Hay dos cualidades esenciales que distinguen a una sociedad que desafía al futuro frente a otra que, por comodidad, se resigna a anquilosarse. La primera es el grado de participación de sus ciudadanos en las políticas públicas. La segunda, el abanico de oportunidades que brindan las instituciones oficiales a los particulares. En ambos rasgos subyace la inquietud de contribuir con nuestro talento en las decisiones de todo lo que nos influye como personas físicas o miembros de la comunidad. Las naciones que poseen una sociedad civil fuerte son también aquellas cuyos ciudadanos se muestran más participativos. El ejemplo de Suiza resulta clarificador, un pequeño país donde sistemáticamente hay referéndums en los que el Gobierno consulta cuanto afecta a la vida ordinaria, sin que nunca se cuestione la cohesión nacional.
Cuando las personas prefieren no involucrarse en las decisiones públicas, ni proponiendo ideas ni respondiendo a las que la Administración les plantea, la actitud que se genera no fomenta la innovación. Un país crece en sus dimensiones más valiosas (las que exigen un capital intelectual distintivo), cuando los particulares se implican en el progreso de la sociedad en la que viven. Resulta innegable que cuando en ella arraigan la expectación y la ilusión por lo nuevo, cada ciudadano se siente comprometido con el intento de mejorar todo lo que de pende de él, se traten de servicios públicos o de su quehacer profesional. El ranking de hoy, por tanto, se centra en la promoción de la innovación en los países más desarrollados.
Uno de los marcos más adecuados para perfilar qué futuro innovador nos aguarda es el de las ciudades inteligentes, metrópolis caracterizadas por su prodigiosa versatilidad para adaptarse a escenarios aceleradamente cambiantes. Vamos a tomar como fuente el Smart City Index 2020, de la IMD Business School. De este estudio, nos fijaremos en la aportación a la innovación empresarial de los servicios de internet que ofrece la ciudad para facilitar la puesta en marcha de startups y nuevos negocios, sobre una escala de 100. Destacan Singapur (68,8), Taipéi (67,4), Lisboa (61,9), Nueva York (59,6) y Helsinki (59,1). La ciudad española mejor clasificada es Bilbao (58,8), lo que prueba que País Vasco invierte en el futuro.
La otra dimensión se refiere a las plataformas digitales disponibles para que los ciudadanos realicen sugerencias encaminadas a mejorar la calidad de vida de la urbe. Este indicador constituye un reflejo de la actitud emprendedora, la cualidad previa a cualquier innovación. Esta variable se complementa con la anterior. Lo prueba una clasificación muy similar, encabezada por Taipéi, Singapur y Helsinki, así como la elevada correlación entre ambas, de 0,866.
La promoción del carácter innovador tiene también efectos beneficiosos en las personas, en cuanto que dinamiza el ejercicio de la libertad. Por el contrario, cuando predomina la pasividad de los individuos ante los retos que debieran compartirse, la democracia se transforma en una dictadura partitocrática. En ese sentido, los políticos ostentan demasiado poder en España, pues el 51,5% del PIB pertenece al sector público; más, por tanto, que al ámbito privado. Esto supone impuestos muy onerosos. Si además existe un régimen fiscal expropiatorio para el que descubre algo valioso, la innovación en España resulta muy sacrificada, sobre todo si se compara con el trato que se le da en países como Irlanda. De ahí que ser súbdito y aceptar lo que decía Unamuno (“que inventen ellos”) se presente como una postura más confortable.