Duele que la mayor parte de los ministros de Economía europeos quieran paliar las crisis financieras con una nueva tasa, la «Tobin» sobre las transferencias. Es cierto que el rescate de un banco de gran tamaño es un problema que afecta al resto de la UE. Sin embargo, la solución debiera ser que la entidad de crédito que no haga bien sus deberes preventivos asuma los efectos de su temeridad.
Dando por hecho que los depósitos son sagrados y que el Fondo de Garantía está plenamente justificado, no lo está el que se evite la quiebra de un banco con los impuestos de los gestores e impositores ajenos que han sido prudentes. Lo lógico es que si un banco tiene unas pérdidas tan enormes que deja de ser viable, los únicos damnificados sean tanto sus accionistas como aquellos clientes que, estando advertidos, hayan optado por posiciones de riesgo.
A propósito de esto, sorprende que entre el 80 y el 98% de los que compraron preferentes de Bankia (según la publicidad de unos bufetes que se están forrando) fueran unos ignorantes. No sé si los jueces son permisivos. Lo que sí está claro es que las facturas las pagamos todos, porque ese banco es público.
Volviendo a «Tobin», añadir que la medicina más sana para curar paranoias inversoras es tener claro que, si quiebras, los demás no te van a rescatar. Sería una llamada al realismo que evitaría las crisis financieras. El abuso regulatorio europeo que supone la tasa puede deslocalizar muchas transacciones. Nunca la aceptará el Reino Unido, sino que la tomarán como bandera para escapar de una Europa que asfixia la liberta económica y con ella la generación de riqueza.
Por último, llama la atención que en el epílogo del acuerdo digan que hay que estudiar el efecto de la tasa sobre la «economía real» y en los esquemas de pensiones, así como «la viabilidad» de la misma en cada país. Me gustaría que primero evalúen los riesgos y luego impongan la tasa, no al revés. ¡No jueguen con el dinero de los demás sin haber medido antes las consecuencias!