Europa después del referéndum
25 de junio de 2016
Por admin

El Brexit es, sin duda, una muy mala noticia. Y no sólo para los británicos. Todo indica que la Unión Europea se va a enfrentar en los próximos meses a una crisis muy grave. Desde que se planteó el referendum británico, he tenido claro que, fuera cual fuera su resultado, la Unión Europea tendría que introducir cambios importantes en su estructura y en su desarrollo. El caso británico es, ciertamente, especial, porque el Reino Unido ha mantenido, desde el momento de su incorporación, una actitud particular. Pero tiene también aspectos que afectan a otros países, que no están cómodos con las políticas que ha puesto en marcha la Unión a lo largo de los últimos años.

En algunos medios se ha presentado la posibilidad de reacciones similares en otras naciones como un problema de “contagio”, dando por supuesto que los actuales problemas europeos tienen mucho que ver con el escepticismo británico. Pero esta idea es equivocada. Lo que realmente está ocurriendo es que muchos ciudadanos de algunos países miembros piensan que es preferible que determinadas políticas sean gestionadas directamente por sus propios gobiernos y sus propios parlamentos. La Unión Europea ha conseguido un gran éxito en la creación de un mercado único que garantiza la libre circulación de bienes, servicios y factores de producción. Pero algunas de sus políticas, en especial desde la puesta en marcha de la unión monetaria, son rechazadas por muchos de sus ciudadanos.

La posición de los defensores del Brexit partía de una interpretación falsa de la moderna historia británica. Habría, seguramente, que recordar a sus partidarios que los principales problemas de su país no tienen su origen en su pertenencia a la Unión Europea; y que fue el Reino Unido uno de los principales defensores de la extensión de la Unión a la Europa del Este y a Turquía; es decir, a esos mismos países que son, en buena medida, el punto de partida de la inmigración que tanta preocupación despierta en el país. Pero hay que reconocer que muchas de las críticas que han formulado contra la Unión tienen sentido. Para Gran Bretaña abandonar Europa tendrá, sin duda, un coste muy elevado en términos económicos; entre otras cosas porque la idea de transformar al Reino Unido en un país liberal y librecambista -deseable, sin duda- plantea muchas dudas con respecto a la posibilidad de su aplicación real. Pero no deberíamos olvidar la solidez de algunos de los argumentos de los euroescépticos. 

Una de las mayores equivocaciones que se podrían cometer en el continente tras el referéndum es seguir las recomendaciones que han presentado recientemente algunos políticos europeos. Su idea es, más o menos, la siguiente: si Gran Bretaña sale de la Unión, lo que debemos hacer es “profundizar” -palabra mágica del lenguaje europeísta- en el proceso de integración y dar nuevos pasos hacia una Europa federal. Pues no. Si algo nos ha enseñado el caso británico es que esto es, precisamente, lo que no hay que hacer ahora.

Deberíamos ser conscientes de que la causa principal del referéndum británico -y de todos los problemas que ha ocasionado- es el rechazo por parte de mucha gente de esta política de “profundización” que ha llevado a las autoridades europeas a intervenir y a regular mucho más de lo necesario en multitud de asuntos que afectan a la economía y a la vida diaria del empresario y del hombre de la calle. La distribución de funciones entre la Unión y los Estados miembros debe hacerse de acuerdo con el principio de subsidiariedad; y aquélla sólo debería intervenir cuando el ámbito europeo -y no el nacional o el regional- sea el más adecuado para una determinada política o una determinada reglamentación. En otras palabras, no todo lo que viene de Bruselas es bueno -o malo- per se. Es preciso analizar, caso por caso, si una política europea es la mejor solución para un problema concreto; o si éste puede ser resuelto mejor por los Estados miembros. Y lo que nos muestra la historia reciente es que la Unión ha ido, en muchos casos, más allá de lo que la eficiencia recomendaba.

Y, por otra parte, se plantean dudas sobre lo que va a hacer ahora la Unión en algunas cuestiones que son claramente de su competencia; la política comercial exterior, por ejemplo. Europa está negociando en estos momentos un importante acuerdo de comercio e inversiones con los Estados Unidos, el ya famoso TTIP. La derecha nacionalista y buena parte de la izquierda europea se oponen a este tratado. Supongamos que las presiones en contra de su firma tienen éxito, finalmente, y el proyecto del TTIP fracasa. Me temo que estaríamos dando muy buenos argumentos a los partidarios del Brexit o a quienes, en otros países miembros, piensan que estarían mejor fuera de la Unión. El Brexit ha triunfado. Ahora, desde Europa, hay que mirar al futuro; y ese futuro no pasa ni por una estructura rígida ni por atribuir, por principio, nuevas competencias a la Unión, sin analizar con cuidado si son o no favorables al crecimiento económico y al bienestar de sus habitantes. Seguir por tal camino sería un error, un gran error.

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