Cada vez que nuestros políticos suben los impuestos, nos cuentan que España tiene una presión fiscal inferior a la media europea. En efecto, según Eurostat, la presión fiscal media europea asciende al 38,8% respecto al Producto Interior Bruto (PIB), frente al 31,4% de España, por lo que el porcentaje que suponen los ingresos fiscales (incluida la cotización a la Seguridad Social) es menor.
El ‘ranking’ de la presión fiscal revela que las comunidades más agobiadas son Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha, que a su vez coinciden con las de menor renta per cápita. Puede parecer injusto que las comunidades más pobres sean las que soporten una mayor presión fiscal, pero tiene su lógica. Esas regiones cuentan con un gasto público por habitante similar al del conjunto de España. Al ser inferiores sus rentas, el peso de los impuestos es mayor en sus salarios, tal como lo demuestra el coeficiente negativo de correlación (-0,67).
Sin embargo, los políticos nos dicen una verdad a medias. Lo importante para nuestro bolsillo no es la presión fiscal, sino el esfuerzo fiscal o porcentaje que suponen los impuestos que pagamos respecto a nuestro salario. Esta ratio, también llamado Índice de Frank, se obtiene dividiendo la presión fiscal entre el PIB per cápita.
Lamentablemente, según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), el esfuerzo fiscal medio de España supera en un 20% al de la media europea. La pregunta es inevitable: ¿se traduce ese mayor porcentaje de impuestos en mejores servicios públicos que los de los países europeos con menor esfuerzo fiscal? La respuesta conlleva que usted compare las prestaciones que recibe frente a las de holandeses, alemanes, finlandeses, austriacos, belgas o franceses.
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