La venta de los activos de mayor riesgo se aceleró esta semana, castigando todavía más las Bolsas globales. La española, una de las más perjudicadas, ha perdido desde que comenzó el año un 17%. La inquietud en los mercados financieros está siendo alimentada por los malos resultados de las empresas americanas, europeas y de los países emergentes; las revisiones a la baja de los crecimientos económicos para este año de China, Europa y Estados Unidos y por los bajos precios del petróleo y otras materias primas como el gas, el trigo, el café o el cobre.
La enorme liquidez en los mercados
A pesar de este comportamiento pesimista de los mercados, consustancial a la naturaleza humana, los expertos creen que el escenario más probable es el de una desaceleración de la actividad económica mundial, pero no el de una recesión. Sin embargo, los inversores no se acaban de creer estas previsiones y tienen miedo. Como consecuencia, las Bolsas caen sin freno y ellos apuestan por la compra de los activos que consideran más seguros (oro y deuda pública de EEUU y Alemania, entre otros), sin importar los precios estratosféricos que tengan que pagar por ellos. La confianza de los agentes económicos en que los gobiernos de EEUU y de Alemania serán capaces de devolver su deuda pública ha hecho que la demanda y las cotizaciones de los bonos aumente y que los tipos de interés se desplomen, situándose incluso en niveles negativos en algunos plazos, lo cual no es ni natural ni deseable para fomentar el ahorro.
¿Por qué se está colocando deuda pública a tipos negativos? Para una persona normal sería mucho más rentable guardar sus euros debajo del colchón o en una caja fuerte que pagar un tipo de interés por tenerlo en bonos. La situación, sin embargo, es diferente para los fondos de pensiones y de inversión, bancos y compañías de seguros, que se ven obligados a buscar un lugar donde colocar sus cientos de miles de millones de euros. Cuando no hay otra alternativa, los tipos de interés negativos son el precio que están dispuestos a pagar los inversores por encontrar un puerto seguro donde fondear su dinero.
Además, como la liquidez sigue aumentando, los tipos de interés continuarán bajando y se volverán cada vez más negativos. Como consecuencia de esos nuevos descensos, la cotización de los bonos que se compren hoy se incrementará en el futuro, en el mercado secundario de deuda.
El lado positivo es que los tipos de interés bajos tienen un efecto expansivo para la economía al estimular el crédito a las empresas y familias, que es justamente lo que pretenden los bancos centrales, incluido el Banco Central Europeo (BCE). Los tipos negativos también sugieren que los gobiernos no tendrían inconveniente en seguirse endeudando si con ello consiguieran estimular la economía. Sin embargo, el efecto expansivo ha sido muy leve. Uno de los objetivos del BCE era que se depreciara el euro, ya que ayudaría a los exportadores, como así ha sido. Pero ahora el euro se está apreciando frente al dólar. Efectivamente: los malos datos de la economía estadounidense también están perturbando el tipo de cambio. La fuerte corrección del dólar frente al euro en las últimas semanas (desde 1,08 a 1,14) refleja la mayor percepción que tienen los mercados del debilitamiento de la economía estadounidense.
España: inestabilidad política
En este escenario de mayor debilidad e incertidumbre de la economía mundial, es necesario que España tenga cuanto antes un Ejecutivo estable que dé confianza a la inversión nacional y extranjera. A la espera de ese gobierno, los empresarios y los consumidores podrían estar retrasando sus decisiones económicas. Una demora política que se convierte en una parálisis económica y que no resulta saludable en ningún caso. De hecho, la incertidumbre ya está pasando factura. El BBVA Research calcula que la tasa de crecimiento del PIB en 2016 se reduciría en 0,5 puntos (del 2,7% que prevé al 2,2%) y en 1,3 puntos porcentuales en 2017 (del 2,7% al 1,4%). Los mercados están adelantando esta desaceleración y el IBEX-35 cayó, en lo que va de año, más de un 18%.
De ahí la necesidad de que se elabore cuanto antes una “hoja de ruta” que permita conocer a los inversores qué es lo que puede pasar y cuáles son las medidas de política económica que se deben aplicar para encauzar la actual situación de inestabilidad. En este contexto, la reducción del déficit público es un deber acuciante, tal como lo viene solicitando la Comisión Europea. Aunque las empresas son las protagonistas y responsables de la competitividad, sus decisiones se ven afectadas por el nivel y calidad de la dotación de los factores productivos y por el entorno macroeconómico, que, a su vez, depende de la acción del Gobierno.
