En los últimos cambios fiscales aprobados por el Gobierno, la subida del Impuesto de Sociedades desempeña, sin duda, el papel protagonista. Otros tributos han crecido también; pero los datos indican que la mayor parte del incremento esperado de recaudación va a ser soportada por las empresas. No voy a analizar los aspectos técnicos de la reforma ni la curiosa idea de que con ella “se espera un incremento estructural de la recaudación que mantenga estable la presión fiscal” (sic). El principal problema radica en el hecho de que, para recaudar más, parece haberse buscado una fórmula que no encuentre mucha oposición en la mayoría de la población; y que, incluso, sea aplaudida por buena parte de ésta. Se transmite así el mensaje de que quienes van a pagar más son “las empresas”, de que al ciudadano medio el tema le queda lejos y de que, si la subida es mayor para las “grandes” empresas, se da un paso adelante en la lucha por la justicia social.
Mucha gente ve a las empresas como a los contribuyentes individuales. Si don Amancio Ortega gana mucho más dinero que yo, el principio de progresividad exige no sólo que pague más impuestos, sino también que soporte tipos de gravamen más elevados. En el mismo sentido, parece pensarse que si Telefónica tiene más beneficios que Manufacturas Pérez S.L., el tratamiento fiscal de una y otra sociedad debería basarse en el mismo patrón que se aplica en el IRPF. Pero las cosas no son así. Los beneficios de una empresa como Telefónica son de sus accionistas; y éstos pueden ser ricos inversores, profesionales medios o modestos jubilados que tienen una parte de su pequeño patrimonio en esos títulos. De hecho, existe un viejo debate en la teoría de la Hacienda Pública sobre la conveniencia o no de la existencia de un impuesto sobre los beneficios de las sociedades; ya que, en todo sistema fiscal, lo relevante deben ser los ingresos de las personas, al margen de que los obtengan de su trabajo, de sus depósitos bancarios o de su participación en sociedades mercantiles, grandes o pequeñas.
Uno de los más destacados hacendistas de las últimas décadas, Richard Musgrave, afirmaba que resulta difícil defender el modelo actual de Impuesto sobre Sociedades si aceptamos el principio básico de tratamiento igual de todos ingresos en el Impuesto sobre la Renta. Y Musgrave no era precisamente un peligroso liberal, sino un economista de claras ideas socialdemócratas. Y su escepticismo iba más allá. Escribía a mediados de la década de los setenta: “Aunque el impuesto sobre los beneficios de las sociedades suele considerarse como un tributo fuertemente progresivo, tal opinión es discutible, incluso en el caso de que se acepte la idea de que la carga es realmente soportada por los beneficios”. Pero ni siquiera está claro que esto último ocurra y que sean los accionistas los que soporten en última instancia la totalidad del impuesto.
Impacto en la sociedad
Lo que nos dice la teoría económica es que, si los mercados no son plenamente competitivos, las empresas acabarán trasladando una parte del gravamen a sus trabajadores y consumidores. En resumen, un impuesto que grave los beneficios de las grandes empresas no tiene por qué ser pagado por los “ricos”. Es muy probable que toda la sociedad lo acabe soportando en forma de menores ingresos, menores salarios o mayores precios.
Y la subida del Impuesto de Sociedades se encuentra con otro problema importante en las economías abiertas; y, en concreto, en los países miembros de la UE. Son muchas las razones por las que una empresa puede elegir un país u otro como sede. El Impuesto sobre Sociedades no es, ciertamente, el único factor relevante; pero es importante. Y en Europa existen tipos de gravamen muy diferentes para este tributo. Poca duda cabe de que en este campo la competencia fiscal funciona; y la resistencia, por ejemplo, de los irlandeses a una mayor armonización de tipos o bases tributarias ha contribuido, sin duda, a la prosperidad de aquel país. En unos momentos en los que se habla de ofrecer incentivos para que se localicen en España empresas que piensen trasladar su sede de Londres a causa del Brexit, no parece que subir el Impuesto de Sociedades sea la medida más adecuada.
Suelo decir a mis alumnos que los gobiernos tienen en mente, por lo general, algún modelo de sistema fiscal más o menos elaborado; pero que, a la hora de la verdad, suben los impuestos allí donde pueden recaudar más y donde la resistencia social a una elevación de la carga tributaria es menor. Se atribuye a Colbert, el famoso ministro de Luis XIV de Francia, la conocida frase de que la misión de un ministro de Hacienda es arrancar a un ganso el mayor número posible de plumas sin que el ganso chille demasiado. Y es verdad que gravar más a las empresas no es algo que disguste mucho a la gente. Pero esto no significa que este impuesto no tenga efectos desfavorables para la economía. Los tiene, no les quepa duda