La situación de las finanzas públicas de muchos países –y sobre todo su previsible evolución en los próximos meses– no invitan precisamente al optimismo. En Europa, España es, sin duda, una de las naciones que se encuentran en peor situación. Como ya se ha comentado muchas veces, hemos entrado en esta crisis con un déficit y una deuda pública muy elevados, resultado principalmente de haber desaprovechado los años buenos de crecimiento económico para equilibrar las cuentas y reducir el endeudamiento. Pero los datos son los que son y más que mirar hacia atrás y reflexionar sobre lo mal que lo hicimos, hay que pensar en el futuro.
Si algo está claro hoy es que las Administraciones Públicas españolas van a necesitar en el próximo futuro un volumen muy elevado de recursos. La razón es obvia. Su gasto va a crecer y sus ingresos van a caer de forma acusada como consecuencia de la recesión en la que ya estamos inmersos. Lo que cualquier gobierno responsable debería plantearse ahora es, por tanto, de dónde va a sacar los fondos que necesita. Y no son muchas las alternativas. Una política dirigida a elevar la recaudación fiscal sería hoy no sólo inviable, sino también suicida. Es inevitable, en consecuencia, buscar dinero en el exterior.
Y aquí se plantea un problema serio. La Unión Europea ha diseñado un plan de ayuda al que, nos guste o no, tendremos que acogernos porque no nos queda más remedio. Pero las condiciones de este plan aún no se han detallado por completo. Desde los países que más necesitan esta ayuda –España entre ellos, ciertamente– han surgido voces que afirman que ofrecer fondos en préstamo no es suficiente y piden subsidios directos o financiación mediante títulos de deuda a coste cero que, en la práctica, nunca se devuelvan. En caso contrario –se afirma– nuestra deuda pública alcanzaría una cuantía difícilmente soportable. Y para justificar tal propuesta se acude a la historia, de una forma bastante sesgada por cierto, y se acusa al país al que hoy se le pide dinero –Alemania– de haberse beneficiado en el pasado de generosas quitas de su deuda pública, demandando que en esta ocasión se haga lo mismo, pero en sentido contrario: es decir, que no se devuelva una deuda que acabaría siendo financiada básicamente por Alemania.
¿Es cierto que en el pasado Alemania se benefició de quitas de su deuda? Sí, sin duda. Y los acuerdos de Londres de 1953, que parecen haber resucitado estos días, tuvieron precisamente ese objetivo. Lo que no se puede hacer, sin embargo, es equiparar aquella situación a ésta… ni aquella deuda a ésta. El endeudamiento de Alemania que se solventó en la reunión de Londres venía de lejos, ya que tenía su origen en los acuerdos –o imposiciones, dirían con bastante razón los alemanes– firmados en Versalles tras la Primera Guerra Mundial. No creo exagerar si afirmo que la Conferencia de Versalles fue un episodio lamentable. Siguiendo la consigna “Le boche paiera” (los alemanes pagarán) se impusieron por la fuerza a los vencidos unas reparaciones de guerra imposibles de satisfacer en la práctica, que llevaron al Gobierno de la República de Weimar a obtener créditos en el exterior, que de poco sirvieron; y determinaron la ocurrencia de dos hechos muy graves que condicionarían el futuro de Alemania en los años siguientes: la ocupación militar de la cuenca del Ruhr por tropas de Francia y Bélgica, y la hiperinflación de 1923. Los resultados fueron nefastos, y sin estos hechos no se entiende la llegada de Hitler al poder y la II Guerra Mundial.
No repetir errores
Tras la creación de la República Federal Alemana se intentó, con buen sentido, no volver a caer en los errores cometidos treinta años antes y se consideró que la recuperación de la economía alemana no sería una desgracia –como de forma absurda habían pensado los franceses en 1918–, sino algo muy positivo para toda Europa, como de hecho lo fue. Pero lo importante aquí es que, aunque utilicemos la palabra “deuda” en un caso y en otro, estamos hablando, en realidad, de cosas muy diferentes. Si España cerró 2019 con un déficit presupuestario del 2,8% de su PIB y con una deuda pública de 1,18 billones de euros no se debe a que los alemanes, los holandeses o los austriacos nos hayan obligado a punta de pistola a darles dinero (como le había ocurrido a Alemania en Versalles). Los españoles, como los griegos hace unos años, nos hemos endeudado voluntariamente para financiar nuestro consumo y nuestras inversiones. Y, si surge una situación tan grave como la actual, tiene sentido que solicitemos ayuda a quienes están mejor que nosotros… y que la devolvamos cuando las cosas se enderecen. Pero no creo que sea el momento de pedir regalos y mucho menos de tergiversar la historia. Europa ha pasado por muchas situaciones deplorables a lo largo del último siglo. Resucitar el slogan “Le boche paiera” sería un auténtico disparate, de consecuencias imprevisibles.