Cada vez temo más el exceso del chorro de dinero que el Banco Central Europeo (BCE) vierte sobre los países más endeudados. No se entiende que tras tanto tiempo comprobando que el dinero barato del BCE no dinamiza la economía, siga éste con sus manguerazos de liquidez. Lo que va a conseguir es hacer más insolventes a las naciones que ya lo son. Se ha aprendido poco de lo que ha pasado en Grecia, un país que mantiene un Estado hipertrofiado, ajeno a sus deudas. Si tras el fallido primer rescate se le hubiera condonado la deuda en lugar de prestarle más, los griegos y los europeos estaríamos ahora mejor.
El BCE estudia ampliar su plan de compra de deuda a CCAA y ayuntamientos. Esta barra libre de crédito barato llevará a que sus gobernantes derrochen con criterio electoralista. Por ejemplo, emplearán el dinero ajeno en las obras públicas que les reporten más gloria, o lo que es peor, aumenten los funcionarios y asimilados, quienes se lo agradecerán con su voto. Cuando sobra el dinero, aunque sea prestado, ningún alcalde o presidente autonómico se esfuerza en hacer los duros ajustes que hagan falta.
Una aportación monetaria temporal puede resolver una situación coyuntural, pero nunca una crisis estructural, trufada de un gasto público tan voluminoso como irrefrenable. España y las comunidades autónomas necesitan adelgazar y reducir tanto «gratis total» de sus universales beneficios sociales, así como hacer más eficiente su Administración.
La práctica populista de tomar crédito para gasto corriente o bienes prescindibles equivale a regalar bienestar de lujo a crédito. Lo más injusto de esta irresponsabilidad es que el dispendio lo sufragarán otros, los más indefensos: los hijos y nietos de los que ahora disfrutan tanto beneficio social. Recuerdo que cada niño nace con una deuda de 28.300 euros. El BCE no debe abrir el grifo a aquellos ayuntamientos y regiones que se han caracterizado por ser dilapidadores compulsivos, porque su morosidad perjudica a la calificación de la deuda de España.