Ni moderna, ni teoría, ni monetaria
24 de junio de 2019

La denominada Moderna Teoría Monetaria (MTM) afirma que el Gobierno puede gastar sin restricción, generar grandes déficits y deuda pública y mantener las tasas de interés a 0 mientras la economía esté por debajo de su nivel de pleno empleo. Un Estado no puede quebrar porque tiene capacidad de emitir dinero sin límite y, por tanto, financiar su endeudamiento y expandir el gasto público ad infinitum. En el caso de que esa política termine por provocar tensiones inflacionistas, basta subir los impuestos para reducirlas. Los fundamentos de este enfoque tienen su origen en la obra de dos economistas marxistas, Aba Lerner y Michael Kalecki, y ha cobrado actualidad al ser abanderada por la izquierda del Partido Demócrata en Estados Unidos, por sectores del Partido Laborista en el Reino Unido y por algunos grupos del populismo izquierdista europeo.

Si bien sus tesis son rechazadas por la mayoría de los economistas, desde los monetaristas hasta los neokeynesianos o los poskeynesianos a la Krugman, la popularidad de la MTM refleja por un lado el creciente grado de tolerancia de los Gobiernos e incluso de los bancos centrales hacia los déficits y la deuda pública; por otro, proporciona una coartada teórica a la vieja falacia de que es posible hacer abstracción de la escasez para crear riqueza y bienestar a través de la expansión del gasto estatal. Esto crea una tácita y peligrosa alianza entre quienes por razones político-electorales tienen pavor a yugular el endeudamiento del sector público y quienes desean el control estatal de la economía.

La MTM adolece de una visión simplista y errónea del funcionamiento de un sistema capitalista. Este se basa en la existencia de mercados en los que los precios relativos suministran la información imprescindible para coordinar las actuaciones de millones de productores y de consumidores. Este proceso no cabe ser sustituido por un sistema de planificación (en eso consiste de hecho la MTM) incapaz de acumular el conocimiento disperso en una gran sociedad y, por tanto, de asignar de manera eficiente los recursos. Por eso, este tipo de políticas solo han producido caos y miseria donde se han ensayado y, además, su implantación exige regímenes autocráticos para ser implantadas. En el plano técnico, la MTM es una combinación explosiva de la vulgata keynesiana y de la marxista.

Sin duda un Estado soberano tiene la facultad de crear tanto dinero como desee sin enfrentarse a priori a ninguna restricción. El problema son las consecuencias macroeconómicas de utilizar esa vía para financiar el déficit y la deuda pública. Ese método no es capaz de eliminar una ley económica básica; a saber, los bienes y servicios son pagados con otros bienes y servicios. Si el dinero crece más rápido que la producción, el nivel general de precios sube y suele hacerlo antes de alcanzarse el paraíso prometido del pleno empleo. Además, nadie conoce con precisión cuál es la tasa de paro no aceleradora de la inflación y, por tanto, el momento adecuado para subir los tributos y controlar los precios. Eso sin contar, como avala la teoría y la evidencia empírica, que los impuestos no son un instrumento efectivo para eliminar las presiones inflacionarias.

De acuerdo con la MTM, el incremento del endeudamiento público se ve siempre compensado por el del ahorro privado. En una economía abierta, ese equilibrio se logra de manera automática bien a través de un superávit de ahorro interno o importando ahorro externo. Eso es una tautología. Ahora bien, en el caso de la MTM, esa situación no es causada por una elevación de la tasa de acumulación de capital, sino por el declive de la inversión; los empresarios descuentan el impacto negativo sobre la actividad productiva de las subidas de los impuestos y de la inflación provocada por la monetización del gasto público. En otras palabras, la identidad planteada por la MTM (más déficit= más ahorro) oculta que el sector privado de la economía se contrae en términos reales en tanto el endeudamiento del sector público se expande. En consecuencia, su financiación precisa emitir dinero lo que, en el extremo, desemboca en la hiperinflación. Venezuela es un ejemplo de manual de esta dinámica.

La MTM ha resucitado ante el supuesto fracaso de las políticas de austeridad desplegadas durante la última década. Sin embargo, todas las grandes economías del mundo han expandido su oferta monetaria y su deuda pública durante ese período y los bancos centrales han sido activos en monetizar aquella. Sin un explícito reconocimiento, los programas monetarios y fiscales implantados por la mayoría de los países desarrollados han aplicado de facto la MTM. Japón es un buen ejemplo de los problemas producidos por una rampante acumulación de deuda, por una masiva creación de dinero y por unos tipos de interés extremadamente bajos. Su largo y persistente estancamiento ilustra el fracaso de estas políticas expansivas.

La complacencia fáctica de los bancos centrales ante la MTM es suicida porque destruye su independencia. Es una expresión de la desagradable aritmética monetarista descrita por Sargent y Wallace a comienzos de los años 80 del siglo pasado; a saber, llegado a unos determinados niveles de endeudamiento del sector público, la banca central ha de optar entre inducir una recesión o provocar una hiperinflación. En otras palabras, la banca central se convierte en prisionera de la política presupuestaria y pierde facultad de controlar la inflación.

La promesa de prosperidad realizada a través de una expansión constante y acelerada del gasto público, financiado con la máquina de imprimir billetes, es tan antigua y falsa como las pociones mágicas que ofrecían y ofrecen los curanderos. Pero ese es el camino seguro hacia el colapso de las economías cuyas políticas se guían por esos principios como lo demuestra una abundante evidencia empírica. Además es una forma no ya sutil, sino burda por evidente de destruir los cimientos de la economía de mercado.

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