Nos ha dejado perplejos darnos cuenta de la vulnerabilidad del bienestar en que vivimos. Ha bastado un nuevo virus para perturbar nuestra tranquilidad. Este temor colectivo ha hecho posible un estado de pánico, el cual ha permitido al Gobierno campar a sus anchas, pues los ciudadanos, cuando tienen miedo, se suelen mostrar sumisos a quien les dé sensación de seguridad, aunque les esté manipulando. Quizá, la COVID-19 deje de preocuparnos en breve, pero no lo harán las secuelas económicas provocadas por la gestión de los aprendices de brujo instalados en La Moncloa.
Hoy analizaremos el comportamiento de las bolsas del mundo que más afectan a la española durante la expansión del coronavirus, del 17 de febrero al 1 de mayo. El principal índice bursátil de referencia de la bolsa griega, el Athens 20, lidera las pérdidas, al haber descendido un 34,31%. Caída que no extraña a nadie, ya que su economía está lastrada por los rescates que ha sufrido. Le sigue el ATX de la bolsa austríaca, con una bajada del 30,68%, dato peor del esperado, dado que su economía es sólida, sus cuentas tienen un superávit del 0,7%, y una deuda pública del 70%. La causa de ese sorprendente derrumbe se debe, en parte, a que el gobernador del Banco de Austria prefirió apostar por la sinceridad y advertir de los escenarios posibles. Este gesto ocasionó una gran incertidumbre que repercutió en su renta variable.
El tercer país cuya principal bolsa más ha descendido es España: el Ibex-35 lo ha hecho un 30,63%. Para poder entender este desplome conviene revisar la circunstancias que lo han originado. A diferencia de los gobiernos de la mayoría de socios comunitarios, el nuestro no ha sabido afrontar la pandemia. No ha realizado autocrítica de sus graves errores, ni ha querido imitar a las naciones que ya habían tenido éxito, como Taiwán y Corea. La receta para luchar contra la pandemia resultaba fácil: comenzar pronto, efectuar test masivos, buscar a los positivos, encontrarlos, aislarlos y estudiar a quien hubieran podido contagiar.
Esas medidas no habrían requerido el “arresto domiciliario” a quienes no portaban el virus, lo que hubiese evitado el confinamiento total y deterioro económico que ya ha anunciado Moncloa, que se prolongará dos años. Citemos sus pronósticos más significativos: PIB (-9,2%), paro (19%, lo que supone una pérdida de 900.000 empleos), consumo (-8,8%), inversión (-25,5%), exportaciones (-27,1%), déficit (10,3%) y deuda sobre PIB (115%).
Las bolsas europeas menos castigadas se encuentran en Dinamarca (-7,20%), Eslovaquia (-7,68%), Suiza (-13,69%), Noruega (-15%), Suecia (-16,31%), Finlandia (-17,68%) y Holanda (-18,66%). Todos estos países han obtenido un rating de calificación de deuda alto según la agencia Moody’s, al contrario que España, cuya calificación es baja (Baa1), lo que puede implicar que se dispare la prima de riesgo de la deuda soberana. ¿Lo peor? Que el tándem Sánchez-Iglesias no despierta, ni dentro ni fuera, confianza alguna. Sin embargo, sí que lo haría un gobierno de concentración nacional formado por profesionales acreditados, que muchos reclamamos. Estoy en línea con lo que apuntaba Francisco Rosell hace una semana: no solo nos jugamos la economía de varios años, sino, además, algo mucho más valioso. Nuestra libertad.