En la actualidad hay días dedicados para todo tipo de cosas. Algunas son relevantes, la mayoría son más bien absurdas. Le corresponde a usted juzgar en qué categoría encuadramos al día de la liberación fiscal, o como lo llaman en Estados Unidos, de donde es originario, el Tax Freedom Day. El día de la liberación fiscal es el día del año en el que por fin deja de trabajar para Hacienda para poder trabajar para sí mismo. Es muy probable que no lo sepa, pero el jueves 3 de julio, fue el día de la liberación fiscal en España. Le explico por qué.
Según el think tank Civismo, la presión fiscal a la que nos enfrentamos todos los españoles de media asciende al 50,4 por ciento de nuestros ingresos. En la presión fiscal incluimos todos los tributos que pagamos: IRPF, IVA, Seguridad Social, Impuestos Especiales y el sinfín de tasas municipales con las que nos gravan nuestros ayuntamientos. Combinando todos los tributos, de cada 100 euros que ganamos los españoles, de media sólo 49,6 euros van a nuestros bolsillos. El resto se lo queda el Estado, su comunidad autónoma y su ayuntamiento. Si usted es un español medio, lleva trabajando desde el 1 de enero hasta el jueves para cumplir sus obligaciones con el Estado y el conjunto de administraciones públicas. Ha tardado 184 días en alcanzar ese 50,4 por ciento de su ingreso anual que va destinado al pago de impuestos. Pero en Inversor Global tenemos buenas noticias. ¡Desde el jueves ya es un hombre libre! Todo el dinero que gane a partir de ahora hasta el 31 de diciembre es suyo. El 1 de enero volverá a trabajar para el Estado. Así hasta que se jubile.
Con 184 días no es suficiente Puede que esté pensando: ¿pero está hablando de ingresos públicos o de gasto público? Porque son dos cosas muy distintas… ¡Y claro que lo son! Como seguro ya sabe, en realidad las Administraciones Públicas gastan más de lo que ingresan. Exactamente un 7 por ciento más de acuerdo a los datos del año pasado. Con que trabaje 184 días al año no es suficiente. En realidad debería trabajar 197 días, hasta el 16 de julio, para financiar el descomunal gasto público de este país. Al escándalo de que la presión fiscal sea superior al 50 por ciento, es decir, que trabaje más por el Estado que por sí mismo, hay que añadirle el hecho de que con esto ni siquiera es suficiente. La solución pasa por recortar el gasto público Es indudable que deben existir impuestos para que que los ciudadanos puedan disponer de las prestaciones que el Estado debe procurar y que en buena medida están recogidas en nuestra Constitución. Aceptamos pagar impuestos para tener asistencia sanitaria cuando la necesitemos, una pensión cuando nos jubilemos, etc. ¿Pero de verdad necesita el Estado consumir esta masiva cantidad de recursos que todos generamos con sudor y esfuerzo? Durante las últimas semanas se ha hablado mucho de la reforma fiscal del Gobierno, que va a un ahorro de más de 7.000 millones de euros para los contribuyentes. Sin embargo, dado el enorme déficit público y deuda que arrastramos, ésta no parece la opción más prudente. Reducir el colosal nivel de gasto público que existe en este país debería ser la más urgente de las políticas que lleven a cabo nuestros gobernantes.
La impresión que tenemos muchos, y cada vez somos más, es que el Estado se ha excedido en sus funciones y ha caído en una adicción al gasto público. Si lo piensa detenidamente, el sistema actual le otorga importantes incentivos al político de turno para que gaste más de lo que debería. Para empezar, un político que abandona un cargo al frente de una administración, dejando a ésta en una situación cercana a la quiebra, no sufre un coste personal de ningún tipo por las posibles consecuencias derivadas de su incompetencia en la gestión de la administración. El problema es para el que le sucede en el cargo y para las personas que dependen de esta administración pública para subsistir, pero no para él o ella ya que el político que ha causado la ruina económica a una administración no tiene que responder con sus bienes por ello. En segundo lugar, un político no tiene absolutamente ningún incentivo para recortar y aportar algo de sensatez a las finanzas públicas. Al menos no lo tiene a corto plazo. Recortar el gasto público es políticamente contraproducente. En nuestro país, lamentablemente, el electorado no premia a los políticos por llevan una política de austeridad y de equilibrio presupuestario. Nos gusta cuando vemos líneas de alta velocidad y aeropuertos por doquier, aunque la mayoría de las veces no los necesitemos.
Si no, ¿por qué cree que cuando llegan las elecciones es cuando los políticos más se afanan en inaugurar toda clase de mastodónticas e innecesarias obras públicas? Lo hacen porque funciona. Lo hacen porque no somos alemanes, no nos paramos a pensar si algo es necesario o no o cómo lo va a pagar el Gobierno. Lo vemos, nos gusta, aplaudimos y votamos. Sí, quéjese como hago yo por tener que pagar más de la mitad de lo que gana en impuestos. Pero además de quejarse, cuando el año que viene se acerquen las elecciones locales y generales pregúntese lo siguiente: ¿de dónde van a sacar el dinero para pagar todo esto?