En una situación de menor crecimiento económico y de demanda interna, las empresas españolas se encuentran en un momento decisivo para su futuro y tienen que seguir aumentando la cantidad y calidad de su oferta exportadora. Una estrategia que, afortunadamente, se viene aplicando desde hace muchos años, ya que la reducción de los costes energéticos y la moderación laboral está aumentado su competitividad.
El peligro de la deflación
El INE publicó ayer el Índice de Precios de Consumo (IPC), que disminuyó en enero un 0,3% interanual, continuando la tendencia a la baja que mantiene desde junio de 2014. Los precios llevan casi dos años descendiendo como consecuencia de la reducción del precio del petróleo. Por ahora, no hay riesgos de deflación porque el IPC subyacente, que mide los precios de los bienes y servicios más estables (alimentos elaborados, bienes industriales no energéticos y servicios), mantiene una suave senda ascendente. En enero de 2016 alcanzó el 0,9%.
Sin embargo, si, como consecuencia de la incertidumbre política, la demanda interna flojeara, habría riesgo de deflación, y la bajada de precios se podría producir de forma más generalizada. Esta hipótesis viene avalada por el hecho de que el IPC lleva disminuyendo más de un año y medio: es mucho tiempo. La deflación es una enfermedad generada casi siempre por una contracción de la demanda y que suele ir acompañada de aumento del desempleo. El proceso deflacionario es un círculo vicioso que se produce cuando, al reducirse los precios y por tanto los ingresos que obtienen las empresas por sus ventas, se da una disminución de los beneficios, ya que se reduce la facturación, pero, en cambio, los costes no descienden en la misma medida debido a la rigidez a la baja de los mismos. La consiguiente disminución de los márgenes empresariales conlleva una desincentivación de la inversión y del empleo.
Perspectivas para 2016
En resumen, en las últimas semanas hemos comprobado que los mercados están interpretando que la economía mundial puede acabar en una recesión. Al igual que las bacterias y los virus se transmiten entre los seres humanos, los bajos precios del petróleo y el mal comportamiento de las economías de China, Rusia y Brasil se está contagiando al resto del mundo; a la gente le empieza a preocupar que esa situación comience a tener un impacto en las economías de EEUU y Europa a través de los mecanismos de trasmisión: los mercados de deuda, la Bolsa y el sistema financiero.
Ante esta situación de pánico, enorme liquidez, caídas de los precios de las acciones y de las materias primas, ¿qué nos espera para el resto del año? Los mercados se inclinan por una recesión o por una fuerte desaceleración de la actividad económica: un “Black Hat Scenario”, es decir, el peor de todos los posibles. Antiguamente, en Reino Unido, el que un juez llevara un sombrero negro sobre la cabeza a la hora de emitir su sentencia significaba la pena de muerte para el acusado. A pesar del desasosiego e incertidumbre de estos días, en mi opinión, parece probable que en 2016 el juez no llegue con sombrero negro anunciando graves problemas para la economía mundial.
En primer lugar, porque las monedas de los mercados emergentes se han depreciado mucho y sus productos están ganando en competitividad. Como consecuencia, los emergentes ganan más cuota de mercado de exportación y comienzan a producir más para atender a sus ventas en el exterior.
Segundo, porque los bancos centrales siguen manteniendo políticas expansivas que impiden que se produzca una recesión. Antes, las instituciones financieras por depositar su dinero en el BCE obtenían un interés. Ahora, tienen que pagar un 0,3% por dejar allí su dinero y parece probable que a partir de marzo los tipos de interés de la Facilidad de Depósito se reduzca todavía más, hasta el -0,4%. Una medida que favorece que los bancos presten dinero y no lo depositen en el BCE.
Tercero, porque las reciente estimaciones de la Comisión Europea y del FMI anticipan un escenario en el que las economías mundial y europea seguirán creciendo en los dos próximos años, si bien a una velocidad inferior a la estimada en sus previsiones de otoño. Mientras tanto los ahorradores debemos seguir los principios básicos e inmutables que ningún inversor debería olvidar: conservar la calma, invertir a largo plazo, comprar barato y no dejarse llevar por el efecto manada.