El rechazo de una parte de la izquierda española a las donaciones de Amancio Ortega para la adquisición de equipo médico pone de manifiesto no solo la falta de sensatez de algunos de nuestros políticos, sino también su carácter aldeano, propio de personas con muy poco mundo, que ignoran la forma en la que se hacen estas cosas en otros países. Este tipo de donaciones son, en efecto, habituales en Estados Unidos y en Europa sin que nadie se rasgue las vestiduras ni pida que los donantes se guarden su sucio dinero. Por el contrario, se considera muy positivo que las personas y las empresas con mayores medios económicos colaboren para mejorar la sanidad, la enseñanza o la conservación del patrimonio artístico de un país.
Es evidente que tales gastos benefician al conjunto de la población, pero también son buenos para los donantes. ¿Por qué? Ciertamente, la causa principal no es la reducción de impuestos que suele acompañar a estas actuaciones, ya que sus protagonistas ahorrarían más si no donaran nada. Dos son, al menos, las causas que explican estas actitudes de colaboración social. La primera, el altruismo de los donantes. En economía altruismo significa que en la función de utilidad de una determinada persona se incluye como argumento el bienestar de otras. Por tanto, si alguien reduce su riqueza, por ejemplo, en un millón de euros y mejora la situación de gente menos favorecida en esa cantidad, si es altruista, el resultado será un crecimiento de su propio nivel de utilidad.
La segunda causa es que la utilidad del donante puede aumentar como consecuencia del reconocimiento que genera su acción. La reputación tiene un valor social, sin duda, y a la gente le gusta que su nombre aparezca relacionado con aspectos relevantes de la vida de una comunidad. Por ello hay centros de investigación, cátedras, pabellones hospitalarios o salas de museos que llevan los nombres de las personas o las empresas que los han financiado. Y ambas razones son perfectamente legítimas e incentivan conductas que ayudan a que la sociedad sea mejor. Lo que nunca funciona es la mala fe y la envidia de los catetos.