No cabe duda de que Donald Trump tiene, a veces, ideas disparatadas, como la de incrementar el proteccionismo en su país, aunque esto le suponga declarar una guerra comercial a medio mundo. Pero, en otros casos, sus políticas son acertadas. Y un buen ejemplo de ello es su posición con respecto a la financiación de la OTAN. Desde hace muchos años, los Estados Unidos han venido pagando la mayor parte de los gastos de la Alianza Atlántica; y en la actualidad el contribuyente norteamericano soporta más del 70% de los costes de la organización, lo que claramente no se corresponde ni con la riqueza ni con la renta del país. Para tratar de equilibrar un poco esta situación, la OTAN ha pedido a sus miembros que incrementen su gasto en defensa hasta alcanzar el 2% de su PIB. Y uno de los países que más alejados se encuentran de esta cifra es España, cuyo gasto en esta rúbrica se encuentra por debajo del 1% de su PIB.
La defensa nacional es un ejemplo clásico de lo que en economía se denominan bienes públicos, es decir, aquellos bienes que no pueden ser ofrecidos por el sector privado por no existir con respecto a ellos funciones de demanda individual conocidas y por no poder aplicarse el principio de exclusión a quienes no quieran contribuir a su financiación.
Por ello, si no se financiara por el Estado mediante la recaudación coactiva de impuestos, no habría defensa, ya que nadie querría pagar los gastos que esta implica.
Este modelo se aplica habitualmente a la financiación de bienes públicos en el interior de un país, para evitar que los ciudadanos actúen como free-riders (viajeros sin billete o gorrones), beneficiándose de los servicios sin soportar sus costes. Pero podría utilizarse también para el caso en el que hay que repartir el gasto entre Estados. Y es evidente que las naciones europeas están actuando como free-riders, al beneficiarse de la defensa que les garantiza la OTAN y contribuir en muy escasa medida a la financiación de sus gastos.
Lo siento, pero esta vez tiene razón el señor Trump.