El coronavirus: otra crisis económica mutante
27 de junio de 2020

El empeoramiento de estimaciones macroeconómicas de los principales organismos internacionales supone una advertencia seria sobre la evolución de la economía española en los próximos trimestres frente a una cierta complacencia instalada en la política y la comunidad económica subrayando que “lo peor ha pasado”. La mayor parte de los análisis y previsiones parten de los hechos más recientes, donde se puede observar una recuperación notable en la mayoría de los indicadores adelantados tras un hundimiento sin precedentes de sus niveles en los meses de marzo y abril. Obviamente, su trayectoria ha estado condicionada por las tres decisiones políticas clave de los últimos tres meses: el decreto de confinamiento de la población, el decreto de paralización de las actividades no esenciales y el decreto de desescalada.

Por ello, pasar de un cierre total a la nueva apertura y libertad de movimiento, implicaba necesariamente un rebote de los principales indicadores y, estadísticamente, las tasas de variación de todas las magnitudes económicas en los próximos trimestres quedan condicionadas por la fuerte caída de marzo-abril. Pero de ahí a afirmar con rotundidad que “lo peor ha pasado” es poco prudente y no se corresponde con la dinámica de crisis pasadas (cuantitativamente) menos graves que la actual, y menos aún dado el profundo desequilibrio actual e inmediatamente futuro de las cuentas públicas.

Si algo han enseñado las crisis en el pasado (teniendo la más reciente hace escasamente una década) es que son “mutantes”, es decir, empiezan de una forma y terminan de manera muy distinta a como comenzaron, desarrollándose en diferentes fases que van unas encadenadas con otras. Cada una de las “mutaciones” de la crisis tiene un catalizador o, dicho de otra forma, un elemento que desencadena la siguiente fase. Se trata de fenómenos imprevisibles que se manifiestan con un poder enorme de destrucción y que cambian radicalmente el panorama.

Tal como señaló en multitud de ocasiones el economista David Taguas, la anterior crisis de 2008 tuvo hasta cuatro “mutaciones”. De ser una crisis originariamente financiera, primero pasó a ser una crisis de demanda (parón en seco del consumo y caída de la inversión). Después se convirtió en una crisis estructural de oferta (destrucción de empresas, salida masiva de capitales) y, por último, mutó a una crisis de deuda soberana a partir de mayo de 2010, la cual se prolongó durante más de tres años. Durante este período se produjeron hasta dos “salidas en falso” de la crisis (2009 y 2011), las cuales naufragaron o bien por motivos internos (no estaban correctamente asentadas las bases de la recuperación) o por motivos externos (shocks financieros derivados de la desconfianza hacia España).

Por tanto, para los próximos meses de evolución de la economía española, es necesario vigilar los siguientes factores: primero, la posibilidad de que se produzcan mutaciones de la crisis (¿Una crisis financiera? ¿Una crisis de deuda soberana asociada a la credibilidad del BCE? ¿Un conflicto institucional en Europa?); segundo, la fortaleza de los fundamentales de la economía que den soporte a la recuperación y, tercero y último, la sostenibilidad de la deuda pública a medio plazo. Empezando por el primero, las tensiones en el seno europeo unidas a la inestabilidad geopolítica son una incubadora de riesgos que pueden dañar a la economía española, si bien no es posible adivinar qué hecho o hechos pueden tener una mayor repercusión. Fiar todo a la intervención masiva de los Bancos Centrales no asegura una correcta gestión del riesgo, sino más bien todo lo contrario: es una incubadora de autocomplacencia.

En el caso del segundo punto, durante los próximos meses continuará la extraordinaria debilidad de los fundamentales de la economía. La decisión de paralizar durante un mes toda la actividad no esencial ha provocado que España tenga, junto a Italia y Francia, las peores estimaciones de crecimiento de las grandes economías occidentales (-12,8% las dos primeras y -12,5% en el caso de Francia) para 2020 y con una recuperación más débil en 2021, y así es como apuntan los indicadores adelantados que aglutinan mayor volumen de información (por ejemplo, el Leading Economic Index de España está en caída libre sin síntomas de recuperación por debajo del nivel de 2016). Pero lo que es aún peor es el daño a largo plazo, ya que en 2020 el PIB potencial se parará en seco tras años de continuo crecimiento promedio del 1,5% en toda la etapa última de expansión (solo Italia estará en una situación peor), y por último, con respecto a la sostenibilidad de la deuda, unos antecedentes ya de por sí desfavorables en déficit y deuda ahora añaden más elementos para que el crecimiento del endeudamiento sea explosivo.

En suma, la cuestión de ahora no está en adivinar qué circunstancia o elemento imprevisible va a ser lo que marcará los próximos meses de crisis. Basar el análisis de riesgos económicos en intentar cavilar qué será lo que haga recaer a la economía no es una buena idea. Es necesario tener una economía y unas herramientas de intervención económica correctamente preparadas para que, sea cual sea, la mutación pueda gestionarse y enfrentarse adecuadamente. En el mundo financiero se desperdician muchas horas valiosas intentando predecir lo que en sí mismo es impredecible, aunque posible.

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