El próximo jueves, el electorado británico está llamado a decidir sobre una cuestión que, más que ninguna otra, ha definido el debate político en el Reino Unido en el último cuarto de siglo: la pertenencia o no del país a la Unión Europea. Losúltimos sondeos dan la ventaja al campo pro-Brexit, con el 53% de los votos frente al 47% del lado pro-europeo. Existe, por tanto, una posibilidad clara de que Gran Bretaña dé la espalda definitivamente al proyecto europeo el 23 de junio.
Si bien un resultado favorable al Brexit abriría un panorama de incertidumbre para la economía británica, no es menos cierto que tal veredicto supondría un duro golpe también para la Unión, en un momento de debilidad política y grandes desafíos económicos y migratorios. El Brexit significa la secesión no sólo del tercer mayor contribuyente neto al presupuesto de la UE, sino también de uno de los estados miembros que más ha influido en el fondo y la forma que ha tomado el proceso de integración europea.
En gran medida, éste es un referéndum necesario e inevitable. Tanto Reino Unido como el proyecto europeo han evolucionado enormemente desde la entrada del país en la entonces Comunidad Económica Europea en 1973. En aquel año, la economía británica se encontraba en una situación de progresivo declive, atrofiada tras tres décadas de altos impuestos y creciente intervención estatal en las principales industrias.
Los dirigentes británicos miraban con envidia al otro lado del Canal de la Mancha, donde una fulgurante Alemania lideraba junto con Francia e Italia en la construcción de un boyante bloque comercial. Formar parte de Europa constituía para muchos británicos la única esperanza de rescatar la economía y preservar su muy mermada influencia política a nivel internacional.
Pero 42 años después, la UE es mucho más que una simple unión arancelaria. La mayoría de países miembros comparte la misma moneda, así como una frontera común como resultado del pacto de Schengen, y una política exterior cada vez más convergente. Gran Bretaña está fuera del euro, fuera de Schengen y es profundamente reticente a supeditar su diplomacia al consenso de los 28 países de la Unión.
Gran potencia económica
Por otro lado, lejos de ser “el hombre enfermo de Europa,” como se le conocía en los 70, el Reino Unido es hoy una de las economías más dinámicas y vigorosas del Viejo Continente, tras la radical transformación experimentada durante el gobierno de Margaret Thatcher. Su tasa media de crecimiento en las cuatro últimas décadas supera a Alemania, Francia e Italia.
El progreso económico se refleja en las cifras de empleo: desde principios de año, la economía británica viene registrando porcentajes récord de ocupación. Su cifra de paro, del 5%, es la cuarta más baja de Europa y se sitúa muy cerca de los niveles alcanzados antes de la crisis.
No sorprende por tanto que muchos británicos ya no sientan que necesitan a Europa como la necesitaban en 1973. Aunque la mitad del comercio exterior del Reino Unido sigue siendo con países de la UE, la trayectoria es descendente, a medida que las empresas británicas se reorientan hacia Norteamérica y los mercados emergentes de Asia. Además, Gran Bretaña tiene un amplio déficit comercial con sus socios europeos, lo que lleva a algunos a pensar que la Unión buscaría un tratado comercial favorable en caso de Brexit, bajo presión de las automovilísticas alemanas y otros exportadores clave.
Pero el euroescepticismo británico va más allá de las cifras macroeconómicas. Desde los tiempos de Thatcher, si no antes, el Reino Unido ha observado con recelo las maniobras del Continente para profundizar la unión política. Gran Bretaña no sufrió la experiencia de invasiones y derrotas militares que aún influyen en el pensamiento de la mayoría de europeos. Churchill expresó el sentir británico cuando dijo: “We are with Europe, but not of it” (estamos con Europa, pero no somos parte de ella).
A diferencia de los movimientos antieuropeos en otros países de la Unión, que proceden principalmente de la xenofobia (véase la Lega Nord en Italia, los Verdaderos Finlandeses), del anticapitalismo (Syriza, Podemos) o de ambos (el Frente Nacional francés), una parte del euroescepticismo inglés ofrece una crítica liberal-democrática de la Unión Europea. Ataca la ineficiencia de las autoridades económicas en Bruselas; la falta de control y supervisión en el gasto de fondos comunes; y, en general, el importante déficit democrático, tanto en la Comisión como en el Consejo Europeo.
La UE, ante una encrucijada
Existe también una fuerte corriente anti-inmigración, soliviantada por los eurófobos de UKIP, y es muy posible que sea éste el factor decisivo en dar la victoria al lado pro-Brexit. Sin embargo, sería un grave error entender un posible ‘no’ como una peculiaridad británica, sin mayores consecuencias para el resto de la Unión, o como una anomalía posibilitada por la intolerancia de unos pocos. El Brexit, de producirse, debe motivar una profunda reflexión por parte tanto de Bruselascomo de los gobiernos nacionales sobre la trayectoria y objetivos del proceso de integración.
Perder al Reino Unido supondría perder a uno de los líderes económicos a nivel mundial, un país que (por razones tanto económicas como demográficas) ha deconvertirse en la primera economía europea antes del 2040. También significaría perder al miembro más proglobalización y promercado de todo el bloque.
Es gracias a Gran Bretaña que hoy gozamos del Mercado Único europeo, que brinda nuevas oportunidades comerciales a empresas grandes y pequeñas, al mismo tiempo que redunda en un mayor número de opciones a precios más económicos para los consumidores. También fueron los británicos quienes, trasliberalizar y privatizar sus propias industrias, con enormes ganancias de eficiencia y bienestar económico, exportaron estas ideas al resto de Europa. Nuestros mercados de transporte aéreo y ferroviario, de telecomunicaciones, de electricidad y agua son hoy más competitivos y eficientes debido en gran parte a la influencia positiva del Reino Unido en la UE.
Al margen de los resultados del jueves, Europa debe preguntarse qué clase de Unión quiere ser: un bloque anticuado y burocrático de economías abotargadas; o una alianza dinámica y abierta al mundo, dispuesta a reformarse para afrontar las oportunidades y desafíos del futuro. Pese a sus muchos defectos, es evidente que el Reino Unido siempre ha promovido esta segunda (optimista) visión de Europa mientras otros países se cerraban en banda. La pérdida de esta visión de futuro será, en última instancia, la consecuencia más desafortunada del Brexit, si llegara a producirse.
Diego Zuluaga es Jefe de Investigación de EPICENTER, la red de think tank liberales más importante de Europa, y analista europeo del think tank CIVISMO, con sede en Madrid.