Esta semana el INE informó de que la inflación en España, medida por la variación del Índice de Precios al Consumo (IPC), tuvo un aumento del 3% desde febrero de 2016 a enero de 2017. Se trata de su nivel más alto desde noviembre de 2012.
Ello se debió al incremento de los precios de la energía y los alimentos frescos, que son los componentes más volátiles de la cesta del IPC. En primer lugar, la subida del precio del petróleo hizo que creciese también el de los combustibles, y como consecuencia, el de los transportes. En segundo, se disparó el de la electricidad y el gas, un 18,3%, por la ola de frío, con la consiguiente demanda de calefacción, y también por las bajas precipitaciones, la escasez de viento y de irradiación solar (lo que redujo la oferta de energías renovables). Y, en tercero, asimismo por razones meteorológicas, se multiplicaron los precios de las legumbres y las hortalizas.
En cambio, la inflación subyacente, que es la que mide la variación de los precios de los bienes y servicios más estables (alimentos elaborados, bienes industriales no energéticos y servicios), sigue en valores razonables, si bien desde hace dos años (a comienzos del 2015) ha ido manteniendo una suave senda ascendente. El último dato, el de enero de 2017, se cifró en el 1,1% anual, una décima más que en diciembre del año pasado y el más elevado desde 2012.
La comparación con Europa
Si en vez de analizar el IPC observamos la variación del Índice de Precios de Consumo Armonizado (IPCA), que es el indicador que se utiliza para comparar la inflación de los diferentes países de la Unión Económica y Monetaria (UEM), entonces los precios españoles en enero aumentaron un 2,9%, la tasa más alta desde febrero de 2013. Mientras que para el conjunto de la UEM, durante esos doce meses, la inflación fue menor: 1,8%; de modo que el diferencial entre ambos se dispara hasta 1,1 puntos frente al 0,3% del mes de diciembre. Hay que remontarse siete años atrás (marzo de 2010) para encontrar una brecha mayor. El dato de crecimiento del IPCA de España no es bueno, porque un incremento del diferencial de inflación con la media de la UEM hace que nuestras empresas pierdan competitividad.
La política monetaria será menos expansiva
Los resultados de la inflación anual de la UEM (+1,8%) y el objetivo de precios del Banco Central Europeo (BCE) están prácticamente a la par, por lo que muchos analistas especulan sobre si el banco emisor podría reducir o no el tono expansivo de su política monetaria.
Sin embargo, el BCE, a la hora de fijarla, tiene muy en cuenta la inflación subyacente, para, de esta forma, aislar la volatilidad que afecta a los precios del petróleo y los alimentos frescos. Como la inflación subyacente en la eurozona se situó en enero en el 0,9% (muy alejada del 2%), no parece que por ahora el BCE vaya a cambiar su política monetaria. Además, es plausible que, durante este complejo año electoral para varios países de la UEM, el organismo siga facilitando liquidez a la banca y a los mercados con el fin de que haya abundante financiación en el sistema.
Sin embargo, esta situación de la zona euro es muy diferente de la de EEUU, donde la inflación subyacente se sitúa ya en el 2,3%, rebasando el objetivo del 2% de la Reserva Federal (FED). Son los niveles más altos en cinco años, lo que refuerza las expectativas del mercado de que la FED subirá los tipos de interés en tres ocasiones a lo largo de 2017. Estas alzas podrían mantener la actual fortaleza del dólar o, lo que es lo mismo, un euro depreciado, lo que, sin duda, seguirá beneficiando a la economía de la UEM, ya que abarata sus exportaciones al resto del mundo.
Precisamente, el Índice Big Mac publicado en enero de este año muestra que el euro está devaluado con respecto al dólar en un 17%. Recordemos que este índice compara el precio en dólares de una de estas hamburguesas en 67 países del mundo, lo que permite observar si los tipos de cambio están sobrevalorados o infravalorados. Es decir, ofrece una guía para saber si una divisa se encuentra en su paridad “correcta”. Así, nada más comenzar 2017, el precio medio de un Big Mac en EEUU era de 4,70 dólares, y, en la zona euro, de 3,9.
Perspectivas de futuro
La clave en materia de política monetaria europea radica en saber cuál será la futura evolución de los precios. Por ahora, el consejo de gobierno del BCE seguirá sin tener en cuenta las variaciones de la inflación medida por el IPC, ya que considera que son transitorias y que no tienen implicaciones en las perspectivas a medio plazo de la estabilidad de precios ¿Qué factores podrían poner esta estabilidad en peligro?
1º) El precio del barril tipo Brent, de referencia para Europa, y que lleva un año subiendo: ha pasado de 38 dólares/barril en diciembre del año pasado a los 56 a los que cotizaba ayer. ¿Seguirá esta tendencia ascendente? Todo dependerá de la evolución de la economía mundial y de los acuerdos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Las previsiones de los organismos internacionales son que el crecimiento mundial será un poco mayor el año que viene, lo que podría mantener los actuales precios del petróleo.
Por su parte, los países de la OPEP se han puesto de acuerdo en reducir su producción en 1,2 millones de barriles diarios, con la pretensión de seguir incrementando su precio. No obstante, para que esta medida tenga el efecto esperado, los países productores no pertenecientes a la OPEP, como Rusia o EEUU, deberían disminuir también su producción, en unos 600.000 barriles diarios, lo que resultará difícil de conseguir.
2º) La depreciación del euro frente a otras monedas, que conduce a que los bienes importados se vuelvan más caros y a que aumente el IPC.
3º) Los movimientos populistas europeos, que provocan inestabilidad interna y ponen en duda la continuidad del euro. Por ejemplo, la candidata Marine Le Pen asegura que sacará a Francia de la moneda única, intención que también dejan entrever candidatos de otros países europeos.
4º) Las políticas económicas del presidente Trump, como, por ejemplo, la desregulación bancaria, que atraerá capitales hacia EEUU y que puede generar una mayor depreciación del euro. Y también el aumento del proteccionismo, de cuyo contagio es susceptible el resto del mundo, y que desembocaría en una subida de los costes y de la inflación, lo que pondría en peligro el buen funcionamiento de la cadena de valor a nivel mundial.
5º) Los llamados efectos de segunda vuelta, provocados por una mayor inflación y medidos por los aumentos del IPC. Los originaría una subida de los precios de la energía, que se acabaría trasladando a los salarios y a otros bienes y servicios, afectando a todo el proceso productivo.
Estas amenazas están forzando a los gobiernos a adoptar medidas paliativas. Por ejemplo, el de España acaba de aprobar la Ley de Desindexación, con la que trata de desvincular del IPC la revisión de los precios de bienes y servicios en la esfera del sector público. Alemania también optó por cambiar la forma de indexar las pensiones, y, así, la utilización de la inflación fue reemplazada por un factor de sostenibilidad que depende del ratio entre contribuyentes y jubilados. Políticas necesarias si no queremos que la inflación acabe devorando poco a poco el poder adquisitivos de los ciudadanos.