gran dominio.
Draghi ha demostrado además gran habilidad y capacidad de innovación en el manejo de su arma. Ha revolucionado el funcionamiento del BCE, llevándolo varios pueblos más allá de su mandato, que se limita a controlar la inflación. Y pretende seguir avanzando. Acaba de colar una Ley de Restricción en Chipre que permite los controles de capital con la que su poder sigue engordando. Es, sin duda el señor del euro.
Ahora bien, ese señorío despierta críticas. El Bundesbank, como profeta en el desierto, advierte que el BCE se ha hecho «políticamente vulnerable», en palabras de Jürgen Stark. Al sabio asesor del Gobierno alemán Juergen Donges le preocupa que «le haya cogido gustillo a ejercer de Gobierno en la sombra». Y el plan de Draghi, diseñado con el objetivo único de impedir la fragmentación del bloque monetario, está dejando víctimas colaterales que, tarde o temprano, se volverán contra él. Además parece estar relajándose y volviéndose demasiado confiado en su propio poder. El sábado 16, durante la crítica reunión del Eurogrupo, parecía más preocupado por un viaje pendiente con su mujer que por la negociación con Chipre.