Y la inflación siempre destruye la sociedad
16 de julio de 2020

Keynes atribuyó a Lenin la idea según la cual la forma más segura de destruir el capitalismo es corromper el dinero, ya que, mediante un proceso sostenido de inflación, los Estados pueden confiscar, de forma torticera, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos. Muchos economistas han puesto en duda que Lenin dijera alguna vez tal cosa. Pero, como dicen los italianos, se non é vero, é ben trovato, es decir, algún sentido tiene tal afirmación. Y un buen ejemplo lo encontramos en lo que sucedió en Alemania pocos años después del final de la Primera Guerra Mundial, cuando una inflación descontrolada causó daños muy graves no sólo a la economía sino tamr bién ala estructura social del país.

La historia de la inflación es casi tan antigua como la historia del dinero, ya que muchos gobernantes han caído en la tentación de conseguir recursos acuñando o imprimiendo más dinero, o rebajando su calidad si se trataba de moneda metálica. Pero los sistemas monetarios modernos, basados en el dinero-papel, cuya emisión es controlada por el poder público permite incurrir en tan poco recomendables prácticas con gran facilidad. Y, como establece claramente la teoría cuantitativa, más dinero en circulación, para un nivel de renta estable, significa un crecimiento del nivel de precios.

El abandono del patrón oro el año 1914 dejó en las manos de los gobiernos la posibilidad de emitir papel moneda prácticamente sin control alguno. Aunque el aumento de los precios se convirtió en un hecho generalizado, no todos los Estados abusaron de esta estrategia en el mismo grado. La situación de cada uno de ellos era, ciertamente, muy diferente; y resultaba especialmente dramática en los países que formaron parte de lo que se habían denominado los Imperios Centrales.

El gobierno de la recién constituida República de Weimar, enfrentado al pago de las elevadas reparaciones de guerra a las que hemos hecho referencia en un artículo anterior, necesitaba de forma urgente obtener recursos. Y pocas formas hay, aparentemente, más sencillas de conseguirlos que poner grandes cantidades de papel moneda en circulación. Y así se hizo a partir del año 1921, con los efectos que cabía esperar: el marco alemán se hundió; poco a poco al principio y de forma muy rápida más tarde. Antes de la guerra, el tipo de cambio del dólar norteamericano con el marco había sido, aproximadamente, de cuatro marcos por dólar. Pero la inflación llevó a una depreciación continua de la moneda alemana; y en noviembre de 1923 un dólar valía ¡cuatro mil trillones de marcos! Para poder disponer de nuevos billetes, cuyas denominaciones tenían que crecer todos los días a causa del aumento de los precios, cientos de imprentas se dedicaban a la actividad de hacer billetes. Pero, aun así, los precios crecían de tal forma que era cada vez más difícil disponer de medios de pago. Los precios subían tan rápidamente que los trabajadores exigieron cobrar su salario cada día al empezar a trabajar, porque, al terminar la jornada, las cosas eran mucho más caras.

Esta absurda situación contribuyó en no escasa medida a destruir los fundamentos de la sociedad alemana. Quienes tenían deudas se enriquecieron, porque su valor real se redujo casi a cero. Pero quienes recibían rentas se arruinaron. Las clases medias recibieron un golpe terrible. Y la nueva república cayó en el mayor de los desprestigios.

Cuando una inflación llega a tales niveles, el problema no tiene solución si no se abandona la moneda depreciada y se crea un nuevo sistema monetario. Y esto fue lo que, con éxito esta vez, hizo el gobierno alemán. A finales de 1923 se creó el nuevo rentenmark, una moneda teóricamente respaldada por fincas y terrenos, con la que se volvió a la paridad de cuatro marcos por dólar y que permitió restablecer la confianza en la moneda. La razón por la que la reforma tuvo éxito no fue, ciertamente, el supuesto respaldo de la moneda por bienes reales, sino una política de emisión adecuada y su aceptación por la sociedad. Yen un sistema fiduciario, esto es, sin duda, lo más importante.

No cabe duda de que los alemanes aprendieron la lección y es hoy difícil encontrar un país que valore tanto como ellos la estabilidad de su moneda. Lo malo es que no todo el mundo parece haber entendido lo que allí ocurrió. Y cuando algunos afirman, por ejemplo, que lo que necesita hoy España es tener un banco central propio para financiar la crisis del coronavirus con la emisión de nuevo dinero están proponiendo una solución absurda que sólo podría acabar en desastre… A no ser, claro está, que lo que estén buscando sea precisamente destruir el capitalismo, como se supone que quería hacer Lenin.

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