La caída de los precios se acentúa en diciembre, pero no se trata de la deflación de la que tanto se hablaba meses atrás. De hecho, los economistas prefieren hablar de desinflación, de una rebaja de los componentes más volátiles de la cesta de la compra y de un fenómeno que no es en absoluto generalizado ni afecta a las decisiones de compra.
Con todo ello, el Índice de Precios al Consumo cayó en diciembre un 1,1% respecto al mismo mes del año anterior, de acuerdo con los datos que publicó ayer el Instituto Nacional de Estadística. Este dato, que supone un descenso de 7 décimas respecto al dato interanual de noviembre, es el segundo menor de toda la serie histórica (que se remonta a 1961), después del -1,4% registrado en julio de 2009, y el mayor registrado en el mes de diciembre.
Además, sorprende que la caída de precios se haya agudizado justo en diciembre, cuando hay un incremento del consumo derivado de la campaña navideña y muchos productos alimenticios suben vertiginosamente de precio, aupados por la escasez en las vísperas de las grandes fiestas. De hecho los precios caen un 0,6% respecto al mes anterior, el dato más bajo registrado en diciembre, que contrasta con una subida media del 0,6% en los últimos cincuenta años.
PETRÓLEO
Sin embargo, este efecto no se ha producido por la bajada del consumo, que avanza al ritmo más elevado desde agosto de 2007, sino por una rebaja de los precios del petróleo. El descenso de los precios “se explica, principalmente, por la bajada de los precios de los carburantes (gasóleo y gasolina), frente a la subida registrada en 2013”, precisaba ayer el INE. De hecho, la inflación subyacente (que no se publica en el dato adelantado) se situó en noviembre en el -0,1%.
Desde junio, el barril de Brent, de referencia en Europa, ha caído más de un 50% y llegó a tocar ayer los 56,74 dólares, lo que supone un nuevo mínimo desde mayo de 2009. Aunque el desplome del petróleo se ha producido a lo largo de seis meses, lo cierto es que en los primeros compases estuvo muy mitigada por la depreciación del euro y no ha sido hasta finales de noviembre cuando esta se ha intensificado. De hecho, el precio del barril ha caído cerca de un 30% sólo desde finales de noviembre, cuando se hizo patente que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) no tenía ninguna intención de recortar la producción de crudo para revitalizar los precios, sino que Arabia Saudí y sus aliados del Golfo Pérsico preferían hundir el precio para dinamitar las prospecciones alternativas que les pudieran hacer perder cuota de mercado.
Esto no es negativo en absoluto para Economía. El ministro del ramo, Luis de Guindos, declaró ayer en la cadena Cope que si el abaratamiento del crudo se mantiene durante varios meses, algo que entra dentro de sus previsiones, “se podría generar un ahorro de entre 10.000 millones y 12.000 millones de euros anuales”. Por ello, tal como había dicho recientemente también Luis de Guindos, el comportamiento en negativo de los precios no se trata de deflación, ya que ese término refleja una “espiral viciosa” en la que las expectativas de inflación son más bajas y demoran decisiones de compra, algo que no sucede en España.
De hecho, una deflación podría poner en peligro el crecimiento, porque los consumidores posponen sus compras a la espera de mejores precios, mientras que las empresas se ven obligadas a rebajar sus precios y salarios para combatir la falta de consumo, y todo eso lleva a que haya una menor renta disponible en la sociedad y la situación se enquiste. Ahora, como señalaba ayer EXPANSIÓN, el efecto es el contrario, ya que los ahorros derivados de los carburantes se trasladan al resto de los productos. En todo caso, quienes sí podrían salir perdiendo son quienes están sobreendeudados y necesitan diluir sus pasivos en un valor real cada vez más bajo para desapalancarse.
Queda una última derivada, que es qué va a hacer el BCE. En noviembre la eurozona mantenía una inflación del 0,3% que, de seguir el camino español, entraría en terreno negativo. Esto podría acelerar los planes de un Quantitative Easing (QE) europeo, que dejaría más liquidez en manos de gobiernos y empresas. De hecho, el presidente del BCE, Mario Draghi, mencionó en las últimas reuniones la necesidad de “evitar los efectos de segunda ronda” de la caída de precios. Esto es, que los ahorros derivados del abaratamiento de ciertos productos se traslade a una caída de sueldos en Europa. Sin embargo, esto es sólo una posibilidad. La otra opción es que la mejora de poder adquisitivo permita controlar los sueldos en aquellas empresas que más lo necesiten, mientras que dé un mayor margen para subirlos en las que tienen más beneficios.