Francia ha sido tradicionalmente un fortín para la cultura, haciendo de su defensa una prioridad. Ahora, el Gobierno galo está probando una fórmula inédita para promocionarla: entregar un cheque de 500 euros a quienes cumplan la mayoría de edad para que lo gasten en libros, películas, entradas de cine, teatro o conciertos.
Pese a lo cuestionable de esta política, supone un cambio de paradigma en la gestión de los fondos destinados a cultura. Por primera vez, con ellos se subvenciona a la demanda y no a la oferta, como se ha hecho hasta ahora en España. Viene de largo la queja por las ingentes cantidades de dinero público invertidos en rodajes cinematográficos, organización de exposiciones o edición de libros que, luego, han resultado un fracaso. Indicio de su escasa utilidad, interés o atractivo para la sociedad que los ha financiado. Así, este gasto puede considerarse, prácticamente, a fondo perdido; dedicado a engrosar los bolsillos de creadores de dudoso talento, siempre afines a quien controla la subvención, aparte de cumplir una determinada cuota o poner su ‘arte’ al servicio del poder que los ha privilegiado.
Así, que la Administración gaste más en cultura no es sinónimo de que su calidad aumente y, por tanto, se vuelva apetecible para el público, con el consiguiente incremento de la demanda. Queda patente con una comparativa autonómica. Navarra, País Vasco y Cataluña son las regiones que más gasto cultural efectuaron anualmente por persona (56,4 euros, 49 y 35,8 respectivamente), según los últimos datos disponibles del Ministerio de Cultura.
Sin embargo, la cuantía que cada uno de sus habitantes desembolsó en concepto de entradas para espectáculos, publicaciones y otros servicios culturales no llegó ni a cuadruplicar estas cifras. De este modo, pese a que, en estas CCAA, el consumo en este sector fue de los más elevados de España en términos absolutos (con 217,7; 184,3 y 171,5 euros anuales), el retorno de lo invertido ocupó el cuarto, tercer y quinto puesto más bajo, respectivamente. Todavía peor es el caso de Extremadura: con el cuarto importe más alto presupuestado para esta partida, sus ciudadanos destinaron apenas 84 euros a cultura, el montante más reducido del país.
Por el contrario, con uno de los gastos autonómicos per cápita más ajustados (poco más de 13 euros), los madrileños y aragoneses consumen cultura por un valor 17 y 13 veces superior, hasta alcanzar, en el primer caso, los 226,8 euros (el más alto de España) y, en el segundo, los Las Provincias.es,6, una cifra muy por encima de la media nacional. Destaca que el gasto de los canarios, de 88,7 euros, es muy similar al que realizan los extremeños. ¿La diferencia? Que, frente a los 30,8 euros que invierte su Administración, la de las islas sólo dedica 7,2 euros por persona, el presupuesto más bajo de todas las regiones.
Esto demuestra que una cultura competitiva, con capacidad para enriquecer a un país, es aquella que apuesta por la creatividad y el riesgo de salir al mercado, y no la subvencionada que no interesa a nadie.