Al igual que en la icónica serie animada del Coyote y el Correcaminos, España sigue huyendo, in extremis, de las reformas estructurales que, por otro lado, tanto precisa. Como si de una amenaza se tratase, el país sigue sin afrontar una serie de reformas estructurales que, de no realizarlas, podrían desencadenar severos problemas en el futuro para el país. Problemas que precisan de intervenciones íntegras más allá de la superficialidad con la que han sido abordados hasta ahora.
Con la crisis del coronavirus, el país, así como otros países, como Francia, Italia, entre otros, se ha visto en la necesidad de acudir en busca de ayuda a Bruselas, buscando una respuesta comunitaria que sacase a los países de este escollo sanitario y económico. La incapacidad que posee España para ofrecer una respuesta fiscal, con un muy escaso fondo de maniobra para aplicar políticas económicas expansivas, le obliga a tener que solicitar respuestas a Europa. Unas respuestas que, hasta ahora, se encontraban bloqueadas en sede comunitaria, ante la negativa de una Europa fragmentada, en la que los vecinos del norte se oponían a ofrecer un pacto sin acuerdos previos.
Por su parte, los países del sur exigieron a la Unión Europea medidas como la posibilidad de mutualizar la deuda en el conjunto que presenta el bloque comunitario, mediante la herramienta de los Coronabonos. Pese al MEDE, pese a las ayudas propuestas y aprobadas por el conjunto de países, los Coronabonos y la mutualización de la deuda era el único requisito exigido por estos países. El objetivo de esta mutualización, además de permitir un mayor endeudamiento tras la relajación de los niveles exigidos en materia de déficit, era el de evitar que la liquidez inyectada en la economía, ante la posibilidad de que se produjesen incrementos en las primas de riesgo y las condiciones de financiación empeorasen, se drenara hacia el pago de intereses de la deuda.
Como algunos denominaban en 2008, el bucle maldito de la deuda era uno de los grandes miedos que mostraban las economías europeas del sur, ante la intranquilidad que les daba la elevada exposición de sus países. Más en un escenario en el que estos mostraban unos niveles de endeudamiento tan asimétricos en su conjunto. Unos niveles de deuda que siguen mostrando esos grandes desequilibrios entre los distintos países de la Unión Europea. Desequilibrios que, por otro lado, están provocando fuertes tensiones en Bruselas, tras las negociaciones que se han ido dando estos días pasados. Cabiendo destacar, y de muy preciso conocimiento, las secuelas para una Europa amenazada.
Como íbamos comentando, los acuerdos en Europa no salían adelante, ante la negativa de unos países que, como Alemania y Holanda, no querían asumir los riesgos de aunar esfuerzos ante semejantes desequilibrios, así como el desastroso histórico de los países demandantes. Ambos, con niveles de endeudamiento del 60% y el 49%, respectivamente sobre su producto interior bruto (PIB), mostraban esa preocupación razonable ante unos demandantes que pretendían acceder a la mutualización sin garantías que avalasen ese coste de deuda futuro, así como la estabilidad de esos bonos comunitarios tan ansiados y odiados a la vez.
España, Francia, Italia o Portugal, con unos niveles de deuda, incluso, superiores al 100% de sus respectivos niveles de PIB, ponían la piel de gallina a unos países que, hasta ahora, han mantenido una mayor disciplina en materia de gasto, ante unos países que, habiéndose comprometido, como es el caso de España, a niveles de déficit previamente pactados con el Eurogrupo, seguían incumpliendo la disciplina presupuestaria. Incluso en países como Italia, meses atrás, seguían desafiando a Europa y sus limitaciones en materia de déficit público.
Por parte de los países del norte, las ayudas debían ir sujetas a unos compromisos que los países del sur no querían asumir. Compromisos que partían de un pacto que promoviese una mayor disciplina; a lo que los países demandantes se oponían. Las reformas estructurales que solicitaban los países del norte ponían la piel de gallina a unos países que conocen los riesgos de enfrentarse a reformas estructurales. Riesgos que en el caso de España van por la senda del incumplimiento de un ambicioso programa de gasto público, con su consecuente pérdida de votos.
En otras palabras, las exigencias europeas abocaban a países como España a tener que abordar, de una vez por todas, desequilibrios estructurales como la deuda, el déficit, las pensiones, así como el propio mercado laboral, que tanto pánico genera en unos políticos; ahora bajo la mirada de todos los votantes en el país. Unas exigencias más que necesarias para el país, pero que no transmitían ninguna seguridad a unos países incapaces de abordar esas reformas estructurales, incluso tratándose de reformas estructurales futuras.
Seguimos, de manera completamente injustificada, huyendo de reformas estructurales que solo buscan dar sostenibilidad y estabilidad a un proyecto común, así como al propio bienestar del país. Reformas estructurales que, hasta ahora, hemos tratado de corregir con “parcheos” que, al igual que ha ocurrido con las pensiones en el país, siguen sin solventar un problema que, como su propio nombre indica, es estructural. Y es que, únicamente con reformas estructurales podemos hacer frente a esas situaciones, corrigiendo unos desequilibrios que, con el paso del tiempo, siguen ensanchando la brecha entre unos países y otros.
Pensiones, empleo, deuda, déficit. Podemos seguir citando problemas que, por el momento, siguen en un tintero, hasta ahora, desconocido. Y es que podemos seguir postergando su resolución, pero no por ello solventamos el problema.
Parece que ya hay acuerdo. España y los países del sur han vuelto a salirse con la suya. Europa ha aprobado la concesión de ayudas a estos países más vulnerables, cediendo ante la negativa de afrontar reformas estructurales. Una victoria que, en el tono y el paralelismo utilizado anteriormente, nos ofrece una ayuda que nos permitirá solventar una situación coyuntural satisfactoriamente. Sin embargo, debemos ser conscientes de que esas reformas que exigían los vecinos del norte son necesarias en el país. Y es que, de no darse y de no solventar los problemas que presenta nuestra economía, el que este escenario se vuelva a repetir es cuestión de tiempo.