En apenas 24 horas, un PSOE estancado en las encuestas y con un líder sobre cuyo futuro arreciaban las dudas ha sacado adelante la moción de censura y se ha instalado en el poder. La política ha dejado de ser el arte de lo posible para convertirse en el arte de hacer posible lo que parece improbable. Con independencia de explicar las causas que han determinado la caída del Gabinete popular, lo importante es analizar el potencial devenir de las Españas en el horizonte del corto y del medio plazo en especial, los efectos económicos del cambio de Ejecutivo y su aproximación a la cuestión catalana. En paralelo, el socialismo gobernante intentará renovar en su praxis el discurso de una socialdemocracia que había perdido su atractivo para amplios sectores de la izquierda.
Si el Senado aprueba los Presupuestos Generales del Estado (PGE) elaborados por el PP, el nuevo Gobierno tendrá un ancla de relativa estabilidad que le concederá una tregua por parte de la UE y de los mercados. Los populares quizá sientan la tentación de castigar a los vascos, pero ello supondría un deterioro sensible de su credibilidad, de su responsabilidad y transmitiría la imagen de un centroderecha que sacrifica el interés general en el altar del partidismo. Por otra parte, aunque los PGE tuvieron el voto contra del PSOE, tienen un claro sesgo expansivo que ya fue criticado por la UE y, por tanto, marca el límite tolerable de aumento del gasto público. Esto le proporciona al Gobierno una restricción externa que le permite aparcar, de momento, las demandas de quienes apoyaron la censura.
En lo referente a la tributación, Montoro les ha dejado una herencia admirable. No necesitan subir los tributos a las clases medias porque ya lo hizo su antecesor. No precisan aumentar el impuesto de sociedades porque lo hizo Montoro. No es necesario esquilmar a los profesionales porque ya lo hizo Montoro… En suma, el presente sistema impositivo les permite maximizar la recaudación sin imponer una carga adicional al contribuyente medio. Además, no tienen obligación de modificar el esquema tributario este año si los PGE se aprueban. El extitular de Hacienda les ha hecho el trabajo. Tres hurras por don Cristóbal.
En el supuesto de que el marco fiscal-presupuestario se mantenga sin modificaciones sustanciales, el Gobierno tiene un margen para realizar una política de gestos que avale su ideario de “nueva izquierda” sin excesivos costes. Muchos de ellos, por ejemplo la equiparación salarial entre géneros o la derogación de la denominada ley mordaza, tendrían soporte parlamentario. Otros, léase la modificación de la reforma laboral, obtendrían una pésima recepción en los mercados y en la UE. En este sentido, el Gabinete socialista tendrá que conjugar las expectativas de su base social con la realidad: asunto complejo, pero no imposible.
Ahora bien, un aspecto fundamental es la confección del equipo económico socialista y, en concreto, quién ostente las carteras de Economía y Hacienda. La presencia de personas que ofrezcan una cierta confianza a los mercados y al resto de los agentes económicos es esencial, sobre todo en un Gabinete monocolor respaldado por un grupo parlamentario magro y en una coyuntura nacional y europea cuajada de incertidumbre. Esto es esencial para que Sánchez tenga una relativa tranquilidad y transmita una confianza elemental o, mejor, mínima.
La apuesta por la estabilidad presupuestaria hecha por Sánchez en la presentación de la moción de censura ha de ser un objetivo básico, sobre todo porque el programa económico aprobado por el Gabinete italiano corre el riesgo de desencadenar una tormenta en Europa e incluso conducir a una crisis del euro. En este escenario es prioritario hacer lo necesario para que España no sea asimilada a Italia si la situación en ese país se deteriora. En este supuesto, la UE exigirá al Gobierno un esfuerzo de ajuste y de reformas de difícil materialización con este Parlamento. Para decirlo de otra manera, la coyuntura transalpina tendrá una influencia decisiva sobre el devenir político-económico de España. Dicho lo anterior, ceteris paribus, el Gobierno saliente tampoco pudo hacer nada en los últimos dos años. Esto significa que, si el PSOE no comete graves errores, contará con un crecimiento del PIB no inferior al 2,5% en el bienio 2018-2019.
A priori, la crisis Estado-Cataluña sufrirá una descompresión inicial cuya duración es imprevisible. La hipótesis de una reforma constitucional es imposible con la actual arquitectura parlamentaria y concesiones económico-financieras a corto son inviables e incompatibles con la estabilidad de las finanzas públicas. El Gobierno mostrará una predisposición al diálogo cuya traducción práctica se escapa a quien escribe estas líneas. La pretensión de forzar al Gabinete a realizar mutaciones institucionales de alcance no es factible por la sencilla razón de que aquel no tiene capacidad de llevarlas a término. Desde esta perspectiva, Talleyrand dixit: “Mejor hablar del futuro que del presente”. La cuestión es si ese mensaje lo compra el soberanismo.
Aunque parezca irónico, el PSOE ha recuperado la centralidad en el juego político español. En el centroderecha se abre una puja por la hegemonía entre el PP y Ciudadanos con la necesidad del primero de replantearse su liderazgo y su discurso y, del segundo, de definir con claridad su estrategia y su mensaje. La socialdemocracia vuelve a su lugar, el PSOE. Por otra parte, los extremos se sitúan en un Podemos que tenderá a convertirse en una versión actualizada de IU con un socialismo en el poder y los independentistas que, por definición, no son una alternativa nacional. Este escenario proporciona a los socialistas un margen amplio de juego político.
El PP preparó a España para volver a la socialdemocracia con un entusiasmo o una desidia incomiables que hoy ha heredado y administrará el PSOE. De aquellos polvos, estos lodos.