Los impuestos en España son de los más elevados. De lo que estamos persuadidos desde hace mucho tiempo. Unos días atrás, un rotundo titular publicado en nuestro periódico nos convencía de esa preocupante certidumbre: “Los españoles dedican 18 años de sueldo íntegro a pagar impuestos”. Confirmaba la gravedad de la información insistiendo: “El equivalente a nueve años más después de la jubilación hasta los 83 años”, según el informe Día de la liberación fiscal 2016 del Think Rank Civismo.
Se abundaba en el tema asegurando que “este esfuerzo salarial asciende a 456.000 euros de promedio” y, por ello, nada puede extrañar que, como ya se sabía desde hace años, aunque muchos se empeñen en ocultarlo, con la dimensión de estas cifras, España tiene una carga tributaria sobre el empleo superior a la media de la OCDE. De esta forma, “el impacto del IRPF y las cotizaciones sociales sobre la nómina de los trabajadores es del 39,5% en España frente al 35,9% del promedio de países desarrollados. La crisis, aún desgraciadamente vigente para muchos, ha agudizado las dificultades económicas como consecuencia de la reducción de los ingresos de una considerable mayoría de trabajadores españoles. Ahondando más en este ámbito amenazador de los tributos que pesan sobre los españoles, las cifras nos congelarán las entrañas.
Siempre invocamos una disminución de la ominosa carga fiscal que pesa sobre la mayoría de los contribuyentes en nuestro país y la eliminación de impuestos tan onerosos como los de Sucesiones y Donaciones o reducir aquellos que doblan los que ya se han pagado. Esto será posible siempre que se imponga un severo control del gasto público, un verdadero empeño de ajustar al máximo las cuentas públicas y la supresión de empresas y organismos costosos e improductivos. PP y Ciudadanos manifiestan su disposición a esa rebaja impositiva que puede beneficiar el estímulo adquisitivo, el consumo y la inversión y por ello la creación de empleo. Los partidos más a la izquierda, y cuánto más extremos, aún más, por el contrario quieren subir los impuestos. Electores hay que, fieles a sus ideas, seguirán votándoles, aunque vean perjudicadas sus maltrechas economías.
Resumiendo un viejo relato se cuenta que un recaudador de arbitrios, tributos y alcabalas urgía a su rey que subiera los impuestos. Preguntando si a los ricos, a los pobres o a la clase media, el monarca le contestó que a los primeros no porque son amigos, a los segundos tampoco porque nada poseen y además no pueden pagar, pero sí a los terceros, porque la clase media es la que paga siempre. Así seguimos. Sobre todo cuando buena parte de esa clase media, obnubilada por su indignación, su rencor y sus demonios familiares, pretende ignorar los verdaderos proyectos del populismo emergente.