Si algo tienen en común los atractivos programas electorales de los partidos son sus ofertas de mejores servicios. Éstas vienen acompañadas de propuestas de gasto muy concretas y desarrolladas para darles mayor verosimilitud. Sin embargo, ese esfuerzo en apuntalar sus promesas no suele ir acompañado de una rigurosa memoria que demuestre que su financiación es factible. Aunque hablan de un aumento de la recaudación basada en subidas de impuestos, pocas veces obtienen los resultados anunciados. El resultado de ese desequilibrio suele provocar un aumento desorbitado de la deuda. Y lejos de pedir disculpas a los ciudadanos, algunos de ellos se justifican aduciendo que esta losa de endeudamiento es necesaria para que la economía crezca. Su simplón argumento defiende que si el Gobierno gasta más, se creará empleo y los ciudadanos consumirán más, por lo que se generará actividad y aumentarán los ingresos fiscales. Desgraciadamente, la práctica demuestra que esta hipó- tesis no funciona en el largo plazo.
De hecho, no es casualidad que la única comunidad que mantiene un saldo de crecimiento positivo a lo largo de la crisis (entre 2008 y 2015) sea precisamente la de Madrid, que es la que menos deuda ha contraído. En cambio, las que más se han endeudado han sufrido una recesión mucho peor que la media. En concreto, las seis regiones que más deuda han emitido (un 25,9% de sus PIB, de media, lo que supone casi el doble de sus ingresos anuales) están hoy un 4,7% por debajo de su nivel de PIB en 2007. Por el contrario, las seis más austeras se han endeudado la mitad y únicamente han perdido un 2,5% de su actividad económica previa al estallido de la crisis. No sólo resulta difícil demostrar un efecto positivo de la deuda sobre el crecimiento, sino que parece que lo que ocurre es justo lo contrario: el incremento de la deuda lastra el PIB. En concreto, 20 puntos más en el avance de la deuda suponen dos puntos de PIB menos en los últimos años. Y dos puntos de PIB menos en el conjunto de España cuestan la friolera de 350.000 puestos de trabajo.
Hay varias razones por las que la deuda no genera el efecto positivo que defienden sus partidarios. En primer lugar, los recursos que utiliza el sector público se detraen de las empresas y los ciudadanos, lo que les hace más difícil sobrevivir en la crisis. De ahí que el círculo virtuoso que algunos proclaman se desvanezca. En segundo lugar, aquel suele utilizar sus medios económicos para mantener gastos corrientes desorbitados mientras que el privado podría emplearlos para invertir y mejorar su capacidad y su eficiencia, logrando aumentar el empleo en el largo plazo. Finalmente, el endeudamiento puede suponer un leve impulso en el corto plazo, pero luego se transforma en una gran losa de intereses que hay que acabar pagando, por lo que al cabo de unos años se empieza a detraer recursos de la Administración y, a la vez, se genera desconfianza entre los inversores. En este caso, las comunidades se ven obligadas a subir los impuestos a los ciudadanos y a sus empresas, lo que hunde el consumo y retrasa las inversiones, al haber menos financiación disponible. Insisto: endeudar en exceso a un país cuesta, a la larga, un pérdida de empleo y que las siguientes generaciones paguen unas cargas por las que no tienen responsabilidad alguna