Los políticos siempre piensan que sus palabras no tienen impacto y que el mundo debe adaptarse a lo que ellos decidan. “Es la democracia”, dicen. No, los ciudadanos dan la confianza a los políticos para facilitar que su vida vaya mejor, no para introducir cargas de profundidad en los cimientos de la sociedad. Y si lo que votamos es que todo explote, y esperan que los inversores se lancen a arriesgar su dinero en el país ante ese escenario, o somos muy infantiles o muy locos.
España consiguió en 2015 pagar menos intereses de la deuda -sobre PIB- que en 2007, a pesar del aumento del endeudamiento. El apoyo del Banco Central Europeo ha sido muy importante, pero no olvidemos que en 2008 ya compraba miles de millones de deuda y la prima de riesgo se disparaba. España ha reducido sus necesidades de financiación neta pública a la mitad y la deuda privada a niveles de 2006. Hemos pasado de ser casi un 30% de las emisiones de deuda de la Eurozona –una salvajada- a alrededor del 10%.
Pero es que ese apoyo del BCE no es incondicional ni eterno. Las propuestas que pretende forzar un 20% de los votos a todos los demás son tan brutales, incluyendo procesos constituyentes bolivarianos, planes rupturistas y gasto descontrolado, que el que piense que el BCE va a financiar esa locura peca, cuando menos, de optimista. Porque detrás de todas esas promesas de gasto eterno está “que lo paguen los otros”. Y no va a ocurrir.
En 2016 vencen más de 85.000 millones de euros de deuda y en 2017 otra cifra similar. Los genios de “los jardines de Atocha” y “arderéis como en el 36” quieren aumentar el déficit y gastar más mientras cambian la constitución, abren la puerta a secesiones regionales y piensan que los inversores y Europa van a sacar la cartera para invertir en semejante fiesta. Y que, por supuesto, nos van a prestar más y a coste bajo. Es “nuestro derecho” .
En 2016 vencen, a su vez, más de 65.000 millones de euros de deuda corporativa. Los iluminados piensan que van a ahogar a todas esas empresas a impuestos y que, además de financiarse barato, van a dedicarse a contratar a largo plazo y con contrato fijo, mientras se dispara la prima de riesgo –que ayer subía hasta un 9%-.
Tendemos a hablar mucho de derechos pero olvidamos que no hay derechos sin obligaciones, y que una de las obligaciones principales es mantener un entorno de seguridad y confianza para el inversor.
No es una casualidad que los grandes países inversores del mundo sean a su vez los mayores captadores de capital y los que tienen índices de seguridad jurídica y fiabilidad crediticia más altos. Los grandes inversores lo son porque son además fiables.
Romper la fiabilidad e incentivar la incertidumbre es muy apetecible para el intervencionista. Se auto-concede el título de “El Pueblo” y, cuando se equivoca, traslada los errores y fracasos al enemigo exterior. La culpa siempre es de otro porque “El Pueblo” no se equivoca y “la democracia” lo ha decidido. Aunque decida democráticamente tirarse todos a una por el barranco. La culpa es “del capital”.
Que lo vean como quieran. Aunque pataleen, se quejen, lo nieguen o lo intenten intervenir, la realidad es que si rompemos la confianza y nos lanzamos a romper la baraja, volveremos a caer en los errores del pasado. Creer, como hizo Tsipras y Varoufakis, que porque eres la cuarta economía de la Eurozona te van a tener que admitir cualquier disparate que desees es ridículo. Que les dará igual porque el destrozo lo tendrá que solucionar otro, o porque ya ocuparán el poder, es muy triste.