George Harrison debió de componer aquella canción –Taxman– en el reverso de uno de esos formularios para pagar a Hacienda. De esa manera, los Beatles ponían letra y música a su solicitud de refugio fiscal, lejos del Reino Unido, donde el 95% de sus derechos de autor se les iban en impuestos. Uno que plantó cara a la bestia impositiva fue Ronald Reagan, quien se inició en el activismo político cuando el tipo marginal de su renta fue casi del 100%. Hollywood perdió un actor, pero la causa de la libertad ganó un campeón, muy celebrado, por cierto, en los campus FAES.
En esos homenajes es casi seguro que Cristóbal Montoro justificó su ausencia. El hombre es más de la escuela de Carmen Calvo –“El dinero público no es de nadie”– que de Margaret Thatcher –“El dinero del contribuyente donde mejor está es en su bolsillo”–. Con todo, los del Instituto Juan de Mariana tendrían que nombrar a Montoro lord protector: el tipo hubiera sido capaz de convertir al liberalismo –aunque solo fuese por reacción– al padre Sardá y Salvany. El PP ha subido los impuestos más de lo que nunca hubiera soñado el Partido Comunista, con lo que España está hoy más cerca del gulag impositivo que del paraíso fiscal.
No es casualidad que la fecha tope para presentar la declaración sea el 30 de junio, el segundo día en que por fin empezamos a trabajar para nosotros. Según cálculos del Instituto Civismo, el contribuyente medio trabaja para el Estado 179 días al año, hasta el 28 de junio. Sería ese el Día de la Liberación Fiscal, que habrá que celebrar, en ningún caso con cargo a los presupuestos.
Al poder político ya no le hace falta la partida de la porra; le basta con los inspectores de Hacienda, que solo tienen gracia –y tampoco demasiada– en las viñetas de Forges. Aún no han tenido la humorada de poner a las puertas de las delegaciones de Hacienda el cartel que los nazis colgaron en Auschwitz (“Arbeit macht frei”), pero está al caer otro: “Abandonad toda esperanza”. Débiles con el fuerte y fuertes con el débil, pueden condenar a cualquiera a una pena de cuatro años de insomnio, lo que dura la amenaza de que llamen a tu puerta a la hora en que solo lo hace el lechero. Más vale que no te equivoques en tu declaración. Los hombres de negro nunca se equivocan. Y si lo hacen, no será a tu favor. En todo caso, en el de la infanta.
Ya solo queda ponerse en manos de un fiscalista y encomendarse a San Mateo, a quien queremos creer recaudador arrepentido. O mejor: protestar frente a la Agencia Tributaria –la siniestra oficina– con la seguridad de que la Reconquista tuvo un sano componente de rebelión fiscal y de que el motín del té de Boston puso
las bases a una de las grandes aventuras de la Historia. Seguir callados es como gritar “¡vivan las cadenas!”.