Inspirarse en los que lo hacen mejor en coyunturas similares puede ser un camino de éxito. La Navarra de 2017 se parece a la Suecia de los años noventa: un gasto público desbocado, un déficit colosal, una deuda abultada, una fiscalidad excesiva y un sector público muy gravoso. El bienestar sueco era tan impresionante como insostenible. Allí, el ‘Estado Nodriza’ se ocupaba de todo, sin oferta privada significativa, lo que provocó una fiscalidad confiscatoria. Un buen ejemplo lo refleja lo sucedido a la escritora sueca Astrid Lindgren, la autora de los cuentos de Pippi Calzaslargas. Ésta tributaba al fisco un 102 por ciento de sus ingresos. Suecia en los años 90 se convirtió en el segundo país de más bajo crecimiento de entre los desarrollados. Ante el riesgo de bancarrota, se vio obligada a reinventar el Estado de Bienestar de acuerdo a cuatro políticas: a) bajar los impuestos; b) limitar el tamaño del Estado; c) desmontar los monopolios públicos; y d) crear condiciones de libre mercado que permitieran la expansión de un competitivo sector privado.
Algunas cifras ilustran lo ocurrido. De 1975 a 1990, la carga tributaria aumentó del 39,4% al 50,4% del PIB, mientras que, de 1990 a 2016, disminuyó al 43,5%. Por su parte, el gasto público se incrementó un 44,4% entre 1975 y 1993, cuando alcanzó el tope, mientras que, entre ese año y 2016 se redujo un 28,8%, pasando del 69% al 49% del PIB. Al mismo tiempo, el empleo público bajó un 18,9% de 1990 a 2015, el mayor descenso jamás experimentado en un país desarrollado.
Un aspecto importante de este proceso fue la apertura a la oferta privada de los servicios de salud y educación sufragados por el Estado. Se crearon diversos sistemas de vouchers (bonos o vales), que permiten la libertad de elección ciudadana entre toda la oferta, tanto pública como privada. Así, más de una tercera parte de la atención primaria de salud financiada públicamente es brindada hoy por proveedores privados. De acuerdo al mismo modelo reciben su educación secundaria más de una cuarta parte de los jóvenes suecos. El secreto del éxito del pa- ís nórdico reside en su decidida apuesta por una libertad económica que consigue que las capacidades de cada uno redunden en beneficio de todos. El resultado de esta apertura es su sexto puesto en el Global Competitiveness Index 2016/17.
El desequilibrio que tuvo Suecia se da ahora en Navarra. Las pruebas son: a) una quita por parte del Gobierno Foral de 93 millones de la cantidad exigida por el Convenio; b) una subida del Impuesto al Patrimonio y el de la Renta que convierten a esta región en un infierno fiscal para la inmensa mayoría de contribuyentes; c) la fuga de empresas y particulares a territorios más benignos desde un punto de vista tributario; y d) un sector privado al que se veta ofrecer servicios sociales más baratos.
De esto último pondré ejemplos. Según el Consejo Escolar de Navarra, el coste medio de un alumno en la enseñanza pública es de 5.091 euros, mientras que en la concertada es de 3.306 euros. Respecto a la Sanidad, diré que el Servicio Navarro de Salud licitó la resonancia magnética en 85 euros, cuando al vasco le cuesta 150. También, según lo dicho en el Parlamento, el importe que cobra la Clínica Universidad de Navarra por un trasplante hepático es de 89.342 euros (hospitalización incluida), mientras que al Servicio de Salud Vasco le cuesta 102.000 más la hospitalización. El obsoleto Estado benéfico, ese déspota ilustrado que cree saber mejor que nosotros lo que nos conviene, nos trata como menores de edad, cuando somos ciudadanos con derecho a una mayor libertad para poder elegir mejor, porque la misma prestación para todos no tiene por qué ser la idónea para cada uno. Con más libertad, Navarra será viable.